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Número 2 - Noviembre 2001
Pegan a Emilio
(Contribución a la clínica del masoquismo)
Sebastián León

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Quien te quiere te aporrea
Dicho popular

Introducción

En octubre de 1999, al momento de consultar, Emilio tiene cuarenta y cuatro años. Aunque no mantiene relaciones sexuales desde hace tres, está casado y tiene tres hijos de quince, trece y once años de edad. Cesante desde que quebró la empresa de correos donde trabajaba, actualmente se dedica a reparar computadores en su casa.

Al preguntarle por su interés en consultar, me señala que "es por mis temores y fobias, que me vienen cuando me siento presionado; no puedo dormir, se me agolpan los pensamientos. Siento un calor que me sofoca y me vienen temblores; me duele el pecho, lo siento como oprimido".

Sus síntomas comenzaron hace cuatro años, tras haber visto directamente la muerte de su hermano en un asalto callejero que ocurrió a las afueras de su propia casa. "Mi viejo murió hace trece años, yo tuve un duelo normal, porque murió bien; pero con mi hermano fue distinto: él murió de manera brutal; yo quise correr y tomarlo en brazos para llevarlo a mis senos, pero los carabineros no me dejaron pasar. Después de eso caí en una depresión, no tenía ganas de vivir".

Emilio me cuenta que desde allí empezó a subir el cerro San Cristóbal en bicicleta. "Llegaba al cerro, me arrodillaba y me entregaba a Dios. Yo le quito el traste a la jeringa, doctor. A veces me dan ganas de dejar de trabajar. Pero digo: actívate, Emilio, a mover las nalgas. Yo dependo de las emociones de los demás, no puedo estar solo".

Respecto de su matrimonio, indica que "fui adúltero ocasional, pero con mucho cuidado; sexualmente soy muy fogoso. Igual me sentía culpable y muy mal. Pero cuando ocurrió el accidente de mi hermano, decidí limpiar mi vida: no más fornicar ni ser adúltero, calmar las pasiones. Yo decía: porqué me hiciste así, Dios, tan caliente. Yo me acusaba: maldito bellaco, cómo estás afuera del lecho conyugal. Pero después decía: menos mal que no soy colisón, homosexual. Le conté a mi señora lo de haber sido infiel y ahora ella me lo saca en cara. Yo voy al dormitorio de mi esposa esperando que ella haga algo, pero no pasa nada. Entonces salgo y pesco alguna herramienta y reparo algo. Yo ya no tengo relaciones sexuales, porque ella no quiere. Y eso me tiene muy desanimado y depresivo. Yo quería alguien que me arrullara, pero mi esposa es dura".

"Cuando chico era muy guagualón, mi viejito me daba besos. Fui feliz en la infancia: mi papá era cariñoso y mi mamá alejada. Mi niñez fue normal: me golpeaban dentro de lo normal, pero no tuve traumas.

"A los diez años yo pensaba que la relación sexual era anal, porque siempre veía a los perros y los gallos, los caballos cómo se montaban sobre las hembras. A los trece, pensaba que la mujer daba a luz cuando quería, sin intervención del papá. Creía que a los niños los vendían en la feria. Me juntaba con muchachotes grandes, de dieciocho años, que orinaban, defecaban y se masturbaban en los cerros. Yo no conocí la masturbación cuando adolescente: gastaba mis energías haciendo deporte y leyendo; ahí me descargaba. También con sueños, que eran muy placenteros; veía a mis hermanas mayores en paños menores, las veía bañarse".

"A los siete años, nació mi hermano: yo le pregunté a mi mamá porqué estaba guatona, si acaso tenía una guagüita. Me dijo que no preguntara sobre esas cosas".

"Para mí la primera relación sexual fue espectacular: la niña me hizo llegar al cielo. Yo tenía veintidós. Ella me preguntaba si me habían hecho esto y lo otro; me pedía que hiciera eso con su parte vaginal y yo no podía, no sé si por el olor. Después, al comer, yo me acordaba de eso y me daban arcadas".

Señala: "no quiero ensuciar mi mente, aunque mi cuerpo me pide saciar mi instinto sexual. Siento como si tuviera dos personalidades: una alegre y pecadora, otra recatada y más fría. Tengo una lucha entre lo decente y lo indecente: lo decente es guardar el dolor. Quiero ser el de antes, el alegre, pero mi señora no me apoya". Al decir esto, Emilio llora y se lamenta diciendo que esto lo aflige mucho: "entonces me vienen ideas negras, como de suicidio, me veo con dos pistolas flotando junto a mi cabeza, pero no lo haría por mis responsabilidades. Me he dado cuenta que lo mío es psicosomático, que me lo autoengendro. En realidad, lo que me pasa no tiene nada en comparación con los males del mundo".

A la segunda entrevista Emilio llega con treinta minutos de atraso y vestido con uniforme de mecánico: "me atrasé porque estaba desanimado, sentía una opresión en el pecho". Le pregunto por el comprobante de pago 1 y Emilio me dice que no lo trajo. Le recuerdo que en adelante debe traerlo para que lo pueda atender, frente a lo cual exclama: "¡Qué rico que me rete, querido doctorcito, yo nunca aprendo la lección!".

Emilio se acuerda de "un sueño que he tenido como latente. Soñé con una casa muy hermosa que estaba toda demolida. Yo con dos hermanos recogíamos todas las cosas y me ponía a llorar en el suelo".

Guarda silencio y asocia: "el sábado compré una pequeña aspiradora para mi hija, se la mostré a mi esposa y me dijo que no tenía mucha potencia. Le faltaban algunas piezas, pero estas cosas están tan selladas que están hechas para no ser reparadas".

Al terminar la entrevista, me pregunta por la posibilidad de otorgarle un informe psicológico para eximir a su hijo de un examen escolar, solicitud que yo rechazo.

Emilio no volvió a asistir a nuestras reuniones.

 

Desarrollo

Parece atinado, para poder analizar la problemática de Emilio, comenzar por reconstruir su historia de vida desde los fragmentos espontáneamente expuestos por él durante nuestras entrevistas.

Nacido en 1954, Emilio describe su infancia como una etapa normal, es decir, como una época de la cual, pese a ser ocasionalmente golpeado, no habría guardado huellas indelebles. Relata haber sido muy apegado a su padre y distante de su madre, a quien describe como una persona "alejada". De esta última, recuerda particularmente haber sido silenciado respecto de su interrogante acerca del origen de los niños, pregunta que surgió en Emilio a propósito del nacimiento de su hermano.

A los diez años, Emilio observa animales copulando y genera sus primeras teorías sexuales, donde la genitalidad aparece sustituida por el comercio anal. Tres años más tarde, su curiosidad retorna en la fantasía de una madre completa, que no requiere del padre para la procreación. En esta misma línea, los niños aparecen menos como sujetos desarrollados originariamente al interior del cuerpo de la madre que como productos transables en una feria.

Ya en su adolescencia, Emilio suele subir a los cerros y observar a sus amigos mayores "orinando, defecando y masturbándose". Aun así, relata no haber practicado la masturbación genital hasta la adultez, pese a que en sus sueños aparecía su actividad sexual inhibida en vigilia.

Recién a los veintidós años tuvo Emilio su primera relación sexual, la cual describe como una escena espectacular, teñida tanto de excitación como de asco. Desde este encuentro con la sexualidad femenina, irrumpe una intensa repulsión hacia los genitales de la mujer, especialmente asociada al contacto oral con la vagina.

Antes de los treinta años contrae matrimonio, en relación al cual su primera asociación le recuerda su "adulterio ocasional". Tiene tres hijos en un lapso de cuatro años, aunque no se refiere mayormente a ellos.

No mucho tiempo después, cuando Emilio cuenta treinta y un años, muere su padre, cuya cercanía física describe como la fuente de su felicidad infantil. Sin embargo, este dolor se verá multiplicado nueve años más tarde por la muerte accidental de su hermano, episodio que hará florecer una gama de manifestaciones sintomáticas, todas marcadas por el signo de la angustia: conductas evitativas, trastornos del sueño, taquipsiquia, temblores y opresión pectoral; también padecerá una inhibición del estado de ánimo que incluso le hace pensar en el suicidio, solución que finalmente descarta "por sus responsabilidades". Por otra parte, su sexualidad no deja de ser interpelada por este brutal incidente y decide "limpiar su vida". Relata a su mujer sus adulterios y sufre de su parte el castigo de una abstinencia sexual cronificada a lo largo de tres años, situación que se prolonga hasta la fecha de nuestras conversaciones.

Meses antes de consultar, pierde su trabajo. Pese a que logra generar una actividad sustitutiva, los síntomas com ienzan a intensificarse y volverse intolerables. Es allí donde decide acudir a una primera entrevista.

 

Análisis

Luego de este ordenamiento cronológico, volvamos ahora al relato textual de Emilio y detengámonos más en detalle.

Un primer antecedente que llama a interés es la etapa del ciclo vital del paciente: Emilio se sitúa en plena adultez media, período que conocemos por la preeminencia del conflicto entre la generatividad y el estancamiento, es decir, entre la reorganización de la economía fálica y su destitución impotente.

Emilio no mantiene relaciones sexuales desde hace tres años: sabemos por Freud que muchas dificultades sexuales –siempre latentes en una demanda de análisis- están correlacionadas con actitudes fóbicas que encuentran su origen en fantasías de castigo. Ahora bien, su deseo de consultar es impulsado por el quiebre de su lugar de trabajo y su condición de cesante: ¿no evocará su cesantía la eficacia sintomática de antiguas fantasías de impotencia? ¿No revivirá el quiebre de la empresa el recuerdo de la amenaza de castración que conoció apenas divulgó a su madre sus curiosidades sexuales?

Súbitamente, Emilio tiene miedo, no duerme, los pensamientos se le agolpan; tiembla, se acalora y siente que el pecho se le cierra.

¿A quién le teme? ¿Por qué su horror al sueño? ¿Qué son estos pensamientos, que como látigos, golpean su cuerpo por dentro? Calor, temblor, sensación de estar muriendo: simulacro de una escena sexual encubierta. Sus síntomas irrumpen como prácticas sexuales desplazadas y condensadas en el cuerpo.

En Emilio la envoltura corporal del síntoma se muestra como la respuesta somática al espectáculo atroz de la muerte de su hermano. A las puertas de su casa muere el antiguo rival de su infancia, aquel que encarnaba la respuesta que la madre callaba y que gozaba del privilegio de habitar un cuerpo que para Emilio constituía un límite infranqueable. El muerto a sus pies, el peso de la culpa, acaso la identificación de Emilio con el asesino de su hermano.

Sustituto perfecto en la serie paterna: las asociaciones de Emilio parecen confirmar la contigüidad entre las representaciones de su hermano y su padre. Recordemos la tragedia de Edipo Rey cuando converge el goce de la madre con la muerte del padre. En su versión actual, para Emilio la tragedia real coexiste con un trauma subjetivo: la muerte simbólica del padre y el retorno de la pregunta por la maternidad y, con ésta, la insistencia de la enigmática sexualidad femenina. Ya no como teoría sexual, sino como síntoma: sexualidad no susceptible de simbolización, excitación que vuelve como un "calor que sofoca", metáfora fallida encarnada en angustia.

Emilio escucha en su piel la voz de su madre: "no preguntes qué es lo que hay al interior de mi cuerpo; tú nunca sabrás qué tiene y qué no tiene una mujer. Yo sé que deseas saberlo y que ese es tu deseo, pero tú nunca sabrás cuál es el mío".

Desde estas hipótesis, podemos pensar que Emilio busca averiguar el enigma de lo femenino, pregunta que la muerte del padre-hermano ha revivido; y por ello resuelve colocarse en el lugar de la madre, pero justo avanza allí donde su interdicto se impone: "yo quise correr y tomarlo en mis brazos para llevarlo a mis senos, pero los carabineros no me dejaron pasar".

Después de eso, presenciamos su caída de la cumbre fálica y su deslizamiento hacia la economía anal. Para reactivarse, Emilio debe "mover las nalgas", no "quitarle el traste a la jeringa": ¿no evoca este discurso una disposición a identificarse con las heces que caen expulsadas fuera del cuerpo materno? La lógica de su fantasma impone la siguiente gramática fecal: sí, soy una mierda, pero una mierda de mi madre.

Si Emilio siente que cae fuera del cuerpo de la madre, es lógico que quiera subir el cerro-seno del San Cristóbal, no para reencontrar a la madre-vírgen, sino para abrirse a Dios-padre. "Llegaba al cerro, me arrodillaba y me entregaba a Dios". Posición femenina que atestigua el desplazamiento del hijo curioso y travieso desde la madre castigadora hacia el padre consentidor.

¿Cómo entender esta actitud de entrega, cuyas resonancias sexuales nos imponen la asociación con un goce masoquista y cuya expresión en su discurso asume el estatuto de evidencia? "La interpretación más inmediata y fácil de obtener es que el masoquista quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y dependiente, pero, en particular, como un niño díscolo" (Freud, 1924, p. 168).

Este sencillo esquema nos sirve para iluminar ese juego de roles que llamamos transferencia, cuya primera señal la podemos ubicar en una frase que ya citamos: "yo le quito el traste a la jeringa, doctor".

¿Por qué necesita Emilio, justo ahora, apelar a la imago del "doctor"? Recién aquí queda constituida la estructura de la serie paterna: Padre-Dios-Doctor. Enlaces falsos que permiten distinguir, asimismo, el papel de la ambivalencia de Emilio respecto de su deseo: quiere entregarse al padre-Dios-doctor, pero le quita el traste a su falo-palabra-jeringa. Entonces, la voz de la madre: "actívate, Emilio, a mover las nalgas". Emilio busca un padre-terapeuta que ocupe el lugar del cual abusa su madre-esposa; pretende encontrar las palabras para nombrar y descubrir su propia sexualidad.

A la luz de lo que hemos averiguado, podemos admitir la siguiente construcción: la decisión de Emilio de "limpiar su vida" con posterioridad al accidente de su hermano, responde a un imperativo de asexualidad: serás un sujeto asexuado, parece decir el mandamiento superyoico. En tanto metáfora de la castración, sabemos que el asesinato trajo de golpe toda la historia sexual que hasta entonces Emilio conservaba interrumpida. Entonces, aparece en escena el coro griego del complejo de Edipo:

Esta vez cambian los actores. Emilio convierte a su mujer, a través de su confesión, en un artefacto de castigo: como siempre en su vida, busca a la virgen y construye al verdugo. En la infancia, los besos de su padre le aliviaban de sus heridas; ahora de adulto, busca en mis palabras a la vez la placidez y la excitación suficientes como para que puedan restablecer su condición de sujeto sexuado anulada por su madre, su esposa y por él mismo.

La puesta en tragedia que Emilio fabrica respecto de su conflicto psíquico, nos convoca de vuelta a aquello que identificamos como una posición femenina asociada a fantasías de castigo. Porque "tanto en las fantasías masoquistas como en las escenificaciones que las realizan, ellos se sitúan por lo común en el papel de mujeres, coincidiendo así su masoquismo con una actitud femenina (...); pero muchos pacientes incluso lo saben y lo exteriorizan como una certidumbre subjetiva 2. Ahora bien, las personas que aplican el correctivo son siempre mujeres, tanto en las fantasías como en las escenificaciones" (Freud, 1919, p. 194).

Toda vez que en el caso de Emilio es la madre-esposa la figura que aparece desempeñando la función del castigo, ¿no sería pertinente pensar que la prohibición materna genera a la vez en el niño una moción sádica que, al no poder llegar a su meta, debe atrincherarse en los surcos del propio cuerpo? Más allá del mito de la destructividad hereditaria, esta fórmula permite resituar las provocaciones agresivas de Emilio como un llamado al objeto para que, desde la función de corte que ejerce el castigo, demarque el territorio de su deseo. Algo similar encontramos en Freud cuando reconoce - aunque después lo desmienta - que "el masoquismo no es otra cosa que una prosecusión del sadismo vuelto hacia la propia persona" (Freud, 1905, p. 144). Frente a la indiferencia sexual de su mujer - indiferencia que él mismo contribuye a producir como refugio frente a la amenaza de la diferencia sexual - Emilio agarra una herramienta y repara algo.

¿Qué artefacto es aquel que desea "volver a parar"? Por una parte, no parece disparatado pensar que lo que Emilio busca es restituir con sus propias manos la materialidad de la función sexual que su mujer anula; por otro, dista de ser casual la elección del significante reparo: ¿no constituye un "reparo", en tanto objeción o reproche, una amenaza de castigo? ¿No "reparamos en algo" cuando nos asalta una duda o curiosidad que nos fuerza a observar detenidamente un problema?

Ya sabemos que la pregunta de Emilio acerca de la maternidad, momificada y convertida en tabú por la madre, no sólo facilitó la regresión del pequeño Emilio desde su incipiente estadio fálico hasta la organización anal sádica de la libido, sino que también multiplicó sus teorías y fantasmas sexuales. Así, en un primer momento y frente a la angustia sin límite de la castración, el masoquismo erógeno y la sexualización del dolor estructurada en torno a la escena primaria observada de los animales, confluyeron ambos como puerta de salida u operación de defensa frente al trauma: si no tengo permitido interrogar el enigma de la sexualidad humana, buscaré mis respuestas en el instinto animal.

"Del apetito de saber de los niños es testimonio su infatigable placer de preguntar, enigmático para el adulto mientras no comprenda que todas esas preguntas no son más que circunloquios, y que no pueden tener término porque mediante ellas el niño quiere sustituir una pregunta única que, empero, no formula 3. (...) Por lo que sabemos, el apetito de saber no brota de manera espontánea en los niños de esa edad, sino que es despertado por la impresión de una importante vivencia -el nacimiento de un hermanito, consumado o temido por experiencias hechas afuera- en que el niño ve una amenaza para sus intereses egoístas. La investigación se dirige a saber de dónde vienen los niños, como si el niño buscara los medios y caminos para prevenir ese indeseado acontecimiento. Así nos hemos enterado, con asombro, de que el niño rehusa creencia a las noticias que se le dan (...). Investiga por sus propios caminos, colige la estadía del hijo en el seno materno y, guiado por las mociones de su propia sexualidad, se forma opiniones sobre la concepción del hijo por algo que se come, su alumbramiento por el intestino, el papel del padre, difícil de averiguar, y ya entonces sospecha la existencia del acto sexual, que le parece algo hostil y violento. Pero como su propia constitución sexual no está a la altura de la tarea de engendrar hijos, también tiene que resultar estéril su investigación acerca de dónde vienen los niños, y abandonarse por no consumable. La impresión de esta fracaso en el primer intento de autonomía intelectual parece ser duradera y profundamente deprimente" (Freud, 1910, p. 73-4).

Anticipemos ahora un esquema plausible para lo que podemos reconocer como los tres tiempos lógicos de la pregunta de Emilio por su propio deseo:

TIEMPO LÓGICO TEORÍA SEXUAL INFANTIL ORG. LIBIDO POSICIÓN DEL SUJETO IDENTIFICACIÓN
PREDOMINANTE
1 - (7 años) "Los niños son guardados en el estómago de la madre". Fálica Soy penetrado Vagina
2 - (10 años) "Los niños son paridos por el ano de la madre (como las heces)". Anal Soy cagado Heces
3 - (13 años) "Los niños son vendidos en la feria por la madre (como la comida)". Oral Soy devorado Pecho

Vamos por parte. El tiempo cero del deseo de Emilio es, sin duda, la interdicción materna, que cierra el acceso a la organización fálica e inaugura el camino regrediente de la curiosidad del niño por los genitales femeninos, regresión que asumirá la forma de una economía anal. Así, el primer tiempo lógico está representado en Emilio por su fantasía de una vagina-estómago-bolsa que contiene bebés internos. "Yo le pregunté a mi mamá porqué estaba guatona, si acaso tenía una guagüita. Me dijo que no le preguntara". Tres años después, Emilio construyó, aferrado de vuelta a su cosmovisión anal sádica, una respuesta para explicar el nacimiento de su hermano: el origen del sujeto está en el comercio anal.

Pero el tiempo lógico regrediente sigue su curso, y llama a la mirada la evolución de sus teorías sexuales, cada vez más desentendidas de la función del padre y más cercanas al fantasma de la madre fálica: "pensaba que la mujer daba a luz cuando quería, sin intervención del papá". Rechazo parcial de la castración materna en beneficio de la identificación con las heces-falo de la madre. En su tentativa de descubrir su lugar en el mundo, por desentrañar (sacar de las entrañas) su posición como sujeto, previamente desestimada por la prohibición de tomar partido en el enigma de la diferencia sexual, Emilio hace del cogito una paráfrasis: soy (cagado), luego existo. Pero al menos existo.

En esta construcción encontramos el anudamiento que nos permite comprender mejor las fantasías de castigo que Emilio produce de manera incesante: "el ser-azotado de la fantasía masculina (...) es también un ser-amado en sentido genital, pero al cual se degrada por vía de regresión" (Freud, 1919, p. 194). Aquí es donde mis observaciones discrepan de las conclusiones freudianas: mientras que para Freud "la fantasía de paliza del varón es entonces desde el comienzo mismo pasiva, nacida efectivamente de la actitud femenina hacia el padre" (op. cit., p. 195), yo observo que en Emilio es la amenaza materna "real" la que provoca el desplazamiento tanto del objeto como del afecto en el niño 4, dando pie a una fantasía pasiva de ser amado (castigado) por el padre.

Desde ya, se anuncia la fantasía masoquista como el deseo de descubrir, desde el enigma de la sexualidad y a través de las teorías sexuales infantiles, un lugar como sujeto.

A la luz de estas conclusiones, ¿cuál es el efecto esperable de la expulsión, siempre traumática, del sujeto fuera del cuerpo de la madre? Por un lado, el fantasma de no haber sido jamás contenido en el espacio materno; por otro, el intento desesperado por volver a su interior. Lo primero, a través de la asociación entre "niño" y "producto de feria", es decir, un objeto externo posible de ser transado. Lo segundo, por medio de su propia identificación con este objeto de feria, comestible y susceptible de digestión; es decir, facilitado para retornar al estómago a través de la expectativa de ser devorado.

Emilio pregunta a su madre por la maternidad, y con ello, interroga su posición respecto de la diferencia anatómica de los sexos. La madre cancela la pregunta y anula así la transformación de Emilio desde el niño anal hacia el sujeto fálico. Pero Emilio quiere vivir y encontrar su lugar en el mundo, y por ello retrocede en su historia sexual para buscar una respuesta a las preguntas que la madre, mientras más silencia, más multiplica: ¿cómo nacen los niños? ¿Qué es la maternidad? ¿Y la sexualidad? ¿Por qué mi madre calla (y me calla) mis preguntas? ¿Acaso no participo yo también de la sexualidad? ¿Cuál es la diferencia entre mi madre y yo? En definitiva: ¿soy sexuado o asexuado?

Emilio pregunta a su madre "porqué estaba guatona, si acaso tenía una guagüita". La madre le cierra de golpe la puerta de su curiosidad sexual. Emilio no comprende bien y se obsesiona por descubrir qué es lo que hay allí de prohibido en el interior del cuerpo de su madre. Y para saberlo, nada mejor que serlo: el pequeño Emilio se identificará con ese espacio interior de la madre cuyo significante no es otro que la vagina.

Ser o no ser penetrado, ese es el dilema. Pregunta que empuja toda una corriente homosexual que, pese a no manifestarse, late en la superficie; cuestionamiento reprimido que genera en Emilio la infatigable lucha de la ambivalencia.

Pero desde el deseo homosexual y el ímpetu de la defensa puede rastrearse un conflicto primario, "una lucha entre lo decente y lo indecente", entre aquello que enunciaremos luego como tiempo sexual y el impacto de su borradura: ser o no ser sexuado. Porque el lugar del padre aparece no sólo difuso sino también devaluado en el discurso de la madre 5, Emilio se toma "a sí mismo por una mujer para así resolver el enigma de la procreación" (Azouri, 1995, p. 71); interroga, desde su curiosidad respecto del origen del sujeto y la diferencia sexual, el tránsito de su cuerpo desde el deseo de la madre hacia el nombre del padre (Lacan, 1980): ¿qué es ser un padre, madre?

 

Discusión y síntesis

Resumamos: frente a la curiosidad sexual del niño frente a la diferencia sexual (enigma encarnado por el interior del cuerpo de la madre), emerge por parte del adulto la prohibición y la amenaza, y con éstas, la angustia de castración 6. Como una forma a la vez de protegerse y buscar una respuesta, el niño regresa en su historia sexual y ensaya teorías alternativas, tanto anales como orales. No satisfecho con esto, y cuando el apremio de la realidad le impone la necesidad de una respuesta pero el imperativo del adulto le impide encontrarla, el niño vuelve a interesarse por el cuerpo materno. Pero ya sabe que desde afuera su curiosidad tendrá menos respuestas que amenazas, por lo cual decide encarnar en sí mismo el peso de la pregunta: si no puedo saber qué tiene mi madre, seré yo mismo aquello que, de tanto ocultármelo, ella misma me muestra.

De este modo, el niño realiza lo que podemos designar ya como una identificación intrusiva: el sujeto se introduce en el interior del cuerpo de la madre, no para dañarla ni poseerla ni controlarla, sino para responder, desde el oráculo de la sexualidad, el enigma de su propio deseo. Es así como el niño organiza su posición como sujeto, inscrito como Emilio en las vicisitudes del fantasma del goce masoquista. Y como sabemos, pocas cosas son tan difíciles de transformar como la manera de gozar, situación que Freud nos recuerda cuando sostiene que no hay perverso satisfecho que consulte a un analista. Anotemos: la pulsión que estructura la lógica sadomasoquista no es destructiva sino sexual.

Si nuestras indagaciones nos han conducido a aquello que por Freud conocemos como las fronteras de la perversión y el masoquismo, aprovechemos, entonces, esquemas familiares para graficar la lógica que hemos expuesto:

ESTRUCTURA PERVERSA

DESEO DEMANDA SEMBLANTE
Curiosidad sexual ¿Soy sexuado o asexuado? Provocación (intrusión)

Hablemos de semblante (op. cit.) para referirnos a las manifestaciones observables de la articulación del deseo en la demanda. El semblante sería así la conducta manifiesta y sexualizada que ocupa el lugar de la verdad del deseo, del cual es una traducción desfigurada. En Emilio, tanto su historia como su posición en la transferencia permiten distinguir como semblante su actitud díscola de provocaciones y desafíos.

De esta manera, podemos rearticular el tiempo lógico de la fantasía de castigo en un tiempo sexual:

Deseo : "Quiero saber qué hay en el interior de tu cuerpo, madre".

Demanda : "Te pido que me muestres tus genitales para saber si tu cuerpo es como el mío y, de paso, confirmar que me amas".

Semblante: "Si no me permites saberlo, te voy a provocar hasta que me lo digas, aunque eso me cueste vivir de tu castigo".

POSICIÓN SADOMASOQUISTA

ANGUSTIA DEFENSA RELACIÓN DE OBJETO
Castración Identificación intrusiva Simétrica

Hemos dibujado en la lógica de la estructura perversa y en lo que podemos anunciar como posición sadomasoquista las vicisitudes de aquel paciente cuyo paradigma es Emilio. Ahora bien, en la trama de la castración y el desafío, ¿qué sucede con el analista, su posición y su deseo?

Volvamos al material clínico. Emilio llega a la segunda entrevista treinta minutos tarde y con una vestimenta que sentí destinada a provocarme un impacto estético 7. Yo, sin darme cuenta, lo tomo como un desafío y le exijo su comprobante de pago: me siento a la vez robado (castigado-provocado-penetrado) e impulsado a "vengarme" (castigar-desafiar-castrar).

¿Qué tipo de vínculo se asoma en la escena analítica? Se establece allí una relación objetal simétrica (Matte Blanco, 1980), indiferente a la asimetría de los roles, en la cual tanto Emilio como yo parecemos dos perfiles opuestos de un idéntico rostro, partícipes alternados e indistintos de toda posible serie binomial que osara instalar una distancia: los papeles sádico v/s masoquista, masculino v/s femenino, fálico v/s castrado, terapeuta v/s paciente, son simetrizados por efecto de la angustia de castración: no existe diferencia sexual, generacional ni profesional. Y es allí donde opera la identificación intrusiva, al servicio de la simetrización, disolviendo diferencias y construyendo identidades.

En efecto, Emilio me provoca de vuelta "confesándome" que no lo traía consigo; tras lo cual yo no pierdo la oportunidad y hago batir el látigo de la amenaza: "si no lo tienes, te abandono". El dedo en la llaga, literalmente: intervención traumática que no sólo traduce mi contractuación como madre fálica y castigadora, sino que también atenta contra la posición subjetiva de Emilio respecto de su deseo.

Toda esta álgebra de identificaciones y simetrías aparece estructurada en el sueño: Emilio narra la historia de una madre-vagina-terapeuta que no puede tolerar su curiosidad e intrusión y termina "demolida", capítulo que prefiere renegar haciendo desaparecer infructuosamente los escombros con una "pequeña aspiradora".

Finalmente, Emilio me pedirá el informe psicológico para ver si yo también puedo actuar el personaje del padre consentidor. Tanto haber aceptado su demanda como el hecho efectivo de haber mantenido mi posición de madre fálica y completa (que no querrá desprenderse de su informe-pene-hijo), reflejan mi dificultad para salir del pantanoso (fecal) vínculo de la posición sadomasoquista, y con ello, las razones del fracaso del tratamiento. Y al no poder poner en palabras el contrapunto de nuestros deseos y resistencias, Emilio siguió viviendo en la danza mortífera del sufrimiento y el goce.

Emilio fue un paciente que, pese a nuestro escaso número de reuniones, puso en juego mis propios prejuicios: menos como "lección" que como experiencia singular y humana, me ayudó a ver que la neutralidad en la posición del analista, lejos de ser ideología, es tolerancia.

¿Y qué decir ahora, con posterioridad, de la problemática del síntoma, agente de su demanda? Estamos acostumbrados a leer en el síntoma la reescritura de lo reprimido, formación de compromiso que descansa en todo un trabajo de esa máquina deseante que es el aparato psíquico. Ahora bien, hemos visto con Emilio que sus angustias, fobias y depresiones cumplen una función de protesta 8: Emilio no tiene derecho a la curiosidad sexual, no tiene permitida la pregunta, está vaciado de su deseo.

El síntoma como protesta y prótesis: frente a la amenaza de pérdida de la subjetividad –aunque en definitiva, todo sufrimiento psíquico es una respuesta a dicha amenaza- y la banalización de su deseo (García, 2000), Emilio acude al dolor como una manera de colocar delante de sí un semblante que le proteja de la herida abierta de la castración 9. Si todo deseo es deseo de reconocimiento, el síntoma tiene en Emilio una función creativa y objetalizante: descubrir, desde su demanda, a otro que sea capaz de tolerar su intrusión y reconocerlo como un ser humano singular y distinto.

Es cierto: todo descubrimiento nos cuesta un paciente.

Notas

1 En ese entonces yo hacía mi práctica profesional en un hospital psiquiátrico.

2 Este fenómeno se puede graficar como una gramática del sí, pero igual, no ajena a la operación de la renegación.

3 Las cursivas son mías.

4 Algo similar sostiene Sandor Ferenczi al reconsiderar los efectos de los traumas "reales" del sujeto.

5Lo cual no quiere decir ausente, porque en tal situación estaríamos frente a una estructuración psicótica de la subjetividad.

6 Amenaza que, por de pronto, no es sino el reverso del deseo del adulto, generalmente encarnado en la figura de una madre insatisfecha e insaciable. Este deseo de insatisfacción materna respecto del padre (cara y sello del discurso de la histeria) explica porqué tantos pacientes describen a sus madres como brujas asfixiantes, mientras que el "padre-tipo" aparece castrado e impotente. Situación que permite ampliar a la vez nuestra construcción respecto de la fobia de Emilio: su actitud evitativa es la repetición en escena de la huída angustiosa del niño frente a una madre-vagina monstruosa. En este sentido, su fantasía de castigo puede leerse, desde los idiomas pregenitales del lenguaje libidinal, como el terror a ser devorado, sepultado en heces y orina o disuelto en el pozo sin fondo del espacio genital.

7 Con esto, rozamos tres elementos fundamentales de la posición sadomasoquista: provocación, impacto, estética .

8 Recordemos que demandar alude simultáneamente a pedir y protestar.

9 Prótesis viene del griego protíheri, que significa "colocar delante (a manera de protección)".

 

Referencias

Azouri, C. (1995). El Psicoanálisis. Madrid: Editorial Acento.

Freud, S. (1905). Tres Ensayos de Teoría Sexual. En Obras Completas, volumen VII (1996). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1910). Un Recuerdo Infantil de Leonardo da Vinci. En Obras Completas, volumen XI (1996). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1919). "Pegan a un Niño". Contribución al Conocimiento de la Génesis de las Perversiones Sexuales. En Obras Completas, volumen XVII (1996). Buenos Aires: Amorrortu.

Freud, S. (1924). El Problema Económico del Masoquismo. En Obras Completas, volumen XX (1996). Buenos Aires: Amorrortu.

García, M. (2000). Arte, Rebeldía e Imaginario Social Contemporáneo. En Gradiva, año 2000, número 1. Santiago: ICHPA.

Lacan, J. (1980). Escritos. México D. F.: Siglo XXI.

Matte Blanco, I. (1980). The Unconscious as Infinite Sets. An Essay in Bi-logic. Londres: Duckworth.

 

SOCIEDAD CHILENA DE PSICOANÁLISIS - FREUD III: PULSIÓN Y SEXUALIDAD

DOCENTE: GONZALO LÓPEZ - ALUMNO : SEBASTIÁN LEÓN

9 de marzo de 2001

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