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Historias que hacen Historia

Historias de Borges

Dr. Oscar Fiorio

fiorio@TUCBBS.com.ar

Hay una historia de Borges.

En gruesas pinceladas cuenta que nace el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, en casa de Isidoro Acevedo, su abuelo materno. Es bilingüe desde su infancia y aprenderá a leer en inglés antes que en castellano, tal vez por influencia de su abuela materna, galesa.

Tenía apenas seis años cuando dijo a su padre que quería ser escritor. A los siete prepara en inglés un resumen de la mitología griega; a los nueve traduce de ese idioma "El príncipe feliz" de Oscar Wilde.

En 1914, y debido a su ceguera casi total, el padre se jubila y decide pasar una temporada con la familia en Europa.

Debido a la guerra se instalan en Ginebra donde escribirá algunos poemas en francés mientras estudia el bachillerato (1914-1918). Amará profundamente esa ciudad suiza, encantado con sus largas calles silenciosas, su fisonomía burguesa y la cálida seguridad de sus rincones. Vivirá allí cuatro años que marcarán profundamente su adolescencia. A tal punto que cuando se sienta morir regresará para siempre.

Su primera publicación registrada es una reseña de tres libros españoles escrita en francés para ser publicada en un periódico ginebrino. Pronto empezará a editar poemas y manifiestos en la prensa literaria de España, donde reside desde 1919 hasta 1921, año en que los Borges regresan a Buenos Aires.

El joven poeta redescubrirá su ciudad natal. Los suburbios del Sur poblados de compadritos y largas caminatas hasta el puente Alsina le permitirán modelar toda una mitología apasionada. Nacerá "El Sur" (uno de sus cuentos más admirables), "Hombre de la esquina rosada", "El puñal", "Fervor de Buenos Aires". Eligirá para sus típicos aguafuertes el marco natural de un porteño apasionado.

A partir de 1924 publicará algunas revistas literarias y dos libros más, "Luna de enfrente" e "Inquisiciones." Tomará gusto por escritos sobre la narrativa fantástica o mágica, hasta el punto de producir durante dos décadas, 1930-1950, algunas de las más extraordinarias ficciones de este siglo (Historia universal de la infamia,1935; Ficciones,1935-1944; El Aleph, 1949; entre otros).

En 1961 comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor otorgado por el Congreso Internacional de Editores, que será el comienzo de su reputación en todo el mundo occidental.

Estará a cargo de la Biblioteca Nacional entre 1955 y 1975, a la que se acerca por primera vez para leer la Enciclopedia Británica.

Recibirá luego el título de Commendatore por el gobierno italiano, el de Comandante de la Orden de las Letras y Artes por el gobierno francés, la Insignia de Caballero de la Orden del Imperio Británico y el Premio Cervantes, entre otros numerosísimos premios y títulos hasta su muerte en Ginebra el 14 de junio de 1986.

Borges es uno de los escritores más influyentes de nuestros tiempos. Su prosa clara y precisa, sus inimitables adjetivos y la deslumbrante lucidez de su pensamiento justifican los homenajes que recordarán en el mundo al genial escritor.

Otra historia

Esa historia, la del tiempo cotidiano, es la que transcurre lineal, marcando recortes en el acontecer. Es el tiempo de la Historia cuya apretada síntesis vimos.

Pero hay otro tiempo, intangible casi, que va entrecruzándose y escapando de este. Ese tiempo habla, no de historias de vida o de sucesos sino de un particular destino, de una elección forjada o de una pasión escrita en un eterno presente. Mediante ella se puede encontrar no la letra sino la sangre del que hace historia.

Esta fluye al final de una serie de líneas, de tramas que se van abriendo a medida que el escritor se reescribe. Borges es un autor que no solo gusta de releer a otros sino que se relee a si mismo, en una espiral creciente, hacia un norte ubicuo que tal vez sea como aquel "cuyo centro esta en todas partes y su circunferencia en ninguna"

Es este punto, en que en la insistencia de lo escrito se hace escuchar lo que no dice, el que nos invita a ir mas allá de suelo firme y propio de lo ya visto o de la cotidiana regularidad del estereotipo y de los hábitos. Borges reintroduce, con sus historias, como al azar, aquello que nos cuestiona sobre el sostén de nuestra acción cuando ella se confronta, por carestía de espejismos, al punto último.

De esa forma, acompañar los cuentos de este genial autor no es, por lo general, lo mismo que realizar otras lecturas. Ya que podría decirse que no se es el mismo lector antes y después de leerlo. En el intervalo, por una alquimia especial, un eco del lado oscuro de la palabra ha quedado sonando. Releyendo la obra, los ecos suscitados, creciendo en numero y volumen, pueden llegar hasta los oídos mas entrenados en no escuchar.

Así produce un efecto de reflexión ejemplar, rara en estos tiempos, donde ilumina, aunque sea con el fulgor de un instante, esos conceptos abismales que son nuestros puntos mas limítrofes.

Me refiero a las ideas de infinito, de racionalidad llevada hasta el borde en la que se desgarra de la realidad, de la identidad que no puede traducirse en la unidad, del tiempo cercado desde la repetición, y en fin, del lenguaje en su aproximación asintótica a la verdad.

Borges se lee, quizás, cuando se comparte la trayectoria del invisible camino que marcan sus escritos en su aparente azar. Y también cuando se admira ver surgir el poder creador de la palabra, el gusto por un estilo peculiar, sus juegos iluminativos hechos con metáforas o las evocaciones y giros de su discurso.

Pero fundamentalmente se lo sigue cuando se lo supone un adelantado.

Como al héroe de la tragedia, uno pude acompañarlo en su camino hasta detenerse, siempre mas acá. Porque si algo en el invita a su lectura es que ya ha dado, por su sino, un paso mas que quienes le siguen.

De esa manera, creo yo que al que lee, sin que sea su propósito, le enseña, llevando las cosas con el rigor de las palabras mas allá de las palabras. Hasta dejarnos en las playas de la frontera última, solos, frente al mar ignoto de lo aun sin ser. Enseña, de ese modo, en esa insistencia en descompletar su imagen, en des-ilusionarse sin cesar.

Seguir su lectura es sostener, mientras se pueda, su pasión, su afán de respuestas a las preguntas que, en tanto humanos, nos plantea la presencia en nuestro horizonte de aquello para lo cual un nombre seria la muerte.

Posición tal vez contraria a la de nuestros días, que están marcados por el cese de la búsqueda de trascendencia, por el culto de la imagen y de lo efímero, por el no saber del sufrimiento y la muerte. Tal vez por ello, todo lo que de manera más o menos directa remite al dolor y a la finitud del ser, es rechazado, expulsado hacia los bordes.

En Borges se lee, se sigue, a quien no renuncia a su mandato y adhiere encarnizadamente a su tarea hasta el final. Realiza la vía trazada para un héroe y justamente la realiza como hombre común.

Por eso, no se sitúa su profundo deseo en la modulación de lo dicho en sus cuentos, sino en lo que corre por debajo de ellos, y que es hablando estrictamente lo que alude y nos permite evocar lo que somos y también lo que no somos, nuestro ser y nuestro no-ser.

Así, tal vez con la ayuda de los años que, incrustando el tiempo en el espejo, nos conminan a resignificar el pasado, la obra borgeana se presta a fulgurar, ayudándonos a desmontar las imaginerías que en nosotros permiten aun olvidar la angustia y domesticar ilusoriamente lo real de la muerte.

Es posible que el lector que sigue a Borges no aparezca en cualquier momento.

Agotada ya la rebelión o la impotencia ante la imagen avejentada, perdido el temor ante lo que el futuro depara y atenuado el dolor ante la juventud perdida se esta en mejor posición, en la tarde de la vida, de ver mas allá que los modelos propuestos por los prototipos actuales de figuras esbeltas y frescura adolescente. Sustraído de la presión social puede hacerse caso omiso de la publicidad y permanecer indiferente a aquellos mensajes que remiten a cuerpos imperecederos.

Tal vez, desencantado con los inalcanzables espejismos del culto a la imagen o a los bienes, se escuche mejor la pregunta dormida que las cosas y la imagen tapan.

Sabiendo que esta pregunta aun no ha sido contestada, puede acompañar entonces a aquel que ante ella insistió, hasta el fin de sus días, en ver qué somos ahí.

 

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