Trabajo y Psicoanálisis |
La novela vocacional del adolescente(*)
Sebastián T. Plut
"Entre las imagos de una infancia, ninguna es más
sustantiva para el adolescente que la de su padre"
(Sobre la psicología del colegial; Freud).Introducción
La convocatoria a escribir sobre el lugar del padre me suscitó una amplia gama de alternativas en cuanto a la elección más específica del tema. Por un lado, pensé escribir un artículo relacionando el lugar del padre con la problemática laboral. En esa línea rápidamente aparecieron diferentes caminos posibles: desde una perspectiva teórica (por ejemplo, la importancia de la identificación paterna para la significatividad del trabajo) hasta un artículo más clínico (por ejemplo, las vicisitudes de un paciente que comienza a trabajar en la empresa familiar fundada por su padre). Por otro lado, me atrajo la idea de escribir sobre la adolescencia (y el lugar del padre), retomando los desarrollos metapsicológicos que durante varios años trabajamos de manera entusiasta en la cátedra de Psicología Evolutiva de la Universidad del Salvador, dirigida por Nilda Neves.
De ambas alternativas globales, entonces, opté por escribir un artículo que las reúna, lo que dio lugar al trabajo que sigue. En esta ocasión, por lo tanto, profundizaré en la problemática vocacional/ocupacional en la adolescencia, en la medida que allí cobran gran importancia la significatividad del trabajo y el lugar del padre. Si bien no me ocuparé de las técnicas de orientación vocacional ni de su encuadre específico, sí desarrollaré los fundamentos anímicos de la adolescencia que permiten comprender tanto la pertinencia de la práctica de orientación vocacional cuanto del lugar del orientador.
Algunos trabajos psicoanalíticos han examinado la relación entre la vocación (o profesión) y sus determinaciones y significaciones inconcientes (Simmel, 1926; Wender,1965; Luchina, 1968). Por mi parte intentaré deslindar, desde la metapsicología freudiana, la especificidad que adquiere la problemática vocacional/ocupacional durante la adolescencia. Así, describiré los procesos psíquicos que se despliegan con regularidad en los jóvenes de aproximadamente 18 años. En primer lugar, desarrollaré la cuestión vocacional en Freud. Luego, pondré de relieve algunos conceptos tales como metamorfosis de la pubertad, complejo de la prostituta y desasimiento de la autoridad de los padres. Finalmente me centraré en las nociones de ideal del yo, representación-grupo e iniciador.
Para finalizar esta introducción desearía hacer un breve comentario sobre el título. Sin duda se trata de una paráfrasis de La novela familiar de los neuróticos de Freud. Mi elección se debe, por un lado, a que en dicho texto aparecen muchos de los conceptos que tomaré para mi exposición (por ejemplo, la noción de desasimiento de la autoridad de los padres). Por otro lado, porque en la novela familiar confluyen distintos elementos (enaltecimiento del padre, curiosidad sexual, afanes vengativos, rivalidad fraterna, etc.) que también forman parte de la constelación vocacional durante la denominada adolescencia tardía.
La vocación de Freud
El 16 de junio de 1873 Freud que contaba con 17 años- le escribió a su amigo Emil Fluss una carta en la cual le comentaba acerca de una monografía con la que obtuvo la calificación sobresaliente. Dicha composición llevaba por título "Sobre las consideraciones a la hora de elegir una profesión". Freud estaba por finalizar su bachillerato y le pide a su interlocutor epistolar: "Deséeme metas más altas y éxitos más claros y rivales más fuertes y una aplicación más seria" (1989, pág. 307). Unos párrafos antes le había descripto así su propio estado: "No puedo hacerle ahora una descripción patética de todas las esperanzas, vacilaciones, desconciertos, serenamientos, de las clarificaciones que uno encuentra de repente y de los inexplicables momentos de suerte de los que luego se habla entre colegas" (pág. 306).
Emil estaba por emprender un viaje y Freud le dice: "Porque poniéndome en su lugar puedo imaginar su estado de ánimo. Abandonar la hermosa patria, los queridos parientes, el más bello entorno, las ruinas en las inmediaciones; no sigo, porque de otro modo me pondría tan triste como usted" (op. cit., pág. 307). Inmediatamente después le plantea: "Mis «preocupaciones por el futuro» usted las toma demasiado a la ligera" (op. cit., pág. 308), comentándole luego su temor y rechazo a la mediocridad. Posteriormente agrega: "Si usted se encontrara en alguna situación de duda, no quisiera invitarle a analizar despiadadamente sus sentimientos, pero si lo hace, verá lo poco seguro que existe en uno mismo. La grandeza de este mundo se basa precisamente en esta multiplicidad de posibilidades, solo que no es una base firme para el conocimiento de nosotros mismos" (pág. 308).
En relación con las dudas y la elección de una carrera, en una carta anterior (1/05/73) le había anunciado: "He decidido convertirme en investigador de la naturaleza y por ello le devuelvo la promesa de dejarme llevar todas sus querellas judiciales. Estudiaré las actas milenarias de la naturaleza" (pág. 302); aunque curiosamente en una carta a Eduard Silberstein del 17/07/73 le dice: "Si alguien te pregunta sobre la carrera que he escogido, abstente de toda respuesta precisa y contesta algo así: un sabio, un catedrático, o cosas por el estilo" (pág. 64).
En su Presentación autobiográfica, Freud cuenta que " aunque vivíamos en condiciones muy modestas, mi padre me exhortó a guiarme exclusivamente por mis inclinaciones en la elección de una carrera. En aquellos años no había sentido una particular preferencia por la posición y la actividad del médico; por lo demás tampoco la sentí más tarde. Más bien me movía una suerte de apetito de saber " (1925, pág. 8). Luego agrega: "La universidad, a la que ingresé en 1873 o sea, poco después de la carta a Fluss- me deparó al comienzo algunos sensibles desengaños. Sobre todo me dolió la insinuación de que debería sentirme inferior y extranjero por ser judío" (op. cit., pág. 9). Freud rechazó el sentimiento de inferioridad pero asumió la extranjería, lo cual lo familiarizó tempranamente con el rol de opositor y proscrito por la mayoría. Poco después refiere que "el giro sobrevino en 1882, cuando mi veneradísimo maestro corrigió la generosa imprevisión de mi padre advirtiéndome, con severidad, que dada mi mala situación material debía abandonar la carrera teórica" (op. cit., pág. 10). Para ese entonces Freud ya contaba con 26 años. En otro texto cuenta: "me hice médico porque me vi obligado a desviarme de mi propósito originario, y mi triunfo en la vida consiste en haber reencontrado la orientación inicial mediante un largo rodeo Además nunca jugué al doctor" (Freud, 1926, pág. 237).
Las citas escogidas pertenecen a Freud adolescente y a Freud ya de 70 años contando acerca de su adolescencia, en particular, las vicisitudes de su elección profesional. Los rasgos más salientes de las expresiones freudianas son: 1) un estado de duda, expectativas, desconcierto e inseguridad; 2) sentimiento de tristeza (localizado en su interlocutor) por tener que abandonar la propia casa; 3) preocupación por el futuro y la mediocridad; 4) relación entre ideales ("metas más al tas"), ambiciones ("éxitos más claros", temor a la mediocridad) y vínculos fraternos ("rivales más fuertes"); 5) desmentida de la realidad (económica) en relación con su padre; 6) decepción de su padre y sustitución por un maestro; 7) importancia de la pulsión (apetito) de saber e investigar; 8) el problema del origen. Como bien lo señaló el propio Freud, esta constelación se resolvió tras un "largo rodeo", consistente en la temporalidad necesaria para resolver aquellas "preocupaciones por el futuro" que no debían ser tomadas "a la ligera". Al mismo tiempo podemos destacar que todo este proceso estuvo signado por el problema del origen (judío) y la relación con una exterioridad diferente y hostil. En rigor, el problema del origen aparece en diferentes dimensiones: a) por su origen judío, b) por la relación entre su padre y los problemas económicos, c) por el largo rodeo a través del cual va recuperando sus inclinaciones iniciales, d) por la construcción de una ciencia que indaga sobre los orígenes (infancia, tiempos primordiales, etc.) (1). También consignemos que Freud alude la importancia del juego infantil como un antecedente particular en la construcción de la vocación. Lo que deseo subrayar es que la novela vocacional del adolescente comprende los ocho elementos enumerados, cuyo desenlace se dará a través de un "largo rodeo" en el cual el sujeto deberá ir encontrando los mejores modos de conciliar las exigencias de sus deseos, de sus ideales y tradiciones y de la realidad. Recordemos que Freud (1908) pensaba que el trabajo de la fantasía se enlaza a una vivencia actual que despierta un deseo y evoca así antiguas impresiones, creando una situación futura para el cumplimiento del deseo.
Cuando Freud abandonó la idea de estudiar abogacía para ser un investigador de la naturaleza, podemos preguntarnos, en el marco de los estudios sobre los lenguajes del erotismo (Maldavsky 1998, 1999), si ello respondió a un cambio en la hegemonía de alguno de tales lenguajes. Jones, en su biografía de Freud, alude a este hecho y señala que curiosamente el único examen que aquel no aprobó en su vida fue el de medicina legal. El biógrafo, citando a Bernfeld, refiere que Freud renuncia a su afán de poder sobre los hombres para alcanzar el poder "más sublime" sobre la naturaleza. En un terreno teórico, Maldavsky (1996) reseña los diversos conceptos que Freud desarrolló apelando al discurso jurídico (ley, juicio, pleito, desestimación, etc.) apuntando que "pagó generosamente estos préstamos tomados del terreno legal haciendo muy diferentes aportes al estudio de problemas jurídicos" (pág. 215). Tal vez aquel cambio del derecho hacia la investigación suponga un cambio desde el predominio de la erogeneidad anal primaria hacia la erogeneidad fálico uretral, vía renuncia de la primera y sublimación de la segunda.
La metamorfosis de la paternidad (en el niño)
La metamorfosis de la pubertad, con la aparición del erotismo genital en la economía psíquica, impone al yo un largo y complejo proceso. Alrededor de los 8 o 9 años, se produce una modificación pulsional de ingentes consecuencias. Se trata del surgimiento de una nueva pulsión, la genital, primero como tensión y más tarde, ya en el tiempo de la pubertad, como posibilidad de descarga, de satisfacción. Señala Freud que con "el advenimiento de la pubertad se introducen los cambios que llevan a la vida sexual infantil a su conformación definitiva. La pulsión sexual era hasta entonces predominantemente autoerótica, ahora halla al objeto sexual" (1905, pág. 189). La emergencia de dicha pulsión reactiva los primitivos complejos en su componente sensual, pero esta reinvestidura resulta incompatible con las corrientes defensivas que impusieron la inhibición en la meta pulsional, transformándola en ternura. En este período el aparato psíquico puede realizar nuevos enlaces preconcientes que permiten anular el paréntesis impuesto por la represión a la investigación sexual infantil. Este redescubrimiento se relaciona con el nuevo significado que adquieren ciertas palabras relativas a las prácticas sexuales. Se constituye un nuevo tipo de representación preconciente cuyo resultado es la representación prostituta, como objeto de deseo y/o identificación. Se trata de una transacción entre el saber acerca de la sexualidad de los padres, básicamente de la madre, y la imposibilidad de reconocer este hecho. La configuración de esta representación preconciente, el complejo de la prostituta, refiere a un objeto de deseo no incestuoso, con un nombre específico, a diferencia de los términos genéricos padre/madre de los objetos edípicos. El surgimiento de esta fantasía, entonces, es correlativo del nuevo empuje pulsional, el cual intensifica la nostalgia del anterior objeto de amor incestuoso, que había sido reprimido (con la consiguiente transformación en ternura ya mencionada). La nostalgia del anterior objeto de amor es incompatible con el destino del complejo de Edipo y ello constituye una contradicción para lo anímico que se resuelve en el complejo de la prostituta.
Esta nueva voluptuosidad marca el inicio, a partir de las transformaciones acaecidas en el yo y en el superyo, de un nuevo pensar que produce nuevos juicios. Se trata de nuevos juicios en tanto estos ya no derivan de percepciones sino de deducciones, de las cuales deriva el juicio de la castración materna; la madre ahora quedará incluida en la clase mujeres. Igualmente, surge en el preconciente un juicio traumatizante que importa grandes consecuencias en la vida psíquica posterior, se trata de la inclusión del padre en un lugar en una serie, la escala laboral (2). Si frente a este proceso se mantiene la corriente psíquica de la desmentida ya será entonces una desmentida patológica, en tanto implica oponerse a un proceso deductivo, a la posibilidad de establecer inferencias, y no tan solo a la percepción.
El final de la adolescencia supone dos logros: el hallazgo de un objeto heterosexual no incestuoso y el desasimiento de la autoridad de los padres. La fantasía de la prostituta corresponde, entonces, a un momento intermedio entre el hallazgo de dicho objeto y la fijación al objeto incestuoso. La prostituta marca a una mujer investida eróticamente y escindida de la imagen materna ("salvada") que queda investida en el preconciente con pulsiones coartadas en su fin, las mociones tiernas.
Se advierte así la separación entre las corrientes tierna y sensual, separación que si se mantiene más allá de la adolescencia conduce a la doble elección de objeto en el hombre y a la doble identificación en la mujer. En El malestar en la cultura Freud establece correlaciones entre paternidad y trabajo, por un lado, y maternidad y vínculos inmediatos, por otro. De este modo, en la representación-prostituta, la corriente sensual queda unida al trabajo, a una actividad (acto sexual) que se realiza a cambio de una determinada paga. Es decir que la articulación sexualidad-prostituta agrega un nuevo componente, el dinero (3). Para que se constituyan como lógicas autónomas desenlace esperable- es necesario que en el preconciente verbal se instalen las leyes correspondientes al pensar abstracto. El desenlace ideal, esperable, concluye en la separación de ambas lógicas que se plasman en lo mundano como dos espacios diferenciados en los que la obtención del placer se liga a distintas alternativas pulsionales.
La represión de la fantasía de la prostituta impide que trabajo y amor se constituyan como dos procesamientos autónomos pudiendo quedar la sexualidad investida como un medio cuyo fin supone la extracción de bienes.
Como ya hemos visto, a partir de que el niño ubica al padre en la escala laboral se produce la caída de este de su lugar de ideal; el pequeño ya no lo cree rey ni lo supone omnipotente. Este desenlace deriva de la intelección de la diferencia entre juego y trabajo, el niño conquista la categoría trabajo como distinta del juego. Cuando el padre sale de su hogar, el niño, primero, identifica esta actividad a la propia, el juego, regulada por el principio del placer. Posteriormente comprende que la actividad laboral implica un uso diferente del cuerpo; el trabajo se rige por otros criterios, como el de lo útil. Este desenlace psíquico deriva de que el niño atribuye al padre lo que sufrió sobre sí mismo, esto es, que su vida pulsional es comandada por lógicas cada vez más complejas. Tales lógicas imponen pasos intermedios más elaborados antes de consumar la acción que procura la satisfacción. Todo ello ocurre como consecuencia de la sobreinvestidura de la palabra como forma de expresión de los propios pensamientos.
La cultura y el desarrollo individual, entonces, reposan sobre sucesivas renuncias pulsionales. Como hemos notado, tales renuncias alcanzan a la meta sexual de las pulsiones, pudiendo ejercer la sublimación sobre aquellas, de modo de sortear la denegación del mundo exterior. Esto se consigue, por ejemplo, a través del "trabajo psíquico e intelectual" , cuando uno se las arregla para elevar suficientemente la ganancia de placer. Por lo tanto, renuncia, en este caso, no supone la supresión de la satisfacción o inhibición alguna, sino su postergación, acorde a unos fines regulados por el sentido de lo útil, y, con ello, la disminución en la intensidad del placer obtenido.
Erogeneidad e ideal del yo
La tramitación anímica del erotismo genital, entonces, conduce al desasimiento de la autoridad de los padres y el hallazgo de objeto sexual específico. No obstante, hasta aproximadamente los 18 años, todas estas tareas psíquicas quedan relativamente postergadas, mientras se consuma lo central del desarrollo corporal. Recién en ese momento aquellas exigencias anímicas se imponen con más fuerza. También importan la constitución de un ideal (separado del yo) y de la consiguiente representación-grupo.
El ideal del yo es una instancia anímica cuya función posee gran importancia en el desarrollo de lazos comunitarios. Sus funciones son, entre otras, establecer proyectos significativos, elaborar las desilusiones y proveer sentido a los vínculos fraternos. Dicha instancia anímica puede ser examinada por su forma y por su contenido. Lo segundo implica pensar los ideales como resultado y d ecantación de la erogeneidad; las pulsiones resultan así traspuestas en valores específicos en el ideal. El ideal del yo surge como resultado de las transformaciones acaecidas sobre la propia erogeneidad que se destila como valor. Las diferentes fijaciones pulsionales determinan la producción de rasgos específicos en cada contenido del ideal. Las observaciones clínicas señalan la correspondencia de cada fijación pulsional con un valor que, a su vez, halla su expresión como lenguaje del erotismo y como modo particular de establecer vínculos interindividuales significativos. La erogeneidad primordial, por ejemplo, que inviste los propios órganos y procesos intrasomáticos, es el punto de fijación de los pacientes psicosomáticos. Esta sensualidad se expresa en lo anímico en términos de ganancia, término que alude a una realidad utilitaria, numérica. El ideal de la ganancia, entonces, expresa la incidencia específica de la libido intrasomática y cuando predomina este ideal, y el yo se adhiere a él, deviene una estructura de carácter sobreadaptado y, cuando supone que es el otro el que obtiene una ganancia surge la manifestación psicosomática.
En cuanto a la forma, se trata de considerar los ideales en función de su creciente grado de abstracción y abarcatividad, tal como Freud señaló que la libido homosexual (apartada de su meta sexual) apoyada en la autoconservación "gestan así la contribución del erotismo a la amistad, la camaradería, el sentido comunitario y el amor universal por la humanidad" (Freud, 1911, pág. 57). Esta cita aprecia un conjunto de representaciones-grupo con un grado creciente de abarcatividad y abstracción de la amistad a la humanidad-. Ello supone, asimismo, que tales ideales se tornan gradualmente más impersonales y, por lo tanto, más inaccesibles a la identificación en términos de la ilusión de omnipotencia. Dicha ilusión aparecerá de allí en más como la meta de todo querer alcanzar del yo. En este sentido, las transformaciones formales del ideal son el resultado psíquico que mudan las decepciones en conquistas psíquicas.
Contenido y forma, entonces, suponen la combinatoria entre exigencias libidinales y de la realidad en el ideal del yo. Tal como sostiene Maldavsky (1991), de cada una de estas formas y contenidos derivan representaciones-grupo específicas, cuyo desarrollo en lo anímico constituye el fundamento de los nexos comunitarios que el individuo establece. Dicho autor, basándose en las propuestas freudianas, ha categorizado seis contenidos del ideal: ganancia, verdad, amor, justicia, orden, dignidad y belleza. Por otra parte, ha distinguido cinco formas del ideal: totémico, mítico, religioso, de las cosmovisiones y científico-ético. Si la realidad exterior se genera por un proceso proyectivo, esta transformación complejizante del aparato psíquico genera un exterior, lo social, en el que el yo se inserta. La pulsión social, entonces, inviste un tipo de representación-grupo en el que el yo encuentra un ámbito para insertarse laboralmente. Hemos visto que Freud considera la complejización de los ámbitos de inserción del yo en términos de una cada vez mayor abstracción y abarcatividad. Se trata de un producto anímico desarrollado en el yo de cada individuo a partir del cual este se inserta y realiza acciones en grupos específicos. La inclusión del yo en la vida institucional impone la producción de una lógica diferente y más compleja que la requerida para la participación en el grupo familiar o de amigos. Entre otros factores, en el caso del trabajo, la mayor sofisticación deriva de las exigencias en cuanto al procesamiento pulsional que ateniéndose al miramiento por lo útil, impone una mayor postergación de su satisfacción.
Desde la teoría de las representaciones el superyo consiste en un conjunto de frases que tienen las características de un imperativo categórico. Estos mandatos resultan leyes inapelables y el yo se rinde sin crítica (tal como sucede con el discurso de quien está ubicado en el lugar del ideal). El imperativo categórico central es el que surge con la prohibición edípica: "así como yo has de ser, pero así como yo no has de hacer". De este imperativo luego surgen otros que derivan de las distintas pulsiones: de la pulsión sexual surgen mandatos que prohiben la masturbación, o ciertas metas u objetos contrarios a la procreación. Desde la pulsión de muerte, la orden impone el registro de la finitud de la propia vida. De la pulsión de autoconservación, por último, la indicación queda expresada en términos de ¡ganarás el pan con el sudor de tu frente!, esto es, la necesariedad de trabajar para sustentar las necesidades orgánicas. Inicialmente el yo se rebela contra estos imperativos y sólo posteriormente logra conquistar las razones de estos mandatos y así puede transformar la obediencia ciega en acuerdo con el superyo (cuyo ideal tiende a realizar). Desde la teoría de las funciones el superyo actúa como portador de los ideales del yo. Así lo describe Freud: "Pero esta situación en apariencia simple se complica por la existencia del superyo, quien, en un enlace que aún no logramos penetrar, reúne en sí influjos del ello tanto como del mundo exterior y es, por así decir, un arquetipo ideal de aquello que es la meta de todo-querer alcanzar del yo: la reconciliación de sus múltiples vasallajes"(1923, pág. 157). El ideal del yo contiene, entonces, un conjunto de pensamientos sobre la meta a la que se puede aspirar y también acerca de qué es lo exigible para cada quien.
Para indagar la creación de ámbitos laborales detengámonos un momento en una fantasía que Freud describe en un imaginario adolescente: "supongan el caso de un joven pobre y huérfano, a quien le han dado la dirección de un empleador que acaso lo contrate. Por el camino quizá se abandone a un sueño diurno, nacido acorde con su situación. El contenido de esa fantasía puede ser que allí es recibido, le cae en gracia a su nuevo jefe, se vuelve indispensable para el negocio, lo aceptan en la familia del dueño, se casa con su encantadora hijita y luego dirige el negocio, primero como copropietario y más tarde como heredero. Con ello el soñante se ha sustituido lo que poseía en la dichosa niñez: la casa protectora, los amantes padres y los primeros objetos de su inclinación tierna"(1908, págs. 130-1). Se trata de un relato en el que se advierten la eficacia de la desmentida, el anhelo de felicidad y pone en evidencia, además, los deseos edípicos y las exigencias del superyo. La búsqueda laboral en un adolescente tardío como podríamos suponer en el ejemplo de Freud- se desarrolla en un momento en que se torna inevitable el logro de la tarea psíquica del desasimiento de la autoridad de los padres. Estos han sido desinvestidos como ideales y ello deja al adolescente en un estado de orfandad que lo lleva a procurarse modelos extrafamiliares. En este proceso, en que se desarrolla el encuentro de un lugar para el yo en grupos jerárquicos, tiene un papel relevante un tipo de representación que Freud denomina el iniciador. El yo del adolescente tiene como destino insertarse en diversos ámbitos para desarrollar sus vínculos laborales. Estos vínculos se despliegan inicialmente como relación del yo con las representaciones, y luego se trasmudan en un vínculo con los otros. El iniciador es una representación inconciente que tiene el valor de una transacción entre los deseos edípicos y el narcisismo, por un lado, y la exigencia de insertarse en espacios laborales por otro. El iniciador laboral realiza dicha transacción entre la necesidad de trabajar y el temor a seguir el destino supuesto en el padre, del cual el niño se ha decepcionado. El psiquismo del adolescente genera relaciones jerárquicas en que alguien ubicado en el lugar de jefe o maestro ocupa el lugar hegemónico, con un grupo de iniciados ubicados en distintos estratos y categorías. Los vínculos homosexuales (que se observan claramente en el grupo de pares de los adolescentes) quedan transformados en términos institucionales. En el relato del adolescente imaginario de Freud encontramos el vínculo homosexual transformado en enlace jerárquico con un jefe y, a la vez, sustentado aun por un encuentro con el objeto heterosexual.
Por último, creo que el iniciador puede aparecer representado tanto por la figura de un ídolo como de un maestro, pero también constituye la base anímica desde la cual adquiere significatividad el orientador. Este, además de realizar las tareas y técnicas propias del encuadre, ocupará el lugar de quien sostiene el tránsito hacia la exterioridad y la pérdida de la ilusión de omnipotencia.
Comentarios finales
He trazado hasta aquí un panorama que permite comprender la importancia de la problemática vocacional/ocupacional durante la adolescencia tardía. También propuse considerar la pertinencia del lugar del orientador vocacional desde la perspectiva de las transformaciones del vínculo-padre y su relación con los conceptos de iniciador e ideal del yo. Finalmente deseo aludir a la crisis actual que atraviesa nuestro país, la que sin duda afecta de modo especial en la resolución de la problemática vocacional. Por un lado, en tanto se ven reducidas las posibilidades de insertarse en el mercado de trabajo, con inevitables consecuencias en el desarrollo de la propia autonomía. Por otro lado, podemos advertir un proceso de descomplejización de los vínculos comunitarios. Si tal como dice Freud la cultura descansa sobre la compulsión y la renuncia, surge la pregunta no solo sobre la disposición a trabajar (4) sino sobre los efectos de una sociedad que no provee los recursos a través de los cuales sostener la compulsión y los imperativos del superyo cultural. Ojalá nuestro trabajo contribuya para que los adolescentes puedan, como decía B. Shaw, escoger en la línea de la mayor ventaja y no ceder en la de la menor resistencia.
Notas
(1) Freud ha citado numerosos versos y aforismos relativos a la relación entre el origen y la paternidad, tales como "Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo" de Goethe, o aquel que dice "el niño es el padre del hombre".
(2) Dice Freud: "a medida que avanza en su desarrollo intelectual el niño no puede dejar de ir tomando noticia, poco a poco, de las categorías a que sus padres pertenecen. Conoce a otros padres, los compara con los propios, lo cual le confiere un derecho a dudar del carácter único y sin parangón a ellos atribuidos. Pequeños sucesos en la vida del niño, que le provocan un talante descontento, le dan ocasión para iniciar la crítica a sus padres y para valorizar en esta toma de partido contra ellos la noticia adquirida de que otros padres son preferibles en muchos aspectos" (1909, pág. 217). "El varoncito empieza a salir de la casa y a mirar el mundo real, y ahí fuera hará los descubrimientos que enterrarán su originaria alta estima por su padre y promoverán su desasimiento de este primer ideal. Halla que el padre no es el más poderoso, sabio, rico; empieza a descontentarle, aprende a criticarlo y a discernir cuál es su posición social " (1914, pág. 249).
(3) El tema del dinero constituye un largo capítulo dentro del psicoanálisis. Podemos establecer nexos entre dinero y erotismo anal o bien con el erotismo intrasomático y el ideal de la ganancia. En relación con lo que estamos desarrollando en el presente artículo, cabe señalar la complejidad que en ocasiones adquiere, para los jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo, la inclusión del dinero a cobrar, sobre todo cuando comienzan a trabajar en lo que les gusta. Simmel (1926) ha relacionado el dinero (en una actividad profesional) con componentes anales, incestuosos y sentimientos de culpa, por lo cual, puede darse el caso de quien "evita una inhibición en su práctica a cosa de una inhibición en ganar dinero" (pág. 217). Sin duda existen múltiples alternativas, tanto en relación con la significación del dinero cuanto de la posición de quien debe cobrar. Todo ello es materia de examen de otro artículo en preparación.
(4) Freud refiere que "el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad, por los seres humanos. Uno no se esfuerza hacia él como hacia otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos solo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo deriva los más difíciles problemas sociales" (1930, pág. 80, n. 6).
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(*) Publicado en Actualidad Psicológica N° 303