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Reportaje a Jorge Baños Orellana
Realizado por el equipo de redacción de Relatos de la clinica

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El consultorio y el escritorio de la clínica

Michel Sauval –El eje del problema que queríamos charlar contigo es, básicamente, el que planteas en tu segundo libro, El escritorio de Lacan,(1) la cuestión del pasaje del analista, del sillón al escritorio, el problema de pasar del caso clínico a la escritura –no es lo mismo la sesión en sí, que escribir "sobre" una sesión o un conjunto de sesiones –. En esto podríamos plantear dos aspectos. Por un lado los problemas propios del relato de la clínica: por ejemplo, no es lo mismo hacer una viñeta que hacer un historial. Por otro lado, el problema de la incidencia del interlocutor, de aquel a quien se dirige el escrito, en la confección de ese mismo escrito.

Jorge Baños Orellana –Sí, en ese paso del consultorio al escritorio pasan muchas cosas más sutiles y complicadas de lo que se acostumbra aceptar. Hay un lugar común en el psicoanálisis, y en salud mental en general, a los que habría que comenzar a incomodar, es el del hábito de oponer "teóricos" contra "clínicos", bajo el supuesto de que los "teóricos" son analistas enredados en abstracciones y preocupados por hacerse notar por la escritura, mientras que los "clínicos" son analistas sin escritorio, que viven sumergidos en las aguas de la experiencia emergiendo, cada tanto, para mostrar sonrientes y sus vueltas las perlitas que encontraron en el fondo. Nada más lejano a la verdad que esta dicotomía: ni hay abordaje clínico sin una teoría que (consciente o no, deliberadamente o no) lo guíe, ni hay testimonio clínico que no pase por el escritorio. Entendiendo al "escritorio", desde luego, como un espacio mental en el que los casos del consultorio se trasponen en palabra —en la palabra impresa de las publicaciones o la palabra oral de los ateneos.

Evidentemente, la revista que ustedes llevarán adelante no peca de esas ingenuidades, no se llama "Casos" ni se llama "Clínica", sino "Relatos", "Relatos de la clínica", lo que es algo completamente diferente. La vida pública de los casos de la clínica es la de sus relato. Hablar de relato equivale a admitir la mediación inevitable del dispositivo del lenguaje, admitir que el caso solamente puede circular como artefacto de lenguaje, como escritura de género, como algo construido. Y, por el sumario del primer número que adelantaron, se advierte que ese espíritu del título se prolongará a lo que la revista no tiene de casos clínicos propiamente dichos. Por lo que sé de ellos, seguramente esa misma consciencia de la fatalidad del lenguaje y la escritura, está vigente en los artículo de Marcelo Pasternac y Alejandra Ruíz. El de Pasternac a propósito del revisionismo de los casos de Freud llevado adelante en Crytonyme: Le verbier de l'homme aux loups de Nicolas Abraham y Maria Torok (ese libro sacado en 1976 y que no fue debatido como merecía y, entre nosotros, ni siquiera traducido). Y el Ruíz, dedicado específicamente a la escritura de la clínica; desde hace tiempo ella hace talleres de escritura de casos y este año publicó el Tratado de cortesía, una novela que es al mismo tiempo un intento experimental para hablar del psicoanálisis de otro modo.(2) Por mi parte, en 1996-97 coordiné un módulo de investigación en el Centro Descartes llamado "La clínica analítica como literatura", de la que salió un primer artículo en la revista madrileña Pliegos,(3) y admito que desde hace un tiempo me tienta el proyecto de un próximo libro sobre estos temas. Somos varios, la revista Relatos de la clínica incluida, que más o menos simultáneamente avanzamos en esa misma nueva dirección. No es que la escritura de los analistas haya sido hasta hoy un tema inédito, pero ahora lo estamos tomando con otra decisión, con mayor convencimiento acerca de su seriedad.

MS -¿Qué cosas estas pensando para ese nuevo libro?

JBO -Estoy pensando en hablar exclusivamente de ese escritorio de los casos. Es cierto que, en El escritorio de Lacan, el tema de la escritura de casos (o más precisamente de la lectura de casos) aparece extensamente trabajado, pero sin buscar ser la cuestión exclusiva. El cuarto capítulo, "¿Tergiversaciones privadas y rectificaciones públicas?: Las siete maneras de Lacan de contar un caso de Kris", es una lectura pormenorizada (hablo de noventa páginas) de cómo Lacan imprime sucesivas transformaciones a lo escrito por Kris acerca de ese caso conocido como el del Hombre de los sesos frescos. Que no fueron cualquier tipo de transformaciones, sino transformaciones enérgicas que merece el título de «tergiversaciones». Ahora bien, las de Lacan eran, a su vez, transformaciones de una transformación anterior; porque naturalmente, cuando Kris pasó al papel aquello que había ocurrido en su consultorio, él tomó ciertas decisiones imprescindibles de intensificar ciertas cosas y olvidar otras. No me consta que él haya "tergiversado", pero indudablemente tuvo que cometer muchísimas omisiones, ¿de qué otra manera relatar, en menos de 50 líneas, la viñeta de un caso que duró más de un centenar de sesiones de 50 minutos? Además, hubo razones, yo conjeturé un par de ellas, para que Kris eligiera hacer público ese caso y no otro, y para que diera el nombre de su analista anterior —puesto que tomó a ese paciente en segundo análisis.

En esto último, Kris también cumplía con las generales de la ley. El pasaje de un caso a la escena pública siempre tiene algo de hecho político y de promoción profesional, y es por eso que la presentación de casos, mucho más que la exposición teórica, es donde el analista como autor se esconde más. Es que no estamos hablando ahí del psicoanálisis en general, sino que estamos testimoniando la particularidad de cómo lo hacemos. Naturalmente en esa escena es donde se ponen más esperanzas y temores de promoción y caída; por eso, no en vano es el género que está más cuidado, más protocolarizado, que es de escritura más sofisticada a pesar de las apariencias de sencillez con que muchas veces se presenta. Hay muchas cosas puestas ahí. No es casual que en casi todas las instituciones analíticas hay entrada libre a todas las actividades excepto cuando se habla de casos. Eso está reservado para miembros y hay dispositivos muy particulares qué establecen quién puede hablar y cómo se puede hablar. Es una cosa muy regulada, muy protegida porque es donde se corre mayor peligro. Y, por eso mismo, se ve por lo general de mal tono hablar de su ceremonia, hablar del asunto en términos de lo que es: un procedimiento alta mente retorizado. El relato de casos siempre tiene algo de andar en bicicleta con rueditas, pero guardamos el pacto de hacer que no lo notamos. Hasta ahora, casi únicamente se puede sugerir algo de eso a propósito de un rival.

 

Dos comienzos fallidos: Conjetural n°10 y La clínica tal cual es

JBO –Al respecto, recuerdo un famoso artículo del consejo editorial de uno de los medios que se tienen, con razón, entre los más esclarecidos del psicoanálisis local, me refiero a "La literatura lacaniana en la Argentina" de la revista Conjetural n° 10. Allí había un primer atisbo de hablar de la máquina del relato, particularmente de la retórica de las viñetas; pero ese campo que abrían al mismo tiempo lo cerraron con doble llave. Mostraban, por ejemplo, la costumbre de usar viñetas para ilustrar la teoría preferida o el cómo un caso clínico se somete a la forma de relato (a la manera en que Propp lo había encontrado en los cuentos de hadas), pero para inmediatamente burlarse de que eso fuera así y atribuirlo a pecados de los enemigos: solamente encontraban citas de ellos para ilustrar la cuestión... Se hacía ver la escritura de casos, pero para enseñar que eso que aparecía debía ser mal visto, como si fuera algo que no podía corresponder a la prescriptiva del relato de caso ideal. Sus autores sonreían señalando que "este párrafo haría las delicias de Propp",(4) o avisando que, aquí y allá, asoma un recurso del melodrama o de otro género bajo; nunca con el humor de quien se ríe de sí mismo, sino a la manera del chiste en que uno se ríe de terceros —una risa injuriosa de: miren a ésos que se dicen lacanianos y, sin embargo, apelan a semejantes patrañas. No se ocupaban de precisar lo que es (descripción) ni tampoco de indicar lo que habría que hacer (prescripción), sino a denunciar lo que no se debe hacer (represión). Es un artículo de guerra, lo cual no veo mal, pero que lamentablemente utilizó como armamento la moral realista de la escritura de casos: lo enemigos eran aquellos que en lugar de publicar casos honestos, nos estafaban publicando cuentos de hadas.

MS -Es llamativo, porque relatos lo hemos tomado de Lacan. En la última sesión del Seminario seis, "El deseo y su interpretación", Lacan dice: "El análisis no es una simple reconstitución del pasado, no es tampoco una reducción a normas preformadas, no es un épos, no es un éthos, si yo lo comparara con algo, es con un relato que sería tal que el relato mismo sea el lugar del reencuentro del que se trata en el relato".(5)

JBO -Sí, todavía Lacan sigue llevándonos la delantera. Y para que no parezca que estoy defendiendo al grupo atacado por aquella Conjetural, pondré como ejemplo complementario un libro que algún tiempo después publicó un sector de los injuriados, con el candoroso título de La cura psicoanalítica tal como es. En la contratapa anunciaba: "¿Los psicoanalistas pueden decir la verdad sobre lo que hacen en sus consultorios? ¿La verdad sin frases, sin retórica? En este volumen se hallarán a treinta que lo intentarán, (...) por razones de estructura, es imposible decir toda la verdad. Eso no dispensa intentarlo. Y la lección de Lacan, contrariamente a lo que se cree habitualmente, es cercar del modo más minucioso el detalle del caso."(6) A primera vista, esta contratapa no está nada mal: todos aceptamos esa advertencia epistemológica de que no se puede decir toda la verdad. Pero, su problema es que asoma ahí un ideal de la verdad sin frases, sin retórica, en donde el término retórica es empleado en su acepción exclusivamente negativa, como sinónimo de estafa sofística, y el lenguaje (las frases) es concebido como puro obstáculo.

Es como si hubiera posibilidad de una retórica grado cero, como si toda retórica, todo interés por el hecho de la escritura tuviera que ver con una inclinación por la trampa, por persuadir que lo falso es verdadero, o con el pecado de anteponer el placer de la ficción pura. La consecuencia lógica de este ideal es la persecución de los estudios que supongan lo contrario. Si nos dedicamos a destacar en qué aspectos todo caso tiene elementos de la fábula, entonces, se nos acusará de estar promoviendo que los casos son y deben ser fábulas y de estar abriendo, entonces, las puertas del todo vale, con lo que acabaríamos todos perdidos. Con semejante superyó, no es extraño que los estudios sobre el tema hayan quedado diferidos.

 

Las tres décadas de atraso del psicoanálisis

JBO –Uno busca en vano, especialmente en nuestras agrupaciones lacanianas (que es donde sería más verosímil que crezcan desarrollos en ese sentido), movimientos fuertes en sentido contrario, pero no hay todavía nada; apenas algunos desarrollos individuales escasamente alentados. De esta manera, el psicoanálisis quedó estancado con un atraso de unos 30 años con respecto a la antropología y la historia. Ocurre que, desde mediado de los '70, tanto los antropólogos como los historiadores han publicado mucho a propósito de su propia escritura de "casos", ellos perdieron hace rato la inocencia original. Ellos se atrevieron a encarar de frente la cuestión. Y no sin sufrimiento; no fue sencillo para los antropólogos poner entre paréntesis la veneración justificada que sentían por los trabajos de campo de sus fundadores (epopeyas tanto o más heroicas que las de nuestros consultorios) y pasar a preguntarse por su régimen de escritura, por su retórica del crear la ilusión del registro del tal como es. Otro tanto hicieron los historiadores releyendo trabajos de archivo y los documentos testimoniales.

Entre los antropólogos la figura más interesante es la de Clifford Geertz, que desde los años '70 llamó la atención de manera programática a propósito de que los significados sociales habría que estudiarlos como textos (como interpretaciones de interpretaciones y no simplemente como entradas de diccionario) y que a la antropología no había que entenderla simplemente como un conjunto de observaciones, sino principalmente como un conjunto de textos en los que esas observaciones fueron escritas. La sociedad como texto y la antropología como escritura. No es que la antropología fuera un ejercicio ficcional (¡había que embarrarse las botas, aprender las lenguas aborígenes y aplicar grillas sistemáticas para poder escribirla!), pero lo cierto es que precipita en una colección de textos, textos escritos inevitablemente en cierto estilo, utilizando uno u otro protocolo, practicando uno u otro recorte. Geertz no solamente lo dijo sino que también ensayó practicar las consecuencias de esa autoconsciencia escritural, así apareció, en primer lugar, lo que llamó la descripción densa.(7) Hay un artículo muy famoso suyo, sobre la riña de gallos en Balí, donde se coloca y se dibuja a sí mismo como enunciador. Trata de hacer que el texto mismo vuelva casi imposible que el lector no advierta que es un texto y trata de abrir nuevas dimensiones de la observación con la metáfora de que una riña de gallos está estructurada como un texto. En eso no difiere mucho de los efectos del estilo de Lacan,

 

La escritura es convención, pero no necesariamente ficción

Sandra Bet –Pensaba que es interesante esto, porque ahí hay como cierto olvido, por parte del psicoanálisis, de la teoría que produce. En cierto aspecto, uno podría pensar que el mismo psicoanálisis produce esta cuestión teórica de la brecha entre la verdad y el saber, pero cuando tiene que aplicarlo en la escritura del caso clínico aparece de vuelta la discusión de si el caso es verdadero o si es falso. ¿Cómo pensas vos esto?

BO –Creo que hay varios motivos para esa confusión y ese silencio. Uno —como decía al principio— viene de la delicada cuestión de que el psicoanálisis es una profesión (vivimos de nuestros consultorios); en ese sentido, mostrar el desempeño propio ante un caso es un operación muy expuesta que exige muchísima prudencia e incluso ciertos resguardos legales que hay que considerar. El extremo de esta cuestión es la asepsia administrativa de la escritura de las historias clínicas hospitalarias, que para no comprometerse con complicaciones de lo médico-legales o invasiones a la intimidad, acaban por no decirnos nada de la cura que tomó allí lugar. Ahí la cuestión de la verdad adquiere su valor más chato, más que una búsqueda es un registro temeroso de cometer el delito de falso testimonio o de acusar sin pruebas suficientes. No en vano bajo esas circunstancias se prefiere el código al relato: el código (DSM) alivia y salva de la inscripción de la responsabilidad del analista en el relato.

Es cierto que existen peligros en sentido inverso, el peligro de que se festeje un subjetivismo que alimente una posición irónica absoluta, donde todo es cuento, donde todo vale. Lacan también advirtió sobre ese peligro a propósito de la interpretación; más recientemente, Geertz insistía con que: "Nunca me impresionó el argumento de que como la objetividad completa es imposible [...] uno podría dar rienda suelta a sus sentimientos, Esto es lo mismo que decir que, dado que es imposible un ambiente perfectamente aséptico, bien podrían practicarse operaciones quirúrgicas en una cloaca."(8) No es que no haya que tomar recaudos acerca de los efectos de ponerse a pensar lo nuestro en términos de retórica o de dispositivos de argumentación, pero tampoco hay que ser apocalípticos.

 

¿Dónde está la objetividad? La escritura del holocausto

MS –Claro, porque en lo que vos decís hay dos problemas. Uno sería, entonces, que el dar cuenta de la clínica –para no llamarlo directamente relatos – implica el modo en que lo hace cada grupo, es decir, su subordinación a los problemas políticos. Tomando el ejemplo que mencionabas, resulta que uno no podría hacer relatos, y si haciera relatos, ya es de "otro" grupo. En otros términos, el interlocutor que funciona como interlocutor en el escrito interviene mucho, deciendo qué se escribe.
Ese sería un punto. Y el otro, ya que traes las referencias históricas, es el de ¿dónde está la "objetividad"? ¿Dónde damos cuenta de lo real?

JBO –Ese es el problema, y no le es ajeno a la investigación de los relatos de la clínica, ¡al contrario!, lo que pretende es alejar ilusionismos realistas.

MS – Habría que ver si el problema son los ilusionismos "realistas" o los ilusionismos "ficcionales".
¿Podemos reinterpretar todo constantemente y hasta el infinito?
Esa sería la posición de Derrida, una deriva al infinito como la que hicieron Abraham y Torok con el caso del Hombre de los lobos.
Pero finalmente surgen preguntas como: ¿el holocausto, existió o no existió?, ¿los 30.000 desaparecidos, existieron o no existieron?
Hace poco la iglesia hacia su mea culpa. Pero en ese supuesto mea culpa dice: la violencia guerrillera y la represión ilegal. Entonces, seguimos con la versión de los "excesos" y el rechazo al planteo del terrorismo de estado, de una politica represiva calculada y avalada por los diferentes ejes del poder.
¿Dónde está el real?
En nuestro caso sería: ¿Cómo "llega", finalmente, en la transmisión, el real de la clínica?

JBO –Es la gran discusión que está teniendo en esa historia y esa antropología que nos aventajan en treinta años. No es que nosotros no nos preguntemos eso, pero lo hacemos todavía inocentemente por no haber discutido nuestro verosímil, nuestros dispositivos de ilusión realista.

Y es precisamente el holocausto uno de los tópicos clásicos de esa discusión. Es allí mismo donde la microhistoria de Carlo Ginzburg pretendió arrinconar la metahistoria de Hayden White. En 1993, en una larga entrevista para Storia de la Storiografia, White replicará: "Ginzburg, por ejemplo, odia la Metahistoria. Piensa que soy un fascista, y también él es algo ingenuo en otros aspectos. Piensa que mi concepción de la historia es subjetivista, como la de Croce, y que pienso que uno puede manipular los hechos por razones estéticas. Yo pienso que uno podría hacerlo y que, si bien Ginzburg dice que uno no debería hacerlo, él mismo lo hace bastante seguido."(9) Son discusiones en las que no falta la mala fe y el marketing editorial, pero en las que es interesante ver cómo cada cual se defiende de las acusación de idealismo extremo, de irracionalismo estetizante, de relativismo moral, etc. Porque, en contra de la omnipotencia del pensamiento, que le gustaría ver al rival atacado de la más absoluta estupidez, nadie es tan imbécil como para llevar su posición al punto de no creer en el holocausto. Ni siquiera el nefasto David Irving.

En el importante juicio, llevado adelante este año, el historiador revisionista neo-nazi David Irving demandó a la especialista en estudios judíos Deborah Lipstadt justamente por llamarlo "negador". El, que es el más astuto e informado falsificador de las memorias holocausto, se sintió con derecho a defenderse ante los tribunales de la afirmación de Lipstadt de que él niega su existencia, que aparece en el libro Denying the Holocaust.(10) En el curso del juicio, Irving declaró —lo leo de un artículo del número de julio de la revista Speak—: "La palabra «negador» es particularmente demoníaca, porque no hay nadie que en dominio de sus facultades mentales y con un mínimo de conocimiento acerca de lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial, pueda negar que esa tragedia ocurrió. Lo que nosotros los historiadores revisionistas desearíamos discutir con cuidado es a propósito de la escala, el sentido, las fechas."(11)

(BO va a buscar unos libros)

 

El día que Geertz amonestó a sus alumnos

JBO –Alrededor de esta misma cuestión, entre los antropólogos, fue noticia el debate que Clifford Geertz mantuvo con tres de sus alumnos de su etapa marroquí. El venía desarrollando principalmente la fórmula de la sociedad como texto y, a principios de los '80, puso el acento la cuestión de la escritura de la propia disciplina, fue por entonces que, en el año 1983, dictó un seminario que dio lugar a este libro extraordinario, El antropólogo como autor.(12) Allí tomaba como objeto el estilo de los principales protagonistas de la antropología del siglo xx, como Lévi-Strauss, Evans Pritchard, Ruth Benedict y Malinowski, señalando sus posibilidades y límites internos. Sin poner en duda el trabajo de campo que efectivamente habían hecho (exceptuando a la Benedith), él los estudia como escritores —sin que eso equivalga a tomarlos por escritores de ficción. Lo hace sin reproches o en todo caso con el único reproche implícito de que no haya habido en todos ellos una autoconsciencia explicitada de la forma (lo que no vale, desde luego, par Lévi-Strauss, que organizaba sus índices como sinfonías). Mostraba, así, el barroquismo de Lévi-Strauss, el estilo realista de informe militar de Evans Pritchard –que, en el fondo, era de un sencillismo altamente codificado–, lo confesional de diarios semi-privados y semi-públicos de Malinowski, que jugaban a la sinceridad de lo que se supone que quedará inédito, y la prosa neoyorkina de Benedict. En cada uno muestra cómo el pasaje por la escritura significa, inevitablemente, elegir esto y dejar aquello de lado, pero no como una acusación.

Ahora bien, en ese libro de Geertz sí había algo del orden de lo correctivo. Me refiero a la mayor parte del capítulo "Los Hijos de Malinowski", en donde ataca severamente tres textos de Rabinow, Crapazano y Dwyer aparecidos entre 1977 y 1982. Esos «hijos» de Malinowski eran, en realidad, hijos suyos, discípulos de Geertz de la etapa marroquí que en su trabajo de campo habían llevado, a los ojos de su maestro, demasiado lejos la cuestión del subjetivismo de la interpretación y el experimento de la escritura. A su entender, lo real allí se descuidaba deliberadamente y el trabajo de campo se convertiría solamente en un resto diurno para ejercer un autoanálisis.

Eso ocurrió en el 83, al año siguiente los tres discípulos atacados se acercan a James Clifford, una de las figuras ascendentes de entonces, y organizan un sonoro derecho a réplica en Santa Fe, estado de Nuevo México, que da lugar a un conocido libro publicado tres años más tarde.(13) Lo que hacen los tres, y con mayor vehemencia Crapanzano, es analizar los artículos más famosos de Geertz con la vara de El antropólogo como autor. Como se ve, incluso entre ellos, no se olvida el viejo dilema de quien deja y no deja de lado lo real; aún teniendo una altísima autoconsciencia de la escritura y de ensayar deliberadamente prácticas escriturales muy sofisticadas, reaparece estas acusaciones superyoicas de unos contra otros de hacer pura fábula.

MS –En este punto es donde nos parecemos... (risas)

JBO –Es cierto, pero de todos modos, la diferencia es que ellos están discutiendo sobre una plataforma más elevada, como era el libro de Geertz y los informes de los otros tres —con respecto a El antropólogo como autor, el desacuerdo prácticamente se limita al capítulo "Los hijos de Malinowski". En psicoanálisis todavía no se tenemos un escenario de debate semejante. Lamentablemente no es lo mismo la discusión que mantiene Crapanzano contra Geertz que la de Conjetural contra Diana Rabinobich. Asimismo, ni Crapanzano ni ningún otro se animaría a hablar de la antropología tal como es.

En el último capítulo de El Antropólogo como Autor Geertz dice: "…contar las cosas tal como son, resulta hoy un slogan no mucho más adecuado para la etnografía que para la filosofía después de Wittgenstein, para la historia después de Ricoeur, para la literatura después de Barthes, para la cultura después de Gombrich, para la política después de Foucault, para la física después de Kuhn", con toda razón al psicoanálisis ni lo nombra. Es cierto que los antropólogos tuvieron circunstancias especialmente favorables para dar ese giro. La antropología clásica estaba desapareciendo con la progresiva globalización de las culturas, ya no existen más esas sociedades aisladas, vírgenes de contactos con las vecinas; no es que no tenga nuevos objetos, pero también es fácil comprender una inclinación nostalgiosa que los condujo a releer sus antecesores con la intensidad y la inteligencia con que lo han hecho. El problema es que ahora empiezan a ocuparse de los historiales del psicoanálisis...

 

El giro de Robert Darton

JBO –En realidad esto último no lo hacen precisamente los antropólogos, sino los historiadores que participaron del mismo giro. Se trató de un movimiento más o menos simultáneo, aunque no faltaron puentes, el más evidente es el de Robert Darton.

La disciplina de la historia también es escritura y muy especialmente escritura de relato; incluso en el caso en que ese relato no sea más, a la manera clásica, el de historias de personalidades notables y grandes acontecimientos, sino el de, por ejemplo, la amplia escena humana del Mar Mediterráneo a lo largo de tres siglos de la Edad Moderna. Aunque no se trate de ninguna historia oficial, habrá allí literatura, no en el sentido de ficción como opuesto a realidad, sino por recurrir a dispositivos de modos de narrar el tiempo, de sugerir la causalidad, de construir el retrato, etc. Además está la cuestión de lograr la legibilidad, de que la comunidad a la que se dirige soporte y hasta guste escuchara –uno de los que empezó a pensar y practicar esa cuestión fue el mencionado Robert Darton, con su best-seller La gran matanza de gatos. Si leemos la página de "Reconocimientos", encontramos que su idea original partió de un curso dictado en 1972, pero que "el curso se convirtió en seminario de historia y antropología gracias a la influencia de Clifford Geertz, quien dictó este curso junto conmigo durante los últimos seis años".(14)

Quizá no sea aquí un dato accesorio el antecedente de que Darton, antes de ser historiador profesional, había pasado varios años trabajando como periodista del New York Times, vale decir practicando formatos muy convencionalizados de escritura. Los periodistas saben por oficio que no se escribe de cualquier manera; tienen una alta consciencia de los diferentes géneros y formatos. Volviendo a las firmas del primer número de Relatos de la clínica, ahora recuerdo que Alejandra Ruíz también pasó varios años por el periodismo, aunque probablemente su formación juvenil de pianista hizo otro tanto para volverla singularmente advertida de las formas; por mi parte, tuve una breve pero inolvidable experiencia con el montaje cinematográfico mientras estudiaba medicina, y quizá no sería forzado encontrar en la misma medicina un aliento en ese sentido. La escritura de historias médicas es también algo sumamente protocolizado, hay algo de taller de escritura en el cuarto año de esa carrera (no sé si en psicología hay algo semejante); obligan a escribir de cierta manera, a emplear cierta secuencia invariable, a elegir entre un juego de palabras muy establecidas; por ejemplo, hay que elegir entre un abanico de una docena de adjetivos para describir un dolor, no se puede decir simplemente hay dolor. Por supuesto, eso es relativamente exitoso porque la semiología medica es infinitamente más sencilla que la de una entrevista psicológica. A lo que voy es que hay ciertas prácticas, la traducción seguramente es otra (Freud supo de eso), que despiertan una conciencia al menos práctica de que la escritura es algo ajeno y constitutivo a la vez.

Fernando Rodríguez –¿Hay una formación o una deformación?

JBO –También puede ser una deformación y de las peores. Indudablemente la mayoría de los médicos acaban tomando esa estandarización como el modo correcto y "natural" de describir las cosas y no como un dispositivo literario aprendido tardíamente. La semiología psiquiátrica llevó eso muy lejos también.

 

Carlo Ginzburg contra Hayden White y Freud

JBOPero si Darton es el puente con los antropólogos, la iniciativa de llevar ese giro lingüístico a la historia hay que atribuírsela a la obra de Hayden White a partir de los '70, La metahistoria es de 1973. A la manera de lo que Geertz haría diez años más tarde, White leyó a los grandes historiadores del siglo xix como autores, señalando cuál era el tropo dominante en sus escrituras. Luego, continuo con los del siglo xx en El contenido de la forma. Ya mencioné sus discusiones con Carlo Ginzburg.

Carlo Ginzburg, que no es ajeno del todo a este giro, es mejor conocido que White entre nuestros colegas, aunque no por su libro más renombrado, El queso y los gusanos, sino por la recopilación de Mitos, emblemas e indicios; allí está un artículo que bastante citado en revistas analíticas: "Indicios: Raíces de un paradigma de inferencias indiciales", en donde Ginzburg arrima la inferencia historiográfica a la psicoanalítica, a la detectivesca y a la de los estudios inconográficos de Giovanni Morelli. Hasta aquí parecería que nos lleváramos bien con los historiadores y con desarrollos recientes de la historia; pero no es tan así, en realidad nos llevamos bien con sus presuntos halagos al psicoanálisis. Lo digo porque en ese mismo libro hay un artículo adverso a Freud que prácticamente nadie cita. ¡Y no es que sea fácil de pasar por alto! Se titula: "Freud, el Hombre de los lobos y los lobizones"... (15)

Ocurre que esta gente se está metiendo con los casos del psicoanálisis, y no solamente lo hacen con todo derecho, después de todo Freud no es coto privado de nadie, sino que con absoluta impunidad, porque nosotros tenemos esas cosas por tabú y les damos la espalda. En nuestro país estamos particularmente mal predispuestos, una triste prueba de eso es que están apareciendo nuevos materiales, como la correspondencia de Freud con Jones y con Ferenczi, y otras cosas liberadas de los archivos Sigmund Freud, pero hay que leerlas en inglés o francés, y es que nadie se atreve a traducirlo al castellano porque se sabe que no venderá. Ni siquiera Paul Roazen merece mayor atención; su Meeting Freud's Family,(16) con tantos datos reveladores acerca de la Hampstead Clinic de Anna, alcanzó ya su séptimo año sin traducirse.

 

¿Hay una escritura garante de la clínica?

Sandra Bet –Yo pensaba que, más allá de las diferentes disciplinas, el tema sigue siendo cómo ubicar lo real. Y quería preguntar, con relación a esto, si te parece que la posibilidad de un método de escritura garantiza que lo real sea más ubicable, más transmisible, que en la ausencia de un método?

JBO –Yo no creo que haya un estilo, una formato, una escritura ideal, con que uno podría decir el tal como es de todos los casos del psicoanálisis. Cada caso plantearía la cuestión de encontrar la forma que le conviene...

MS –... le conviene al caso o al relato del caso? Es decir, ¿le conviene al caso clínico, para un ejercicio de transmisión, o le conviene al escritor para su difusión?

JBO –Sí, la diferencia entre el relato y el relator. Le tiene que convenir también al relator, aún cuando cuente un caso "fracasado". En la medida en que el psicoanálisis es algo de lo que vivimos, siempre va a privilegiarse aquello del caso que muestra un buen desempeño, al menos el de una buena autocrítica. Uno puede suponer, entonces, que estamos perdidos sin remedio; pero no, el hecho de que no tengamos predisposición para contar públicamente los pobres desempeños, no quiere decir que los buenos sea una falsificación. Se cuenta lo que uno piensa que vale la pena, lo que vale la pena para mí (el relator) pero también lo que vale la pena difundir por sí mismo (el caso). Sincerarse con las cuestiones de parada enunciativa y tomar en cuenta que existen las cuestiones de promoción, las cuestiones de política, no quiere decir que eso lo sea todo.

MS –No, pero tiene un grado de incidencia…

JBO –Bueno, pero ese grado de incidencia no equivale al 100%. El pescar indicios del dónde y el hasta qué punto eso incide es tarea para el auditorio, para el lector, y eso se hará tanto mejor cuanto mejor advertido estemos de que estas cosas suceden. Y advertido no quiere decir que uno se escandalizará y querrá expulsar al pecador, sino que será capaz de separar la paja del trigo.

No discuto la posibilidad que puede haber relatos de casos que son pura autopromoción, en los que solamente se escucha un "Miren, soy un analista autorizado" o un "Miren, soy un analista integrado que ilustra con este caso lo que manda nuestro Texto amo". Pero creo que no hay que frenar la indignación, no hay que ser fundamentalista. Por lo general hay siempre algo que está más allá del sólo hay eso.

SB –O sea, que no va en detrimento del caso?

JBO –No, puede ser un mero complemento. Todo discurso tiene momentos de reverencia.

SB –Porque nosotros nos preguntábamos, en la discusión de los casos que recibíamos: ¿Cuál es el límite entre la escritura de un caso clínico y cuándo el paciente se convierte en un personaje del analista?. Vos hablabas de una cuestión de "buen desempeño", cuando la intención del relatante es mostrar su "buen desempeño", entonces ese paciente aparece como el personaje del analista. Esto, cómo incide?

JBO –¿Cómo incide? Yo diría que…

 

¿Exactitud o verdad?

MS –Te hago un comentario. Si nos pusiéramos a discutir sobre el holocausto, por ejemplo, finalmente, nos tenemos que terminar colocando unos del lado de los que decimos que existió y del otro lado, los que dicen que no existió. Porque llega un punto en que hay que colocarse de un lado o del otro. Lo real, aun tomado de un modo tan banal como ese, divide.
Entonces, en los casos clínicos, aparece esto: se discute un caso y parecería que después de la discusión, cada cual se va con su idea. Con lo cual uno dice: pero entonces, si no hay ningún punto sobre el cual se haya podido marcar una línea, si cada uno quedó con su idea... fue literatura!!

JBO –Pero, a ver, un momento. Seguramente todos aceptamos aquí, como lo aceptan Ginzburg y White (a pesar de lo que diga Ginzburg lo contrario), que el holocausto existió. No estamos del lado de Irving cuando asegura que: "Nunca hubo cámaras de gases en Auschwitz. Las edificaciones que uno puede ver como turista allí fueron levantadas por las autoridades polacas después de la Segunda Guerra, son una falsedad."

MS –Estamos todos del mismo lado..... (risas)

JBO –Muy bien, todos del mismo lado, pero ahora tenemos un segundo problema: ¿cómo lo contamos? ¿Cómo contar Auschwitz para que el peso de su real no se desvanezca? Ese es el verdadero problema de la escritura, el auténtico problema de los relatos de la clínica. ¿Cómo lo contamos para que se transmita lo más exacta y vivamente posible lo que ocurrió en mi consultorio? Seguramente estamos también todos de acuerdo de que lo que sucede en nuestros consultorios no es ninguna ficción, son cosas que efectivamente pasaron. Nuevo total acuerdo, pero ¿cómo las contamos? Aquí aparece el lenguaje y los dispositivos retóricos: es muy probable que su empleo lleve a perder eso que ocurrió, pero también es nuestra única salvación, solo pasando por el escritorio eso puede quedar inscripto en la memoria de los demás y abierto a su discusión. Si hoy podemos discutir las dos versiones que Breuer escribió de Anna O. (la que envió a una clínica suiza y la que publicó con Freud) es porque las escribió...

¿Y cuál es el mejor recurso para mantener eso vivo y transmisible? No es seguro que sea el informe más objetivista. Por ejemplo, hay una extensísima y extremadamente minuciosa obra de tres gruesos tomos de Raul Hilberg escrita en 1961, The destruction of the European Jews, donde los datos y los números del holocausto aparecen en la mayor exactitud. ¿Pero qué impacto tuvo, por sí solo, Hilberg para despertar las consciencias al drama del holocausto? ¿Cual fue su efecto de verdad? Prácticamente ningún efecto inmediato; costó mucho encontrar una editorial que se interesara (¡y hablo de las editoriales universitarias de los Estados Unidos!), sólo se publicó gracias a una donación de unos refugiados checos. En contraste, la aparición del diario de una jovencita, de Anna Frank, fue mucho más decisivo, especialmente cuando pasó al cine, aunque la gran conmoción recién la trajo el juicio a Adolf Eichmann. ¿Y porqué? En parte, por las notas periodísticas de Hannah Arendt, pero mucho más porque el juicio fue televisado.

¿Y hoy como escribir esa verdad? Uno de la presentaciones más notables que conozco, personalmente fue la que más me conmovió, la que más íntimamente me mostró lo que fue y lo que trajo el holocausto, es Mauss de Art Spiegelman, que no más que una historieta con animalitos... En lo personal, después de lo que me trasmitieron las dos revistas de Mauss, no veo que me puede traer de nuevo conseguir los documentos de Hilberg.

FR –Aún si partimos de la ficción de que estamos todos de este lado (cosa que sabemos que no es así), sabiendo todos cuál es la referencia de lo que estamos diciendo, esto es, aquella que compartimos, eso mismo puede contarse de una u otra forma. Uno podría impugnar, tal vez, la forma de presentarlo.

BO –Es que, justamente, en la forma de presentarlo se dice algo más. Por ejemplo, todos estamos de acuerdo que los neuróticos existen (risas); pero algunos analistas damos cuenta de esas existencias de nuestros pacientes de cierta manera y otros de otra. El holocausto se puede presentar de diferentes maneras, empezando por la cuestión de las causas, o sus efectos, o su aparato burocrático, etc. Estamos todos de acuerdo en que ocurrió, pero ¿cómo decirlo, con qué tono, con cuál orden? ¿por dónde empezar, por donde seguir, cómo cerrar? ¿qué privilegiar, qué descuidar como secundario?

MS –... el rabino ese que dice que los que padecieron el holocausto se lo merecían, también está de acuerdo con que el holocausto existió.....

BO –Exactamente, para nosotros no tendría sentido contarlo desde esa perspectiva finalista en particular. Volviendo ahora al giro de la antropología de Geertz o la historia de White, no pienso que sea lo mejor leerlos para ver si ellos creen o no en un real. Eso no lo ponen en cuestión. La reacción al acento puesto por ellos sobre la mediación del lenguaje que creen decisiva provocó escandalizados rechazos y, no veo porque negarlo, sobreactuadas adhesiones, ya sea por motivos editoriales, por luchas de la propiedad de cátedras o por simple necedad.

 

La promesa de un final

MS –El problema quizás esté en ese "creen". Porque esto implica forzosamente una teoría. Es imposible creer sin una teoría, sin una concepción. Entonces, volviendo a la clínica, la pregunta sigue siendo si no se está matando la clínica justamente por forzarla en los carriles de cierta teoría, donde el "lector" al que se destina el escrito ya tiene un peso tan grande, al momento de la escritura de ese escrito, que, como decía Sandra, el "analizante" del caso difícilmente sea otra mas que un "personaje" que responde al libreto.
Por ejemplo, actualmente es difícil que alguien piense en un caso clínico si no es desde la perspectiva de lo que se entiende es un "fin de análisis", es decir, actualmente, de lo que se dice actualmente sobre la "identificación al síntoma", la "verificación a través del pase", los testimonios a media luz, etc...

JBO –Hay varias cosas. Primero, para ir a lo más comprometedor, paso a la cuestión del fin de análisis. Ya intenté decir algo de eso en el capítulo de El escritorio de Lacan del que menos comentarios recibí, "El Freud al que Lacan no retornaba", que da cuenta cómo se contaban cincuenta años atrás los casos de pacientes analistas, es decir cuál era el gran relato de los años 50, y cómo ocurre eso ahora, cuál es el gran relato de nuestra actualidad. Lo que se consideraba análisis felizmente finalizado en aquel entonces, no coincide con el final feliz que esperamos ahora.

Por otro lado, no exageremos su importancia. La cuestión del fin de análisis es solamente un tópico posible de los relatos de casos actuales, y los testimonios del pase corresponden apenas uno de sus subgéneros; quizás el más festejado, el que atrae más trucos de iluminación, pero no es más que un subgénero cuantitativamente insignificante dentro de la colección de los relatos de la clínica. Retóricamente es de los más interesantes, por estar todavía más constreñido que el resto, sus usos de la primera persona del singular están todavía más vigilados; sus referencias a la vida sexual son excepcionalmente castas, etc. Es un subgénero que resultó de un dispositivo inventado por Lacan de cuya eficacia él mismo se atrevió luego a dudar. Como sea, es un subgénero que tiene mucho interés si nos animamos a considerar al analista como autor —si bien, todo me hace sospechar que este será el último bastión a conquistar por ese tipo de investigaciones.

Creo que habría que tomar muy en cuenta los relatos del pase y su quintaesencia, el fin de análisis, para explicar la paradoja de cómo puede ser que nosotros, los lacanianos, que somos los más advertidos en las cuestiones del significante, que leímos ese fragmento de "El deseo y su interpretación" recordado hace un rato por Michel, etc., estemos, sin embargo, tan inhibidos para estudiar la narratología de los casos. A primera vista es asombroso que lo poco que se hizo al respecto viene de la producción de los últimos 10 años de la IPA.

Observando un poco más de cerca, creo que hay razones circunstanciales que explican por que ellos pueden entrar más fácilmente en sintonía con los resultados de las crisis de la antropología y la historia. Nosotros, a diferencia de la mayor parte de los miembros de la IPA, estamos aún en una posición misionera, de conquista (o de "reconquista"), y la épica reclama la credulidad en los relatos. Y allí entra la cuestión de que hay un final con un sentido muy militante. Quizás preferimos no preguntarnos si detrás de la idea de un final de análisis no hay una excesiva asimilación de los formatos de la ficción... Hablo de final en un sentido duro y no de interrupciones con el saludo de: "ahora está todo bien, pero no olvide que estas puertas siempre estarán abiertas para Ud."... (risas)

La exigencia (o la promesa) de alcanzar un final definitivo trae, entonces, una sensibilidad incómoda ante los estudios de la forma relato. Por el contrario permite un florecimiento del interés hacia las caracteropatías, como un modo de conceptualizar (¿o justificar?) por qué luego del final de análisis raramente hay un futuro demasiado feliz o al menos asintomático para el analizante. La cuestión está en que afirmamos que "hubo final" pero, a la vez, admitimos que quedó "un resto". Yo creo que no llegó la hora de descartar la posibilidad de finales de análisis que merezca ese título, ni tampoco la de ser demasiado irónico con el tópico de sus restos, pero también creo que por mimar esa posibilidad, se hace la vista gorda a todos los problemas que las ciencias sociales vienen planteado desde hace por lo menos 30 años y que indudablemente nos conciernen.

Continuación ......

 

Notas bibliográficas

(1) Baños Orellana, Jorge, El escritorio de Lacan, Oficio analítico, Buenos Aires, 1999.

(2) Ruíz, Alejandra, Tratado de cortesía, Simurg, Buenos Aires, 1999.

(3) Baños Orellana, Jorge, "Freud: de la adquisición de un estilo a la fundación de un género", rev. Pliegos (de la Sección Madrid de la Escuela Europea de Psicoanálisis) n°4, 2da época, enero 1997, Madrid; pp. 83-87.

(4) AA.VV., "La Literatura Lacaniana en la Argentina", incluido en rev. Conjetural n° 10, Buenos Aires, agosto1986.

(5) Lacan, Jacques [1958-59], El Seminario 6: El deseo y su interpretación, inédito.

(6) AA.VV., La cura psicoanalítica tal como es: Treinta relatos clínicos, Colección Orientación Lacaniana, Buenos Aires, 1992.

(7) Geertz, Clifford [1973], La interpretación de las culturas, Gedisa ed., Barcelona 1995.

(8) Geertz, Clifford, "The Antropologist at Large", The New Republic, 25 de mayo 1987, p. 34. Cit en Reynoso, Carlos, "El lado oscuro de la descripción densa", Rev. de Antropología, Buenos Aires, 1990, pp. 17-43.

(9) Cit. en Serna, Justo y Pons, Anaclet, Cómo se escribe la microhistoria, Cátedra, Madrid, 2000, p. 185.

(10) Puede consultarse un completo informe de los antecedentes del juicio en: Guttenplan, G.G., "The Holocaust on Trial", rev. The Atlantic Monthly, february 2000, pp. 45-66.

(11) Sabin, George, "Heart or Darkness: David Irving and Holocaust denial", rev. Speak, summer 2000, San Francisco, pp. 54-59.

(12) Geertz, Clifford [1983/88], El antropólogo como autor, Paidós, Buenos Aires 1989.

(13) Clifford, J. y Marcus, G. (ed) [1986], Retóricas de la antropología, Júcar Universidad, Barcelona 1991.

(14) Darton, Robert [(1972)1984], La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa, FCE, México, 1987.

(15) Ginzburg, Carlo [1986], Mitos, emblemas, indicios: morfología e historia, Gedisa, Barcelona, 1989.

(16) Roazen, Paul, Meeting Freud's Family, University of Massachusetts Press, Amherst, 1993.

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