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Historias que hacen Historia

Sobre Cortazar

Mario Goloboff
marioba@sion.com

Julio Cortázar fue un escritor precoz, pero tardó mucho en comenzar a publicar su obra. Tal vez un innato sentido del pudor, una exagerada autocrítica, o el querer dar lo mejor de sí mismo en toda circunstancia (y especialmente en su escritura) hicieron que sus textos empezaran a aparecer en nuestro ámbito en los ‘50, cuando ya el autor había pasado los treinta y tantos de su edad.

Si bien hay cuentos sueltos publicados en revistas, algún libro de poemas bajo seudónimo (Julio Denis) y alguna obra de teatro (Los reyes), solamente comenzamos a familiarizarnos con el escritor a partir del volumen de cuentos Bestiario, cuya publicación data de 1951. Es por eso un libro ya maduro, razón por la cual muchos de sus relatos siguen siendo antológicos, y exhiben una maestría en el oficio que difícilmente superará después ("Casa tomada", "Carta a una señorita en París", "Circe").

Tal vez sea esa inalterable madurez la que le aseguró una existencia permanentemente joven, y poder seguir jugando hasta el último día: con las palabras, con los equívocos, con el deseo de cambios en todo lo que lo rodeaba.

Y también con el infatigable deseo de descubrir siempre nuevas realidades. Por un lado, es un curioso del planeta. No solamente se va a vivir a París, y termina conociéndolo como pocos franceses, sino que recorre varias veces el mundo, gracias a su oficio de traductor para la UNESCO, y a su propio deseo.

Por otro, no se queda en nociones y posiciones adquiridas, y trata de ver qué pasa "del otro lado de la puerta", como cuando descubre la realidad latinoamericana y las ideas de progreso social, y termina embanderándose con las causas humanitarias y progresistas en América latina.

Pero también es un curioso y un "perseguidor" infatigable en su literatura. Cuando obtiene algún éxito de público y un eco impresionante en la crítica (como sucedió con muchos de sus cuentos, con la novela Los premios y, especialmente, con su novela Rayuela) cambia de registro, busca nuevas formas y expresiones, altera el procedimiento de narración, busca otros temas. No se queda con la facilidad y la comodidad, en el camino trillado y seguro; es, ante todo, un insatisfecho explorador.

Permanentemente interesado por las cosas, las personas, los acontecimientos, siempre a la búsqueda de nuevas fuerzas y emociones, es también un incansable de la poesía, que sigue escribiendo hasta el fin de sus días.

He dado y sigo dando clases sobre él y su obra. Me sucede algo muy singular. Frente a Borges, a Onetti, a Rulfo, los estudiantes sienten respeto, admiración y una lógica distancia. Con Cortázar, en cambio, se sienten próximos, como con un hermano mayor que habla, desde una sabiduría más grande, el mismo lenguaje.

 

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