Investigación à Psicoanálisis

Teoría de la Investigación en Psicoanálisis

La investigación en el campo de la subjetividad

Gabriel O. Pulice

Conferencia dictada en la UDA, en mayo del 2010.

1° reunión
21/05/10

C. Brandi: (presentación del libro y de la conferencia)

Gabriel Pulice: Quería comenzar la charla de hoy contándoles algo de nuestro recorrido, algunas ideas que fuimos desarrollando en los últimos años acerca de la investigación en psicoanálisis… Hablo en plural porque lo que voy a presentar hoy es en muy buena medida un trabajo compartido con dos colegas, Oscar Zelis y Federico Manson, que es con quienes empezamos un recorrido que comenzó hace ya unos cuantos años, un poco como jugando, en un momento en el que compartíamos cierto espacio institucional y quedamos a cargo del área de investigación.

En relación a los temas que pensaba trabajar hoy, me interesa poder situar las primeras preguntas con que nos fuimos encontrando… En primer lugar, cómo pensar este cruce entre la investigación y el psicoanálisis. Podríamos decir que en el último tiempo —estoy hablando, tal vez, de los últimos diez o quince años, no mucho más— la investigación en el campo del psicoanálisis dejó de ser mala palabra. Durante mucho tiempo fue un término desprestigiado. Vieron que hay palabras y conceptos que tienen su tiempo de desprestigio, y en algún momento las cosas se ponen de nuevo en su lugar. En realidad, tuvo su tiempo de desprestigio —ahora vamos a ir viendo a partir de qué momento, esto tiene que ver con una intervención de Lacan que ya vamos a comentar—, pero podríamos decir que al contrario de eso, en el inicio de la experiencia analítica Freud le asigna a la investigación un lugar esencial. De algún modo, nosotros nos hemos reencontrado con este espíritu freudiano que se pone en juego ahí donde la clínica y la investigación son, para él, inalienables.

Vamos a trabajar en relación a eso una expresión freudiana muy interesante y que también incluye otro término que tiene mala prensa dentro del campo del psicoanálisis, ahí donde Freud, vinculado a la investigación, habla de que es la vía por la que el psicoanálisis encuentra su poder terapéutico, en esta conjunción entre el curar y el investigar. El poder terapéutico, pero fundamentalmente lo «terapéutico» de ese poder, también es algo que ha sido puesto en cuestión, y durante mucho tiempo se planteó como algo ajeno al psicoanálisis, allí donde el psicoanálisis se situaba en las antípodas de una terapéutica. Son conceptos que interesa ponerlos en contexto, interesa interrogarlos, por ejemplo, cómo conjugar esa búsqueda del poder terapéutico en Freud con otro concepto esencial en el campo del psicoanálisis: el concepto de abstinencia. ¿Cómo conjugar la búsqueda del poder terapéutico con la abstinencia?

El punto siguiente que me interesa abordar tiene que ver con la delimitación del campo del psicoanálisis… Sería sencillo plantear que su campo de incumbencia coincide con el campo de lo inconsciente. Esto es una suerte de verdad que no presenta dificultades para ser tomada por los psicoanalistas por valedera; probablemente, ningún psicoanalista estaría en desacuerdo con esto; pero pensamos que también tendría su interés poder plantearnos esa delimitación entrándole por otro costado, por ejemplo, poder situar sus bordes a partir de determinar, a su vez, cuáles son los límites de la genética, los equívocos que se generan en la asimilación del código genético con el lenguaje, ahí donde esta joven ciencia, la genética, que es una de las abanderadas del siglo XXI y que tiene toda la frescura del descubrimiento nuevo, encuentra sin embargo sus límites, tal como lo hemos desarrollado extensamente en otro lu gar, a propósito de la historia de Gattaca, en donde la pregunta fuerte que allí se planteaba aparecía explicitada en el mismo slogan de difusión del filme: «…Puede la ciencia manipular el alma humana...»1.

Bueno, retomo este breve punteo sobre los temas de nuestro interés: «Introducción a la problemática del objeto y el método». Sobre ello, vamos a ver algunas indicaciones muy interesantes de Heisenberg, que es uno de los exponentes más importantes de la física —más precisamente de la física atómica— de la primera mitad del siglo XX, siendo uno de los investigadores que participó en los preliminares de la creación de la bomba atómica. Hay una historia muy interesante en relación a esto, que nosotros hemos tomado para indagar las cuestiones relativas a la ética en la investigación; esto quiere decir, qué uso se hace de aquello que se investiga o se descubre, aquello que se encuentra como fruto de una investigación, y cómo hay decisiones en juego que tienen que ver ya con la problemática del sujeto de la investigación. Se trata del encuentro de Copenhague, en el que se abre una fuerte discusión de profundas implicaciones éticas acerca de la subjetividad y el deseo del investigador2.

Es decir, por la vía de una interrogación surgida en el seno de la Física, nos hemos internado propiamente en ciertas cuestiones que implican la investigación del sujeto, es decir, tomando al sujeto como objeto de la investigación; lo que interesa en el campo de la investigación en psicoanálisis —pero no solamente— también podemos tomarlo en un sentido más amplio, poniendo en examinación al sujeto que investiga, desde dónde investiga, qué posición ética es aquella desde la que investiga, en donde las formulaciones de Heisenberg nos alejan considerablemente de cierta idea ingenua en relación al investigador científico, esa idea de que el investigador sería alguien que simplemente se deja llevar por el genuino deseo de investigar. Hay algo que Heisenberg señala ahí, que nosotros tomamos porque nos parece muy interesante viniendo del campo de una de las ciencias duras, que este autor ubique allí la dimensión de lo inconsciente en el investigador, allí donde el investigador «…puede hacer lo que quiera —dice— pero no puede querer lo que quiera». Aquí introduce una dimensión en donde ese deseo del investigador está sustraído del ámbito de su conciencia. En relación a esto, que va a ser hoy nuestro punto de llegada, vamos a introducir luego cierto modelo que encontré hace ya muchos años, y me ha resultado de mucha utilidad para poder pensar algunas cosas acerca de la consistencia de la realidad psíquica, la topología del aparato psíquico, y otras cuestiones como la relación entre las dos dimensiones clínicas de las que habla J. A. Miller en un texto de hace muchísimo tiempo, Síntoma y fantasma, y algunas otras cosas que se desprenden de allí relativas a la ontología del inconsciente.

Les comentaba recién sobre la posición de Freud sobre la investigación, y les decía que hubo cierta intervención de Lacan que tuvo efectos un poco catastróficos sobre este término; y hay que ver el contexto en el que él se pronuncia... Hoy estamos, en este encuentro, hablando de psicoanálisis en una Universidad, cuando en realidad la compatibilidad del discurso analítico con el discurso universitario ha sido un tema muy arduo, también trabajado por Lacan en toda su complejidad, retomando aquello que Freud planteaba en relación a los imposibles del psicoanálisis. Para las universidades, abrirle las puertas al psicoanálisis no fue un movimiento que se diera de un día para el otro; y a los psicoanalistas tampoco fue algo que les interesó de un día para el otro, abrirse las puertas de las universidades. En ese momento, en el año 64, que es cuando Lacan se desvincula de las instituciones oficiales, él pronuncia esta especie de proclama, que termina cayendo como una sentencia sobre el concepto de investigación: «Quisiera, desde ahora, evitar un malentendido. Se me dirá: de todas maneras, el psicoanálisis es una investigación. Pues bien, permítaseme enunciar, incluso para los poderes públicos, para quienes este término de investigación, desde hace algún tiempo, parece servir de schibbolet, de pretexto para unas cuantas cosas que no me fío de dicho término. En lo que a mí respecta, nunca me he considerado un investigador. Como dijo una vez Picasso, para gran escándalo de quienes lo rodeaban: no busco, encuentro». ¿A qué se refiere Lacan, cuando dice «como pretexto para unas cuantas cosas»? De lo que está tomando distancia aquí es del manejo burocrático de las instancias de investigación en el ámbito académico tal como eso aparecía planteado por entonces en Francia, en donde los dispositivos de investigación eran el pretexto para asegurarse algo más que una beca, presentándose investigaciones que en realidad no conducían más que a la renovación de la beca del investigador y sus resortes de poder.

La verdad es que si uno lo piensa, sigue habiendo actualmente bastante de eso; no podemos decir que todo el andamiaje del campo de la investigación en las universidades funcione así, pero la verdad es que en buena medida sigue teniendo razón... El problema es que hubo allí un desvío de la carga afectiva, y eso que él estaba cuestionando en relación al andamiaje burocrático, termina deslizándose sobre el concepto mismo de investigación. Más adelante nos encontramos con un posicionamiento distinto de Lacan, que dice «…comienzo a hacer lo que implica el término búsqueda: a girar en redondo…»; estamos en el tiempo de los nudos, es un pasaje del seminario 23; «Hubo un tiempo en el que yo era un poco estridente. Decía como Picasso —porque eso no es mío yo no busco, encuentro. Pero ahora me cuesta más desbrozar mí camino». Nos encontramos con un Lacan que, podría decirse, dejó de encontrar o ya no encontraba tan fácilmente. Además se le presentaba otra dificultad, que tiene que ver con lo que va a pronunciar dos años después: «Actualmente no encuentro, busco. Busco, e incluso algunas personas no encuentran inconveniente en acompañarme en esta búsqueda». Dice esto, pero también dice que muchas veces tiene la sensación de hablarle a las paredes. De hecho, se puede decir que en los últimos años Lacan produce un avance en sus conceptualizaciones, por ejemplo, todo el giro borromeo, aún no puede decirse que se hayan terminado de sacar todas las consecuencias clínicas de esas formulaciones. En el campo del psicoanálisis, por ejemplo, nos seguimos manejando con las categorías nosográficas previas; cuando , en realidad, lo que Lacan introduce con esta formulación de los nudos viene a poner en cuestión el ordenamiento nosográfico precedente.

Hay un texto muy interesante de Colette Soler, La querella de los diagnósticos, acaba de salir y lo ha publicado nuestra editorial, pero es coincidencia, no tengo comisión por ese libro (risas). Allí la autora sitúa justamente eso, que quedó ahí algo que Lacan no llegó a desarrollar porque no le dio el tiempo, y puede decirse que los analistas todavía estaban demasiado ocupados en desbrozar todo lo que él había introducido en una época previa que fue también muy compleja, a partir de la formalización del objeto a y todo lo que vino después, la lógica del fantasma, el seminario sobre el acto psicoanalítico, los discursos, en fin... Recuerdo lo que comentaban sobre las intervenciones descabelladas que comenzaron a ensayar los analistas en el momento en el que tuvo difusión el seminario sobre el acto psicoanalítico, y las cosas tan particulares que se generaron a partir de eso, cuando Lacan proponía una clínica en la que ya hacía tiempo aparecía tomando distancia de ese primer momento relativo a la prevalencia del orden simbólico y el trabajo sobre el significante. De algún modo Lacan transita los mismos tiempos que va transitando Freud, ¿no? En Freud nos encontramos con todo un primer tiempo en donde se prevalece la fascinación por el descubrimiento del inconsciente y su interpretación. Freud mismo lo dice: «El análisis, la interpretación y la traducción de los síntomas neuróticos han atraído tanto a los psicoanalistas, que por dedicarse a ellos descuidaron al comienzo los otros problemas de la doctrina de la neurosis» 3. Cuando dice los analistas en realidad estaba hablando de sí mismo, pues era él quien iba a la cabeza de ese movimiento.

Bueno, nos encontramos retomando esta concepción freudiana, lo que les adelantaba hace un ratito en relación a esta expresión de puro cuño freudiano, el poder terapéutico del psicoanálisis, y que nos lleva a una interrogación muy fuerte al conjugarla con el concepto de abstinencia. Esto tiene que ver con ciertas preguntas que nos hacíamos recurrentemente con Federico y con Oscar, acerca de qué motivos podrían hacer interesante la investigación en el campo del psicoanálisis, para qué investigar… Y en ese sentido, una de las respuestas que fuimos encontrando tiene que ver con la apuesta por la producción y la articulación de aquellas herramientas conceptuales y técnicas necesarias para revitalizar la eficacia de nuestra clínica, en la búsqueda de una mayor precisión en la especificidad de cada una de las áreas clínicas de actual incumbencia del psicoanálisis.

Esto se conjuga con una realidad de tendencia muy pronunciada en los últimos veinte o treinta años; incluso hay experiencias de muy antigua data en nuestro país, por ejemplo en la época de Pichón Rivière en el Hospicio de Las Mercedes de los años 40 —hoy conocido como Hospital Psicoasistencial Interdisciplinario "José Tiburcio Borda"—, o las experiencias en el Lanús de Mauricio Goldemberg, donde ya ahí nos encontramos con un trabajo sostenido durante muchos años, desde fines de los años 50 y durante toda la década del 60. Un tiempo raro, porque nos encontramos con la posibilidad de haberse sostenido esa experiencia en una continuidad, en un momento en donde era muy cambiante la orientación política en el país, donde se alternaban gobiernos civiles y militares con las características que suelen tener estos cambios, donde lo primero que se hace es descabezar todas las distintas instancias de las organizaciones e instituciones del ámbito público. Para mí es un enigma cómo es que Goldemberg pudo sostener esa experiencia durante tantos años, pero bueno, lo cierto es que ahí nos encontramos con un ejemplo paradigmático de lo que ha sido la inclusión de los psicoanalistas en el campo de la salud mental, especialmente en el ámbito público. Digo esto porque en la medida en que se empieza a producir esa inclusión de los analistas en las diversas instancias institucionales del ámbito público, cada una con sus distintas especialidades y orientaciones, empieza a producirse un cruce muy complejo pero a la vez muy fecundo…

Podríamos situar otro hecho que tuvo una incidencia muy fuerte, venida del ámbito universitario, a partir de que se produce el retorno a la democracia en el año 1983 con el gobierno de Raúl Alfonsín, una de sus consecuencias es el ingreso a la universidad con cupo irrestricto. Entonces empieza un complejo proceso de transformación que incluye cierta proletarización de las profesiones liberales... Por ejemplo, en el momento en que yo mismo ingresé a la Carrera de Psicología (UBA), a comienzos de 1983, —todavía ni siquiera era Facultad, y estaba en la órbita de Filosofía y letras— ingresamos 280 alumnos; había 800 alumnos en toda la Facultad. Al año siguiente ingresaron a primer año unos 1000 alumnos, con lo cual, en un solo año se duplicó la población de estudiantes de Psicología. En los años siguientes, se multiplicó el ingreso de camadas cada vez más numerosas. Con lo cual se pueden imaginar, de allí en adelante, lo que empezó a ser el problema de la inserción profesional, cada año, de miles de licenciados en Psicología, en un contexto socioeconómico que no fue generando para nada las condiciones propicias para absorber esos mismos profesionales que producía.

Eso dio lugar a que buena parte de esa población de psicólogos —muchos de ellos de orientación psicoanalítica—, en parte por el interés, en parte por la necesidad, empezaron a tener un encuentro mucho más asiduo con una población de pacientes a las que no estaban habituados los analistas, pero que, por otra parte, formados en la Universidad, interesados en las enseñanzas y las ideas del Psicoanálisis, hicieron una apuesta a sostener sus premisas en las diversas instituciones hospitalarias donde fueron encontrando lugar. En ese sentido se abre también un campo muy importante de investigación en nuevas áreas clínicas que requieren una exploración y conceptualización de las peculiaridades de su abordaje. Esto podemos ponerlo en conexión con un señalamiento muy claro por parte de Lacan, por lo menos en dos momentos, y en relación a dos temas distintos. Uno es en su Cuestión preliminar sobre el tratamiento posible de las psicosis, donde él dice claramente —en plena sintonía con la posición freudiana— que no podemos abordar las psicosis desde el psicoanálisis con el dispositivo pensado originariamente para las neurosis. Hay que aclarar que no se trata de que aquel paciente que no encaja en el dispositivo pensado para los neuróticos queda fuera del campo del psicoanálisis, sino que esto obliga a los psicoanalistas puestos a trabajar en cada una de esas áreas clínicas específicas —podemos nombrar otras, además de las psicosis, como el trabajo con pacientes de la tercera edad, con pacientes afectados por el abuso de sustancias tóxicas, trastornos alimentarios, etcétera...— a repensar tanto la modalidad de sus intervenciones como las especificidades a tener en cuenta en la configuración del dispositivo, para que sus intervenciones tengan alguna eficacia…

Formulación que coincide con lo que propone en su Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología , donde retoma estas cuestiones comenzando por diferenciar, en la búsqueda de la verdad, lo que es del orden de la verdad del crimen en su aspecto policíaco, de la verdad del sujeto. ¿De qué forma —se pregunta — pueden ayudar a esta búsqueda la técnica y los conceptos acuñados por el psicoanálisis? En primer lugar, es necesario «…fijar sus límites legítimos, y no ciertamente para propagar la letra de nuestra doctrina sin preocupación de método, sino para repensarla, como nos es recomendado hacerlo incesantemente en función de un nuevo objeto…». En ese sentido, fíjense que hay una apuesta de Lacan que no es solamente la de alentar a sus analizantes o supervisantes a una lucha destinada al fracaso, sino que había realmente una apuesta muy fuerte por su parte a que ese trabajo podía dar sus frutos. Lo que incluye renovar esas herramientas con las que el psicoanálisis aborda cada una de esas poblaciones de pacientes específicas, sin que eso ponga en cuestión la ética del psicoanálisis. Es decir, la apuesta al sujeto deseante, donde poder producir el dispositivo adecuado tiene que ver ni más ni menos que con poder generar las condiciones en las que el sujeto pueda pronunciar al menos una palabra propia...

Entonces, ahí ya no pensamos que el dispositivo son los muebles, el diván, el sillón, la lámpara, el acolchado freudiano... ¿vieron qué linda es la foto del consultorio de Freud...? Lacan no nos dice qué; lo que nos dice es que no importa qué, lo que interesa es que todo eso que se introduzca en la reformulación del dispositivo , en la producción de recursos nuevos, en la reelaboración de la doctrina, se sostiene éticamente desde el campo del psicoanálisis en la medida en que pueda estar al servicio de que el sujeto pronuncie al menos una palabra propia, es decir, que pueda generar en el abordaje de cada sujeto las condiciones de analizabilidad...

El otro término problemático que planteábamos tiene que ver con lo terapéutico del poder terapéutico. Cuando Freud habla del poder terapéutico del psicoanálisis, parece como si nos hiciera pensar en cierta eficacia terapéutica, en el poder de curación, en el poder sanador. Sin embargo, desde el campo del psicoanálisis se sostuvo —y se sostiene, porque no es que sean posiciones que hayan dejado de existir, y hay quienes siguen sosteniendo esta posición, respetable también— lo que se ha sostenido prevalentemente es que si tales efectos terapéuticos llegaban a producirse en el recorrido de un análisis, era sólo por añadidura, como si el analista debiera desentenderse de que sus intervenciones o el recorrido de un análisis por él conducido produjera algún efecto en ese sentido, como si fuera algo que quedaba situado como ajeno al interés de los psicoanalistas.

No obstante, esto se puede entender de otra manera. En ese sentido, yo había recortado dos fragmentos de dos autores distintos. Uno es Daniel Millas; no sé si lo conocen, si han oído hablar de él; desde hace muchos años, por lo menos quince años o más es el director del hospital de día del Hospital Álvarez, que es un servicio de hospital de día que funciona en un hospital público, un servicio muy prestigioso que tiene una circulación, una afluencia muy importante de alumnos de la Facultad de Psicología y de otras facultades que hacen allí sus pasantías, y también hay concurrentes y residentes. Bueno, él decía que «…podemos hacer nuestra la afirmación de que si no fuera por los resultados terapéuticos, el psicoanálisis no sería más que un delirio». Tomaremos otro fragmento de un libro también muy interesante de Eric Laurent —éste no es de Letra Viva, pero también se los recomiendo—, ya el título del libro, Psicoanálisis y salud mental, en ese momento resultaba totalmente provocador, era una provocación, de algún modo, poner en conversación al psicoanálisis y la salud mental. En la contratapa del texto dice: «Ante los desafíos que presenta la salud mental, el autor explica por qué el psicoanálisis es una práctica eficaz, y por qué puede seguir sosteniendo esta eficacia, que, al presentarse como el revés del lugar del sentido dentro de la civilización, tiene su importancia sobre el síntoma, especialmente en un siglo XXI en el cual lo que no tenga eficacia no va a tener lugar». Esto cobra una importancia muy fuerte en un momento en donde se puede decir que hay una descarnada lucha de poder en el campo de la salud mental. No sólo en nuestro país; en Francia hace unos pocos años hubo una situación que generó una polémica muy fuerte, en relación a la regulación de las psicoterapias por parte del Estado. Esto generó distintos posicionamientos entre los psicoanalistas; desde decir «Que saquen la ley que quieran, si total esto no nos incumbe, si el psicoanálisis no es una psicoterapia», hasta quienes también entendieron que esa posición era dejar a los psicoanalistas marginados de una cantidad de espacios de trabajo que también eran interesantes para ellos; por ejemplo, todo lo relativo a la regulación de la práctica clínica en el ámbito de las obras sociales, en el ámbito de los hospitales, en donde dejar que se promulgara una ley así pensando «Que pongan lo que quieran, total a mí no me toca la ley», por lo menos podemos decir que es una posición un tanto curiosa.

Nosotros nos encontramos en nuestro país con algo que aparece planteado de otra manera... se está avanzando en la promulgación de leyes en el campo de la salud mental; en la Ciudad de Buenos Aires, en el año 2000, se pronunció la ley 448... Se promulgó la ley, pero hacerla de cumplimiento efectivo sigue siendo una batalla campal; cosas que tienen que ver, por ejemplo, con que queda un cargo vacante porque se jubiló un psiquiatra en determinado hospital, y entonces hay que concursar el cargo, y se arma cada batahola…!!!, en donde desde la corporación médica es inadmisible que los psicólogos —no hablemos ya de psicoanalistas, porque eso sería delirante—, los psicólogos puedan concursar de igual a igual para disputar un cargo hospitalario con ellos.

En ese sentido, lo que sí podemos ver es que, por ejemplo, la regulación de las psicoterapias en las obras sociales, ante la falta de una legislación nacional, aparece do minada por la conveniencia de las empresas, esto es, el ideal de las terapias cortas y eficaces, en donde se asimila equívocamente lo corto a lo eficaz. Pero bueno, eso permite entender, por un lado, que haya una predilección por ciertas orientaciones como el conductismo o las psicoterapias breves, en desmedro del psicoanálisis. Y se puede decir que en realidad se coarta el libre albedrío del usuario. Estaba leyendo, a propósito de todo el revuelo que se había abierto en Francia, una intervención de J. A. Miller, quien decía que los psicoanalistas conquistaron un campo muy importante habida cuenta de la cantidad de gente que se ha encontrado no sólo con la posibilidad de leer sobre las experiencias de los analistas, sino de hacer uso de eso, de beneficiarse y de tener sus experiencias de análisis... digámoslo en términos comerciales: se generó una clientela que ahora de pronto aparece cercenada por la Dirección Médica de las distintas obras sociales que eligen por el usuario cuál es la orientación que el usuario debe tener, se lo priva de una elección allí donde alguien podría decir «En mi obra social, tengo conductistas, tengo psicoanalistas, tengo análisis del yo, tengo lo que sea, elijo lo que quiero …». Bueno, esta es una elección que aparece de antemano cercenada… Creo que es algo para pensar, porque tiene que ver con poder situarnos como psicoanalistas, pero también con una posición profesional entrelazada a las cuestiones ciudadanas, en cuanto somos también...

Alumno: Quería comentar la experiencia de una persona conocida que, al momento de iniciar una terapia por su obra social, no salía aclarado, pero parecía que había psicólogos de las distintas clínicas; pero la obra social le reconocía doce sesiones. De esa manera se está cortando el trabajo analítico, porque se sabe que en comparación con otros es un poco más extenso.

Sí, reconocer doce sesiones sería una apuesta a una cura milagrosa; uno podría decir que mejor, con ese dinero, por qué no consultar a una bruja, que puede tener más chances de liberarlo de algo en doce encuentros. Sí, efectivamente; en cada Obra Social se plantean problemas distintos, porque en la paleta de las obras sociales nos encontramos con manipulaciones de distintos colores; no todas se manejan igual. Algunas tienen reintegros sin importar el color de la orientación que tenga el psicólogo. Sí tiene que tener un título habilitante, entonces hay cierta cuestión también problemática para algunos psicoanalistas, pero yo creo que prevalecen en otra generación; no viene al caso decir nombres, pero hay psicoanalistas muy reconocidos que no tienen título universitario, que en su momento no se planteaban como una opción si tenía sentido estudiar la carrera de psicología en una universidad; «No tiene sentido, porque voy a hacer la carrera de Psicología, no tiene nada que ver esto con el psicoanálisis, o muy poco, y puedo tener una formación de calidad fuera del ámbito universitario». Actualmente eso es algo que se viene revirtiendo, creo que muy saludablemente; que hoy estemos aquí tiene que ver con eso. El hecho de que se hayan ido abriendo instancias académicas de especialización y de excelencia en universidades privadas, y en la UBA también se cuenta actualmente con una oferta de capacitación de posgrado muy importante, con equipos de docentes muy reconocidos en el campo del psicoanálisis.

Lo interesante que tiene el ámbito universitario como valor agregado, a mi gusto, es que es el único que sostiene un a circulación de discursos, que le agrega un plus con respecto a la formación de las escuelas. Por supuesto, no todos los analistas que pertenecen a la misma escuela se encuentran situados en el mismo nivel —voy a decirlo de una manera fuerte— en el mismo nivel de alienación... Digo, no necesariamente alguien que participa de un trabajo institucional es un alienado, alienado al discurso de la institución. Pero sí encontramos, en cualquier institución, algo que puede apreciarse en los trabajos que se presentan en sus respectivas Jornadas y Congresos, suele haber allí una repetición de textos y de citas, en general son tres o cuatro los autores que se citan, y hay poca producción propia de los analistas; hay como un achatamiento discursivo en ese sentido. No digo que sea una cosa universalizable, porque también es cierto que todas las instituciones más reconocidas están habitadas también por quienes han ido produciendo trabajos de investigación muy fuerte, que han sostenido el discurso y la presencia del psicoanálisis. Y eso no es algo que se pueda...

C. Brandi: Una de las cosas importantes de esta Facultad es que, hoy tenemos gran parte del alumnado, que está investigando en psicoanálisis, están haciendo las prácticas clínicas de quinto año en el área psicoanalítica. Gran parte del público que tenemos son los alumnos de quinto año que están haciendo las prácticas en psicoanálisis, en la Clínica Psicoanalítica, y es como se ha sostenido la enseñanza del psicoanálisis en la Universidad, que sabemos que es diferente de lo que se llamaría la formación del analista. Pero están seguramente muy ávidos de escucharte cómo se investiga en psicoanálisis, esto que vos traés en tu libro acerca del niño carnicero, el niño de los cerdos. Es lo que más o menos les conté y los entusiasmé, los crímenes, en los cuentos de Sherlock Holmes... Me parece que si vas por esa línea... porque hay muchos alumnos que han venido y que mañana no pueden venir... cómo se trabaja en psicoanálisis...

Bueno, en todo caso, el desarrollo de los otros temas que acabamos de introducir pueden ubicarlo en la bibliografía. Vamos a ver entonces esto que les comentaba en relación a lo que más nos interesa, y que tiene que ver con la introducción a la problemática del objeto y el método de investigación. Les decía que íbamos a tomar, en relación a ello, algunos comentarios de Heisenberg, comentarios venidos desde el campo de la Física. Lo tomamos porque se sintoniza muy bien con la posición de Lacan en relación a este mismo punto. Dice: «El objeto de la física no ha sido siempre el mismo, y en los últimos periodos se ha producido una importante transformación. Su objeto ya no es, como en los inicios, la naturaleza objetiva. Él puede ahora, más bien, definirse como la interacción entre el hombre y la naturaleza». De modo que en la ciencia, el objeto de la investigación no es la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza sometida a la intervención del hombre. Se llega a esta conclusión, entonces, al hacerse patente que el método de observación altera, modifica y sobredetermina algunos aspectos del objeto observado. La ciencia natural —sostiene Heisenberg— no es ya un espectador situado ante la naturaleza; antes se reconoce a sí misma como parte de la interacción del hombre y la naturaleza. El método científico, consistente en abstraer, explicar y ordenar, ha adquirido conciencia de las limitaciones que le impone el hecho de que la incidencia del método modifica su objeto y lo transforma, hasta el punto —fíjense qué interesante lo que dice— que «el método no puede distinguirse del objeto». Es decir que así como el objeto condiciona al método, el método produce el objeto. Fíjense las consecuencias que esto tiene para pensar estas cuestiones en relación a nuestro campo de investigación. Podríamos decir que en este sentido, Freud, al introducir el concepto de transferencia ha sido pionero en algo que, como vemos aquí, luego se ha podido extra polar a otros ámbitos del conocimiento científico.

El libro que citaba es La imagen de la naturaleza en la física actual, la «física actual» es allí la de 1950. No mucho tiempo después, en 1964, dice Lacan: «Lo específico de una ciencia es tener un objeto. Puede sostenerse que una ciencia se especifica por un objeto definido, al menos, por cierto nivel operativo, reproducible, al que se llama experiencia. Pero hay que ser muy prudentes porque este objeto cambia, y de manera singular, en el curso de la evolución de una ciencia. No se puede decir que el objeto de la física moderna es el mismo ahora que en el momento de su nacimiento, el cual, se los advierto desde ahora, es para mí el siglo XVII. Y el objeto de la química moderna ¿es acaso el mismo que el del momento de su nacimiento, que sitúo en Lavoisier?». Vamos a hacer un salto fuerte, porque de estas consideraciones vamos a introducir aquí algo que pronuncia Lacan en un momento más avanzado de su recorrido, en la altura de su seminario sobre el objeto del psicoanálisis, el seminario 13. Es decir que aquí ya Lacan introdujo algunas nociones esenciales que va a sostener de allí en adelante, empezando por la noción del objeto a. Hay algunas precisiones por venir, estamos en la antesala del seminario sobre la lógica del fantasma, que es el momento en donde Lacan puede avanzar en esa formulación lógica sobre el fantasma y el objeto. Vamos a encontrar unas cuantas cosas sorprendentes en este comentario de La ciencia y la verdad—; dice Lacan «El objeto del psicoanálisis (…) no es otro sino lo que he adelantado y a de la función que desempeña en él el objeto a. ¿El saber sobre el objeto a sería entonces la ciencia del psicoanálisis? Es muy precisamente la fórmula que se trata de evitar, puesto que ese objeto a debe insertarse, ya lo sabemos, en la división del sujeto por donde se estructura muy especialmente, de eso es de donde hemos partido hoy, el campo psicoanalítico. Por eso era importante promover primero, y como un hecho que debe distinguirse de la cuestión de saber si el psicoanálisis es una ciencia (si su campo es científico), ese hecho precisamente de que su praxis no implica otro sujeto sino el de la ciencia». Es esta una afirmación de Lacan de un impacto muy fuerte, muy fuerte si consideramos todo el cuestionamiento relativo a la asimilación del psicoanálisis con la ciencia, cómo pensar la relación del psicoanálisis con la ciencia, lo ajeno que para el psicoanálisis ha resultado el discurso científico, durante muchísimo tiempo parecían ser mundos completamente heterogéneos. Y sin embargo aquí Lacan nos dice que la praxis del psicoanálisis no implica otro sujeto que el de la ciencia. Ahora vamos a ver qué quiere decir eso, y va a ser ése nuestro punto de llegada, así dejamos un ratito para que haya alguna pregunta, alguna conversación sobre lo que vimos hasta aquí.

¿A qué se refiere Lacan, en principio, con esta tensión entre Saber y Verdad que él revela, ahí donde sitúa al sujeto de la práctica analítica en los mismos términos que al sujeto de la ciencia? Para eso vamos a introducir un concepto que no proviene del psicoanálisis pero que a nosotros nos ha resultado de mucha utilidad, y ha pasado a ser una herramienta de pensamiento muy importante, el concepto que Peirce retoma de Aristóteles: se trata de la abducción. Lo introducimos como un modo de inferencia que se distingue de la deducción y de la inducción, que son los modos de inferencia en que habitualmente se ha movido el discurso científico positivista.

Lo que introduce como novedoso el concepto de abducción —no lo voy a desarrollar hoy, espero poder abordarlo con mayor profundidad mañana— es que es el único modo de inferencia que permite el enlace entre lo simbólico y lo real. ¿Qué quiere decir esto? Ni más ni menos que aquello que le interesa, esencialmente, al investigador: cómo procesar, cómo conceptualizar, cómo entender, cómo captar el hecho sorprendente. El hecho sorprendente es aquello que se revela poniendo en cuestión el manto de saber que nosotros sosteníamos previo a ese encuentro. El hecho sorprendente es, por ejemplo, el encuentro de Freud con lo inconsciente.

Sobre el hecho sorprendente va a decir un filósofo muy querido por nosotros, que es Jaime Nubiola —fundador del Grupo de Estudios Peirceanos de la Universidad de Navarra, en Pamplona—; él dice que el hecho sorprendente no es el encuentro con una mera irregularidad, pues cuando uno se encuentra entre las cosas del mundo con irregularidades, en realidad esas irregularidades pueden pasar a ser parte de lo habitual; nadie se sorprende porque al atravesar un bosque nos encontremos con formas irregulares en los árboles. Lo que nos sorprende es si vamos atravesando un bosque y de pronto nos encontramos con toda una serie de árboles iguales, ahí sí eso pasa a ser un hecho sorprendente. Entonces, lo que va a decir Pierce es que el hecho sorprendente no es el encuentro con una mera irregularidad, sino el encuentro con una regularidad inesperada. Es uno de los modos que vamos a ensayar para nombrar provisoriamente el encuentro con lo real: «el encuentro con una regularidad inesperada». Fíjense que no hace falta que forcemos demasiado las cosas para ponerlo en conexión, por ejemplo, con la compulsión de repetición.

El encuentro con una regularidad inesperada nos obliga a introducir para su captación herramientas que nada tienen que ver con los procesos de pensamiento relativos a la inducción o a la deducción. Por el contrario, lo que ahí está en juego tiene que ver con la captación de algo que nos obliga a intentar inteligir, por un lado, qué lo causa; pero además, y fundamentalmente, nos revela una presencia que anteriormente no se había manifestado o, si se había manifestado, nadie lo había notado en esos términos; tal vez sí se había notado como la presencia de una irregularidad, por ejemplo, es así como se entiende el síntoma desde el campo de la psicología y desde la psiquiatría clásica. El síntoma pasa a ser una irregularidad que la clínica de la psiquiatría y la psicología se proponen eliminar o reintroducir en los cánones de la normalidad. Es decir, su intelección en términos de una irregularidad nos lleva a otra modalidad de intervención, que es la de suprimir la irregularidad, o asimilarla a lo conocido, aquello que podemos situar en términos del «saber sabido». Por el contrario, reconocer allí una presencia en términos de una regularidad inesperada nos obliga a interrogarnos por la naturaleza de esa presencia, por la ontología de esa presencia, por las causas de esa presencia. Y también, en el campo de la clínica analítica, nos lleva a interrogarnos acerca de qué es lo que podemos hacer con ella.

Esto tiene que ver con ese giro que se produce a partir de Recordar, repetir y reelaborar, en donde ya Freud sitúa claramente que lo relativo a la interpretación queda en un segundo plano, y ahí nos las tenemos que ver con una presencia, en una lucha con algo que tiene todas las características de un poder actual. Vieron que él dice esta frase tan repetida de que no se puede combatir a un enemigo in effigie, en ausencia. Pero esa presencia, dice también, nosotros mismos la convocamos, es invocada por el dispositivo, en el que el analista es la carnada para que ello se manifieste… Y, bueno, si invocamos a los demonios no es para luego salir corriendo cuando aparecen; tenemos que ponernos a pensar qué hacemos una vez que eso que habita al sujeto se manifiesta...

Yo llegaría hasta acá con mi exposición de hoy. Me gustaría que podamos conversar... Antes de eso, tengo miedo a olvidarme, dado que tuvimos algunas desprolijidades técnicas en el inicio, yo tuve también la desprolijidad de olvidar mis sinceros agradecimientos para Hilda, para Cristina, la verdad es que ha sido un gusto muy grande para mí desde el momento del primer contacto que hemos tenido, cuando pensar en el 21 de mayo del 2010 era un poco ficcional, porque estábamos en el 2008... Pero estamos aquí, y mi agradecimiento realmente para ustedes, y para todos ustedes que se acercaron.

Bueno, vayamos a los comentarios...

Alumno: Sobre el tema de la relación entre psicoanálisis y ciencia, uno empieza a reconocer «ciencia», ver cuál es el método científico, cuál es el objeto, cosas que tal vez en su momento Freud no se preguntó, tal vez porque es una ciencia que estaba armando él, que se iba armando colectivamente; y en el momento de decir «se reconoce o no al psicoanálisis como ciencia», ¿cuál es verdaderamente la importancia?

Viene muy bien la pregunta para poder situar algo muy interesante, que es que en realidad no es que el psicoanálisis se acercó a la ciencia, sino que la ciencia se ha ido acercando al pensamiento científico de Freud, a los términos en que Freud pensaba científicamente como investigador. Hoy hablamos de física cuántica, de lógicas inconsistentes, son no sólo conceptos, sino teorías científicas muy fuertes y de plena vigencia, y que van a la cabeza de la investigación científica, a contramano... digamos, no podrían tener ningún lugar en el campo de las ciencias positivistas. Cuando Freud dice, en Lo inconsciente (1914), que la naturaleza de lo inconsciente nos obliga a repensar los aprioris kantianos del espacio y el tiempo, se estaba adelantando un siglo, bueno, un siglo no, pero por lo menos cincuenta años al pensamiento científico...

Alumno: Yo me refería un poco a que, por ejemplo, en las ciencias duras es más fácil identificar todo esto del método, del objeto, y a veces en las ciencias blandas, sobre todo en las ciencias sociales, cuesta un poco más, y a veces la ciencia o lo que quiere ser ciencia trata de hacer este esfuerzo de mostrar cuál es su método y mostrar cuál es su objeto. En realidad cuando uno habla de "teoría científica"... yo diría, en el ámbito del psicoanálisis cuando se habla de teoría con poder curativo o con poder terapéutico, como estaba hablando usted, ya le da una importancia, que sea científico o no. Parecería más esto, como dice Lacan, de que el deseo último del hombre es el deseo de reconocimiento y en realidad no tiene la importancia de que se diga que es científica, listo, entonces tiene poder terapéutico...

En ese sentido, no sé si tener muchas esperanzas en cuanto al reconocimiento del psicoanálisis como una ciencia de parte de ciertos ámbitos de poder. Sí muchos científicos se analizan, Heisenberg habla como un tipo analizado. La verdad es que nunca lo investigué, y le propongo investigarlo a quien le interese, pero Heisenberg habla como quien ha atravesado una experiencia de análisis. Les decía recién que la ciencia fue hallando la posibilidad de pensar ese encuentro con lo real en términos que se aproximan mucho al pensamiento de Freud... Lo que pasa es que un autor como Peirce, recién ahora, desde hace veinte o treinta años, empieza a ser considerado no sólo a partir de los conceptos que introduce en relación a la creación de la semiótica… Bueno, Peirce es el autor de una obra descomunal; para que ustedes se den una idea, sería el equivalente a unos cien tomos de las obras completas de Freud, unos cien tomos de Amorrortu. Imagínense si Freud hubiera escrito cien tomos, lo que sería para nosotros… Bueno, los textos de Pierce se van traduciendo de a poco, pero la introducción del concepto de abducción y el modo de conceptualizar lo real en Pierce se anticipan a la ciencia del siglo XXI; y no es casual que sea un autor que cobra plena vigencia cien años después de su muerte, Pierce muere en 1913, pero la dirección que toma el discurso científico... por ejemplo, uno de los temas más apasionantes de la investigación científica actual es el tema de los agujeros negros. Si ustedes tienen interés, busquen con el buscador de Google; hay dos videos de la BBC de Londres en español —o en inglés para quienes dominan el inglés— sobre los últimos descubrimientos en relación a los agujeros negros. Durante mucho tiempo se pensaba que había agujeros negros en algún lugar del universo, algunos se empezaban a encontrar… Ahora resulta ser que no hay una sola galaxia que no tenga en su centro un agujero negro. Fíjense si pensamos eso en relación a la estructura del aparato psíquico y el objeto a... Hay un umbral más allá del cual la fuerza gravitatoria del agujero negro hace imposible saber qué es lo que pasa allí adentro, salvo por sus efectos.. .

Alumno: Esto estaría relacionado con una regularidad inesperada.

Claro, y que se descubrió hace unos pocos años, esto de que hay un agujero negro en el centro de cada galaxia; y que, además, el tamaño de cada galaxia guarda proporción con el tamaño del agujero negro —tal vez podríamos pensar las cosas análogamente, como que el tamaño de una neurosis guarda proporción con ciertas características del objeto a... Pero fíjense que este es un descubrimiento nuevo, que aproxima la astronomía a las conceptualizaciones de lo real con las que nosotros venimos lidiando desde que Lacan introduce los tres registros.

Alumna: En lo que veíamos de Heisenberg y el deseo del investigador me pregunto —y con esto último que veíamos (…inaudible…) si es el mismo el deseo del analista que el deseo del investigador…

Bueno, yo creo que habría que pensarlo en los mismos términos, en donde esa tensión entre Saber y Verdad, ahí donde el investigador —o cualquier persona dedicada a lo que fuera en el campo del conocimiento— de pronto se encuentra en su camino con algo que le llama la atención, algo desconocido que llama su atención y que lo mueve a saber cómo es que eso funciona. Es la tensión que se produce en el sujeto que tiene que decidir de pronto cómo tolerar la angustia que se produce en el encuentro con algo frente a lo cual el saber con el que cuenta le resulta insuficiente, es decir, lo pone en una posición relativa a la castración, es el encuentro con un agujero en su saber... Ese encuentro no todos los sujetos lo resuelven de la misma manera. Una de las formas de resolverlo es producir cierto forzamiento, en la dirección de hacer encajar esa regularidad inesperada con el manto de saber con el que contábamos previamente. Entonces se buscan todas las formas posibles de entender esa inesperada presencia con el bagaje de conocimientos que tenemos. Es esta una forma de aplastarla. Por supuesto, como toda regularidad inesperada, y como dice Freud en relación a lo inconsciente, las regularidades inesperadas no resisten, sino que insisten. Por más que hagamos por taparlas o por reprimirlas, nos vamos a encontrar con su retorno. Ese retorno o nos reposiciona, o nos sume en una angustia peor que la anterior, porque cada vez nos va a hacer sentir más castrados en relación a la impotencia de nuestro saber. En este sentido, hay una decisión del sujeto, entre retroceder hacia ese forzamiento, refugiarse en el manto de sus conocimientos, o aventurarse a ver qué es lo que su investigación puede deparar e ir al encuentro de esa verdad hasta las últimas consecuencias, hasta donde eso lo lleve. En este sentido, es la misma decisión subjetiva la que está en juego para el investigador, para el científico y para el psicoanalista. Nosotros, frente a la irrupción de cierta regularidad inesperada en el recorrido de un análisis, podemos abordarlo con las categorías diagnósticas y decir «Bueno, es una histérica», o «Es un neurótico obsesivo…», o «Hay que hacer tal cosa o tal otra… », o, como en algún momento, todos los analistas frente al silencio del sujeto respondían con un silencio peor, entonces el silencio era un recurso que se universalizaba para todos los pacientes... Otra cosa es, como Freud decía, poder situarse frente a cada caso como un nuevo caso, dejar ese saber en suspenso, que no es que no sirva para nada sino que es una referencia muy importante pero no suficiente. Y lo más importante, es que eso no obture la posibilidad de encontrarnos cada vez con el hecho sorprendente.

Pregunta inaudible.

Sí. De todos modos cabe una aclaración que es que el deseo del analista es un concepto que no se agota en pensar que el analista tiene ganas de analizar o tiene ganas de investigar. Es un concepto que tiene su connotación técnica muy específica y muy puntual; quizás tengamos ocasión de volver sobre esto mañana.

 

Sobre la ontología del inconciente, y la configuración de la realidad psíquica.

2ª reunión
22 /05/10

(1ra. parte)

Haremos un pequeño giro en relación al recorrido que habíamos pensado originalmente, no vamos a seguir estrictamente los puntos que estaban anunciados en el programa, pero más o menos vamos a andar por ahí… Vamos a trabajar en relación a la configuración de la realidad psíquica, y a la ontología y la topología del aparato psíquico, para así tener una primera aproximación para abordar lo relativo al objeto de nuestra investigación. Si algo atañe al objeto de nuestra investigación, es aquello que tiene que ver con la configuración de la realidad psíquica. Independientemente de las áreas clínicas en las que decidamos realizar nuestra labor, hay ciertas cuestiones relativas al modo en que se configura el aparato psíquico, cuya consideración resulta esencial para el abordaje de un sujeto en cualquiera de esas áreas de incumbencia del psicoanálisis.

A continuación vamos a trabajar en mayor profundidad lo que empezamos a introducir en relación al concepto de abducción, intentaremos establecer las conexiones y las diferencias con los otros modos de inferencia, los otros tipos de razonamiento descriptos por Pierce, la deducción y la inducción fundamentalmente, para poder apropiarnos un poquito más de esa herramienta... Pierce es contemporáneo de Freud; por lo menos transitan juntos por este mundo desde el nacimiento de Freud en 1856 hasta 1914 —año en que muere Peirce—, unos cincuenta o sesenta años, más o menos. A pesar de ello, no hay indicadores de que hayan llegado a conocerse, es decir, no hay referencias a Freud en la obra de Pierce y no hay referencias a Pierce en la obra de Freud, cosa que resulta rara, pero es así.

Y en el último tramo de nuestro recorrido trabajaremos en relación al caso clínico, en tanto articulador entre lo más singular, y aquello que también se plantea como un problema para el psicoanálisis, la transmisión de la experiencia. En ese sentido, el caso clínico se sitúa en un borde entre lo más singular del caso y lo universalizable, lo transmisible. A sugerencia de Cristina vamos a introducir un caso clínico que, en realidad, es un caso no clínico, por suerte para el sujeto en cuestión se trata de una ficción. Es el caso que se desarrolla en la película La inocencia perdida, que no es El fin de la inocencia; es otra inocencia. La película se conoce también en español como El niño carnicero . Es un caso que hemos desarrollado en nuestro libro Investigar la subjetividad a propósito de las figuras del acting out y del pasaje al acto, justamente a propósito de poder pensar la clínica más allá de los fenómenos del lenguaje, es decir, poder situar la clínica en el nivel de abordaje de lo real, de aquello que Freud introdujera como agieren, como aquel modo de memoria que no está tramitado simbólicamente, sino que se pone en juego a través del montaje de una escena... Entonces, vamos a trabajar, a propósito de ese caso, las figuras del acting out y del pasaje al acto para poder pensar el abordaje de lo real y la clínica de lo real a partir de Lacan. Bueno, eso es un poco el trazado de nuestro recorrido... ya nos podemos ir (risas).

Una de las cuestiones a situar en relación a la configuración del aparato psíquico es que podemos decir que es el único órgano cuyo desarrollo embrionario y posterior estructuración se producen después del nacimiento del sujeto. Lacan habla del lenguaje como un órgano, pero nosotros vamos a situar aquí esta diferencia entre el aparato psíquico y el órgano cerebral y el sistema nervioso central.

Podemos decir que a pesar de los esfuerzos de los anatomistas, la localización topológica de las diversas instancias constitutivas del aparato psíquico y de sus funciones no logra hacerse coincidir con el cada vez más preciso mapeo cerebral o anatómico. Cuanto más precisa es la localización de ciertas funciones, donde se han situado en el cerebro determinadas funciones relativas a la inteligencia, al conocimiento, el lóbulo tal que está vinculado a las actividades artísticas, el lóbulo tal... Son zonas cerebrales, grupos neuronales, pero no llega a poder compartimentalizarse, no llega a poder situarse allí dónde establecer específicamente cada una de esas funciones y, fundamentalmente, otras que escapan a toda localización anatómica.

Algo de eso hemos comentado ayer a propósito de otro caso que tomamos de manera ilustrativa, en relación al desarrollo de la genética, el de la película Gattaca, Experimento genético, el subtítulo con que es promocionada la película es si podrá la genética dominar al espíritu humano. Lo que muestra esa película es la imposibilidad de reducir a términos biológicos o genéticos ciertas cuestiones que claramente se despejan para el lado del campo de la subjetividad, como por ejemplo aquello que tiene que ver con la frustración y el fracaso de uno de los protagonistas. Les resumo brevemente la trama argumental de la película: hay dos personajes centrales, uno es protagonizado por Ethan Hawke, cuyo partenaire es Uma Thurman. Y hay otro personaje muy particular... Bueno, todo está situado en un futuro próximo en donde la posibilidad de manipular genéticamente la información del ADN permite, pero es más que permitir, porque es casi una obligación moral que los padres decidan, de acuerdo a la información genética de uno y del otro, cuáles son aquellas partes de la información que se prefiere suprimir, por ejemplo, la relativa a la transmisión de las enfermedades genéticas, pero también el color de ojos, el color de piel, eso dentro de la paleta del bagaje genético de cada uno. Con lo cual cada niño que nace mediante estos procedimientos lo hace en condiciones prácticamente óptimas en cuanto a su información genética. Y hay algo así como una selección natural que ya no es nada natural.

El caso es que el personaje de la película es un muchacho que nace en otras condiciones, nace a partir de un descuido de los padres. En una noche apasionada de amor ella queda embarazada y deciden tenerlo igual. Al poco tiempo estos estudios genéticos demuestran que tiene una afección cardíaca, con lo cual le dan apenas una sobrevida de treinta años. El problema es que este muchacho tiene un deseo muy fuerte, que es incorporarse a la agencia espacial... no viene al caso cuál es el deseo que él tiene. En ese momento estas novedades de la genética permiten instaurara un nuevo tipo de discriminación; entonces se instala una discriminación propiamente genética. Es decir que para acceder a determinados puestos de trabajo se toma esa información, y a partir de eso se decide si a una persona se la toma o no se la toma. Pasa a ser casi una pieza del curriculum: la formación, los estudios primarios, los posgrados, la maestría en la Universidad del Aconcagua, y el bagaje genético. Con lo cual, este muchacho, Vincent, queda completamente descalificado para hacer viajes espaciales. La cuestión es que se cruza en el camino con alguien que le ofrece alquilarle una identidad. Un intermediario, que nunca faltan los intermediarios lo conecta con este otro personaje, que es de lo más bizarro, uno de estos sí nacidos de la manipulación genética, con un legajo genético maravilloso. Pero resulta que este hombre se dedicaba, entre otras cosas, a la natación deportiva, y parece que no podía ganar. Porque bueno, entre los genéticamente aptos, cuando entran en competencia, uno sale primero, uno es más apto, el otro sale segundo, el otro tercero, ¿no?

Alumna: Ahí está la subjetividad.

Claro, ahí ya entran a jugar cuestiones que no están incorporadas al bagaje genético, que tiene que ver con lo que Freud plantea muy tempranamente en su recorrido a propósito de las series complementarias, en donde el bagaje, la carga hereditaria, inevitablemente se conjuga con otros factores imposibles de prever.

Volviendo a donde habíamos dejado recién en nuestro recorrido, lo que interesa es cómo situar en el mapeo cerebral la contingencia de no poder ganar una carrera, a pesar de ser genéticamente puros. Fíjense las connotaciones nazis que toma esa expresión. Hay ahí una información relativa a la contingencia de vivir en el mundo, que produce efectos en ese sujeto; los efectos que produce son precipitarlo al abandono, al alcoholismo, hay un intento de suicidio fallido, encima de salir segundo queda paralítico, con lo cual, pobre, cada vez va entrando en una depresión peor... Uno ve la imagen de ese sujeto, muy bien representada, y lo interesante es que si uno le toma una muestra de ADN, el ADN sigue informando lo mismo, pero esa degradación del sujeto debida a los avatares de su vida afectiva van mostrando por completo otra cosa.

Es realmente muy elocuente cómo estas cuestiones resultan ya imposibles de localizar a nivel de la anatomía… ¿Cómo localizar las contingencias de la vida? ¿Cómo localizar el modo en que se inscriben las vivencias infantiles? ¿Cómo situar aquellas cosas que se repiten en la vida de un sujeto, dejando ciertas marcas de una consistencia tal que va a instalarse con la misma dureza que los tejidos óseos, pero que, sin embargo, no sale captado en ningún estudio, en ninguna tomografía, en ninguna radiografía ni tampoco en ningún análisis bioquímico? Les decía, en ese sentido, el aparato psíquico es el único órgano cuyo desarrollo embrionario y estructuración se producen con posterioridad al nacimiento del sujeto. Hay una experiencia muy interesante que contaba David Laznik, que es de un rey que no me acuerdo si es Federico III —siempre me olvido de preguntarle quién era el rey en cuestión—, que se propone hacer un experimento muy interesante. Elige de su reino cuarenta niños; en ese momento no estaba la posibilidad de elegirlos genéticamente, entonces supongo que los elegiría por otros factores propios de la época, serían los bebés más lindos o los procedentes de las familias más encumbradas.

El experimento consistía en lo siguiente: se aísla a esos cuarenta niños y se les suministran todas aquellas cuestiones relativas a su alimentación y a sus cuidados. No recuerdo de qué edad eran los niños, creo que eran de una edad de seis meses. La condición respecto de sus cuidadoras es que tenían terminantemente prohibido pronunciar una sola palabra. El objetivo de este rey era poder alcanzar el lenguaje perfecto, es decir, el lenguaje despojado de las miserias propias del habla del hombre común, en las que él se incluía. Decía algo así: «Las circunstancias de la vida en el mundo vienen a enrarecer el lenguaje, entonces vamos a ver cómo hablaría un niño no contaminado por el hecho de ser hablado por el Otro».

Alumna: Es un relato de Umberto Eco, ¿no es cierto?

Puede ser. La verdad es que es una anécdota de lo más interesante, así que puede ser que haya sido tomada de este autor... La verdad es que lo escuché hace muchos años en una ponencia de David Laznik y después no lo volví a encontrar en otra referencia. ¿Te acordás de dónde?

Alumna: No, pero puedo encontrarlo porque lo incluí en uno de los trabajos de maestría.

Por ahí podés agregar alguna referencia más, pero más o menos va por ahí. El resultado del experimento, obviamente, fue que ninguno de los niños habló jamás, ninguno pronunció jamás una sola palabra; y además, ninguno de esos niños sobrevivió más allá de los ocho años. En este contexto, podemos situar que para que ese nuevo órgano adicional germine y luego madure satisfactoriamente va a ser precisa la entrada en juego de un elemento nuevo; podríamos decir una nueva semilla de una naturaleza por cierto bastante heterogénea a la anatomía, que es la semilla del lenguaje. No hay configuración del aparato psíquico si no es a partir de la conjugación con esta nueva semilla y con el modo en que ella pase a germinar. Entonces podemos decir que la chispa de la razón, de la inteligencia humana, no logra ser encendida sin este elemento. Por otra parte, si el soporte primordial del pensamiento, siguiendo a Wittgenstein, es la palabra, se justifica entonces esta formulación de Wittgenstein acerca de que los límites del pensamiento coinciden con los límites del lenguaje. Esto no quiere decir que el aparato psíquico solamente incluya los fenómenos del lenguaje, porque nos encontramos ahí con toda una serie de fenómenos experimentados por el sujeto respecto de los cuales se encuentra, justamente, con algo que se sitúa por fuera de esos límites. Es decir que vamos a centrar nuestro interés en aquellos elementos propios de la subjetividad que se introducen por fuera de los límites del lenguaje, y que resultan estructuralmente esenciales a la configuración del aparato psíquico también. No es sin esa semilla del lenguaje que el aparato psíquico se estructura, pero no es sólo eso lo que cuenta en el punto en el que pensamos la configuración del campo de la subjetividad.

Alumno: Estamos hablando del lenguaje como lo que necesita la persona para emplear la letra, el lenguaje más de tipo imaginario.

¿Por qué imaginario?

Alumno: (inaudible) la letra, (inaudible) la parte simbólica.

No te entiendo la pregunta... No sé si es una pregunta…

Alumno: Lo que está buscando es esa transmisión del lenguaje, imaginaria, para que el sujeto la forme a nivel simbólico...

No, no... Lo que estamos situando es cómo pensar el modo en que se configura el aparato psíquico, en donde hay un elemento esencial que se conjuga con la anatomía, de una manera mágica, podríamos decir, «mágica» para nosotros en cuanto a que es algo de lo más difícil de captar, cómo es que se produce esa entrada del sujeto humano en el universo de la palabra y del lenguaje, cómo se produce ese cruce. No es que el ser humano no pueda vivir sin la palabra; esos niños vivieron ocho años. Lo que estamos diciendo es que ahí lo que no se produce es esa configuración del aparato psíquico. Sin palabra, sin lenguaje, no hay configuración del aparato psíquico. Todavía no nos metimos con lo imaginario, lo simbólico y lo real; en todo caso, vamos a avanzar hacia ahí.

Alumna: Yo creo que además de la palabra, a esos chicos lo que les faltaba era el afecto.

El afecto, en realidad... ahí no hay algo que esté del todo delimitado, porque vieron cómo se transmiten las experiencias, ¿no?... De las experiencias queda lo que queda, así que no sabemos mucho sobre cómo fue. Lo que sí estaba restringido era la introducción de todo gesto que pudiera tomar la forma del lenguaje. No es que estaba ahí suprimida la posibilidad de que esas cuidadoras fueran afectuosas con los niños. De hecho, eran niños especialmente seleccionados, y eran los niños del rey, elegidos por el rey; entonces podemos suponer que ahí había un contacto afectuoso. No lo sé, sinceramente. No sé si vos tenés alguna información más...

Alumna: Creo que se llamaba En busca de la lengua perfecta, estoy casi segura de que ése era el nombre. Y lo que se pretendía averiguar era cuál sería la lengua perfecta que hablarían esos chicos seleccionados si no se les transmitía una lengua —cualquiera de ellas, imperfecta—. Bueno, los chicos no hablaron ninguna lengua porque no sobrevivían. Ahí termina el relato tal como yo lo conozco.

Por eso queda un poco fuera esta cuestión... en realidad no sé hasta dónde llegaba esa transmisión de afecto. De todos modos podemos suponer que puede haber afecto, pero si no hay palabra, ningún niño podría llegar a hablar, es decir, si no hay ahí la introducción de la palabra a partir del Otro. Y de que el sujeto además pueda ir creciendo y desarrollándose en un medio hablado, porque no es sólo la palabra, sino la palabra puesta en juego en relación a las cuestiones relativas al crecimiento y a la vida del niño. Ahí las palabras empiezan a enlazarse con lo que el sujeto experimenta en relación a sus propias pulsiones, empiezan a enlazarse con las cosas del mundo, el pensamiento empieza a germinar, a brotar, empieza a acompañar y participar de manera activa de esa estructuración del aparato psíquico.

Porque el aparato psíquico también se va estructurando en la medida en que el sujeto va pudiendo nombrar las cosas; y esas cosas que todavía no son nombradas y no son digeridas por el aparato del lenguaje... fíjense que podemos pensar el aparato del lenguaje como un órgano digestivo: en la medida en que el sujeto puede ir digiriendo las cosas del mundo a través del órgano del lenguaje, puede incorporarlas a su pensamiento. Aquellas que no son digeridas por el aparato del lenguaje quedan para el sujeto fuera del registro simbólico. Son esas cosas que, por ejemplo, uno puede escuchar en una conferencia, pero si no llegó hasta ese punto en su recorrido teórico y conceptual, es como si no las hubiera escuchado, a pesar de que el docente que está dando la clase puede repetirlas cincuenta veces. En el campo del psicoanálisis también nos pasa con determinados conceptos que, hasta que no salimos al ruedo de la clínica y, fundamentalmente, hasta que no nos encontramos con algo de eso en nuestra propia experiencia de análisis, carecen muchas veces de sentido, y pasan a ser más una cuestión de fe que algo de lo que uno tiene la convicción de que dé cuenta de algún aspecto de la clínica. Es cuando de pronto podemos procesar algo simbólicamente, por la vía del trabajo de análisis y por la vía de la experiencia clínica y la supervisión, que vamos ampliando el campo de nuestros pensamientos, de lo que podemos manejar en el nivel de los pensamientos. Todo lo demás queda afuera, queda ahí a mano para que el sujeto lo vaya digiriendo simbólicamente en la medida en que pueda.

Lo que es preciso distinguir es el lenguaje de sus efectos. Vamos a introducir un pequeño giro en donde esta distinción resulta decisiva en cuanto a que el sujeto mismo es efecto del lenguaje. El sujeto no es el lenguaje, no es eso que incorporó por la vía de la palabra. El sujeto es efecto del lenguaje. Ahí hay una diferencia esencial. En ese punto, su lugar constitutivo va a ser establecido por Pierce —y luego, siguiendo sus pasos, también por Lacan— en el corazón mismo del proceso semiótico, siendo definido así por Lacan: «aquello que un significante representa para otro significante». Pierce llega a afirmar que el hombre mismo no es más que un signo. Pero cabe aclarar que Lacan extrae su definición de signo, «un signo representa algo para alguien4», a partir de lo cual desemboca en esta formulación del significante como lo que representa a un sujeto para otro significante.

En ese punto vamos a hacer una acotación, que el reconocimiento de la incidencia de Pierce en el pensamiento de Lacan es señalado por Miller en su edición del Seminario 23; y ahí viene a saldar una deuda relativa a esta incidencia del pensamiento de Pierce en Lacan, quien se ha caracterizado por citar de una manera muy particular sus referencias, muchas veces de una manera distractiva: cita algún punto que no es muy interesante con nombre y apellido, y todo lo demás que toma, que es lo más interesante, lo presenta como propio. Bueno, en el caso de Pierce es así. Y, en ese sentido, lo que señala Miller es que Lacan descubre a Pierce a través de Jakobson, o sea, muy temprano. Y podemos inferir que es a la luz del pensamiento de Pierce que Lacan introduce las novedades que introduce en relación a la semiología de Ferdinand de Saussure. Esas modificaciones y esas inversiones que produce no son sin la obra de Pierce a mano, presentada a Lacan a través de Jakobson. Tomábamos esta definición de Lacan en relación a aquello que un significante representa para otro significante, en relación al sujeto; pero al definirlo así se puede dar lugar a cierto malentendido, dejando por fuera un elemento esencial, no significante, resistente, más bien, a toda significación, al cual estamos familiarizados a nombrar con una expresión tomada de la física, del modelo energético, cuando hablamos de la carga afectiva... Freud ya desde el Proyecto de psicología para neurólogos utiliza algunas expresiones relativas a la movilidad de las cargas afectivas: cargas de libre movilidad, cargas quiescentes … toma ciertas expresiones de la física y de la química, tratando de inteligir la dinámica del aparato psíquico. En este punto, esa definición del sujeto deja un poco por fuera aquello que podríamos situar en términos de la carga afectiva o a la carga libidinal, dando por sobreentendida su significación y naturaleza cuando en realidad nos internamos en algo de lo más oscuro. En relación a esa carga, después vamos a retomar —algo ya hablamos ayer— este modelo que nos ofrece ahora la astronomía, que es el de los agujeros negros, vale la pena poder abordar algo de eso como para poder pensar lo que Freud sitúa en relación al núcleo, lo más duro e inconmovible en las profundidades de la configuración del aparato psíquico, propiamente.

En conexión con ello, el concepto de latencia, que es utilizado por Freud tanto para referirse a cierto estadio del desarrollo libidinal, como al contenido no explicitado, o incluso no explicitable, de las manifestaciones discursivas del sujeto, nos permite aproximarnos a otro componente vital de la subjetividad, que está en sintonía con el concepto de pulsión, y que se diferencia tanto del universo de representaciones, como del soma que le oficia de soporte. Situamos allí un elemento que se diferencia tanto del aparato del lenguaje como del cuerpo en términos anatómicos, cuando situamos con esta expresión aquello relativo a la carga afectiva, a la carga libidinal, y esto que nos remite a su expresión dinámica en el concepto de latencia. Lo latente... ¿qué imagen más aproximada al concepto de lo latente que un corazón? Ahora, si pensamos en un corazón latente no podemos pensar en otra cosa que en algo viviente. Entonces, aquí lo latente vamos a tomarlo en ese sentido, como esa carga afectiva, pulsante, viviente, que se expresa —en términos de Freud— como un poder actual, es decir, como algo que habita al sujeto. «Latente» vamos a tomarlo en ese sentido; no sólo en el sentido de lo que puede ser. Sí, en ese sentido también, pero de lo que puede ser en términos de eso que está ahí al acecho para poder ser, está ahí a la espera de encontrar la ocasión para poder ser, para desplegarse, para manifestarse.

Vamos a ver algo, para continuar, que Lacan plantea en el seminario Los cuatro conceptos... Retoma allí ciertas cuestiones planteadas por Freud a propósito de la naturaleza y dinámica de lo inconsciente, la repetición, la pulsión y la transferencia, provocando un fuerte reordenamiento conceptual de estas nociones, especialmente a partir de su articulación con este elemento nuevo, que nosotros ya ayer empezamos a nombrar, que por entonces él recién comenzaba a esbozar, a la altura del seminario 11, el objeto a. Recién acababa de ser formulado por Lacan el año anterior. Venía madurando la idea desde el seminario 7, por ejemplo, La ética del psicoanálisis, donde él aborda la cuestión del das Ding, la Cosa freudiana. En el seminario 8 introduce la noción del agalma, a propósito del Banquete de Platón. En el seminario 9 desarrolla la noción de rasgo unario, como algo que sitúa un real que nace a partir de ciertas marcas de lo simbólico. Y en el seminario 10 finalmente termina por dar en el clavo, formula conceptualmente, pero en un momento inicial, el objeto, introduce el concepto del objeto a.

En el seminario 11 pone en funcionamiento este objeto a en conexión con los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Es decir que hay una reelaboración de esos cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis y otros más —no se limita a esos— en torno de esa figura recién introducida.

Entonces, ¿qué es el objeto a? ¿Alguien se anima?

Alumno: El instinto.

Alumna: Lo que trae la división subjetiva del sujeto.

El instinto no, decididamente no. Lo que trae la división subjetiva del sujeto. ¿Qué más?

Alumna: Un pedazo de cuerpo arrojado en lo real.

Puede ser, pero sería en algún caso en particular, porque si fuera eso en todos los casos, el mundo sería una carnicería.

Alumna: Un resto.

Bien, ahí nos aproximamos un poco más, pero no es sólo eso; es un resto pero no solamente se puede entender como un resto.

Alumno: Una falta, un espacio vacío, un agujero.

Bien, pero un agujero no es lo mismo que un espacio vacío.

Alumno: Algo que nunca estuvo.

Podemos poner en cuestión si es algo que nunca estuvo o si es algo que nunca estuvo registrado en el nivel del universo simbólico, que son dos cosas distintas. Bueno, vamos a ver cómo se articulan algunas de estas formulaciones que ustedes plantearon.

En relación al objeto a, vamos a ir aproximándonos a ver cómo podemos pensar este concepto de Lacan. En principio vamos a decir que es el nombre impersonal de una presencia sólo verificable en el marco del dispositivo analítico. Nombrarlo como «objeto es ponerlo como una «X», una denominación que pone un nombre pero dejando abierto, en cada caso, la delimitación de su contenido. Es un modo de nombrar algo que sólo es verificable en el marco del dispositivo analítico y que sobrepasa el valor de una entelequia o de una expresión conceptual, al menos si lo entendemos como una presencia a la cual, no sabiendo cómo denominarla, Lacan da este primer paso que es nombrarla como objeto a.

Quiero destacar que en ese sentido muchas veces se habla del objeto a como una invención de Lacan. Una invención es la de la lamparita, el tubo fluorescente es una invención, los retroproyectores Epson son una invención. Ahora, el uranio enriquecido es una invención, pero el uranio y sus propiedades tal como se presentan en forma natural es un encuentro, es un descubrimiento. Hay una diferencia esencial entre la invención y el descubrimiento. En ese sentido, yo —es una opinión personal— me inclino a entender el objeto a más como un descubrimiento que como una invención; es algo con lo que Lacan se encuentra y, al cabo de cierto tiempo... vieron cómo los hombres primitivos, cuando se encontraban con una cosa... había una película, hace mucho tiempo, que era una secuencia de gags, y uno de los gags era que tiraban una botella de Coca-Cola en medio del territorio de una tribu africana, y todos empiezan a dar vueltas alrededor de la botella y no saben muy bien cómo entender su aparición, su presencia... bueno, uno se imagina a Lacan, dando vueltas alrededor del objeto a, con eso que se encontró, y empezando a ver por dónde entrarle. Por eso les mencionaba este recorrido en relación a la Cosa freudiana, y toda esa secuencia, el agalma ya es una aproximación, pero no se ajusta adecuadamente a lo que ahí se trata, y el rasgo unario tampoco.

Pero de pronto se enciende el objeto a. Se enciende pero en el nivel de un encuentro. Ayer decíamos que en ese sentido la investigación —y en este caso la experiencia lacaniana no es una excepción — se inicia siempre a partir del encuentro con un hecho sorprendente, con una aparente anomalía. Y entendíamos el hecho sorprendente no tanto en términos del encuentro con una irregularidad, sino del encuentro con una regularidad inesperada que —a partir de entonces, a partir de que uno se encuentra con ella—, aunque uno no sepa todavía cómo nombrarlo, ya al tener ese primer registro, pasa a formar parte del universo simbólico de ese sujeto.

A partir de ahí, ese encuentro con la regularidad inesperada hace de ella una presencia, algo que se registra como siendo parte de las cosas del mundo; no se sabe qué es, no se sabe qué me quiere, no se sabe qué me puede hacer. Porque en el campo de las regularidades inesperadas podemos situar, por ejemplo, el descubrimiento del virus del HIV; en el momento en que eso apareció, también los médicos alrededor, como de la botella de Coca-Cola, no sabiendo qué se hacía con eso; pero a diferencia de los integrantes de la tribu donde cayó la botella de Coca—cola, el encuentro con el virus del HIV fue en términos dramáticos, porque fue el encuentro con personas que se morían sin que se supiera qué hacer con eso. Por supuesto, en todos estos años, desde mediados de los años 80, que fue cuando se produjo el primer encuentro, por lo menos de difusión masiva, hasta este momento, en donde es una enfermedad tratable... digo esto porque es una de las enfermedades de mayor impacto de los últimos años, y en relación a ese modo de presentación, fue eso lo que desencadenó la necesidad de investigar de qué se trataba, y encontrar la medicación adecuada, cosas que finalmente fueron —por lo menos parcialmente— encontrándose.

Lo que interesa aquí es que, en este punto, el objeto a en el recorrido de Lacan es comparable al reciente descubrimiento de los astrónomos acerca de la presencia regular de un agujero negro justo en el centro de cada galaxia. Toda esta experiencia en relación a la investigación sobre los agujeros negros es algo de mucho interés para nosotros, para poder pensar acerca de estas cuestiones. ¿Ustedes saben —por lo menos hasta donde se sabe, porque está todo agarrado con alfileres, en relación a este tema— saben cómo es que se forman los agujeros negros, a qué se le llama «agujero negro»?

Alumno: Una estrella masiva que colapsa sobre sí misma.

¿Pero saben por qué colapsa y por qué se convierte en agujero negro?

Alumno: Depende de la masa que tenga.

El tema es así, efectivamente, dependiendo de la masa que tenga un cuerpo celeste, la velocidad de impulso que necesitan los objetos para alejarse de ella va creciendo en proporción a la masa de ese cuerpo celeste. ¿Cuál es la máxima velocidad que se pueda concebir? La velocidad de la luz, por lo menos eso nos dicen, nunca vi nadie que le corra una carrera a la luz y le gane, pero vamos a dar eso por cierto. Ustedes saben la fuerza impulsora que necesitan desarrollar los cohetes espaciales, los aviones para alejarse de la tierra, y la fuerza que necesitamos nosotros para saltar —que es mucho menor a la que necesitaban los astronautas para saltar en la luna. Bien, imagínense un cuerpo celeste cuya masa fuera tan enorme, tan monstruosa que la velocidad que hiciera falta para alejarse de ella fuera superior a la velocidad de la luz. Es decir que ni siquiera los rayos de luz podrían escapar de ese polo de atracción tan fuerte en que se constituiría ese objeto. Si no puede escapar la luz, entonces ya nada puede escapar de allí.

Entonces es difícil ya sostener la idea de que el agujero negro es un «agujero». Es un agujero en cuanto a que hay ahí una masa tan enorme, tan densa, porque en realidad ahí hay cierto umbral, que es el umbral de alcance de la atracción que tiene un agujero negro... por ejemplo, nosotros tenemos nuestra atmósfera, más allá de ella estamos en el espacio y la fuerza gravitacional de la tierra no nos alcanza; los agujeros negros también tienen sus límites de incidencia. En el deambular de los cuerpos celestes puede ser que alguno tenga la mala suerte de cruzarse en el camino con esa área de influencia y empieza —como cuando se van las basuritas en la pileta de la cocina, vieron que empiezan a girar— empieza ese cuerpo celeste a girar hasta que termina cayendo en ese umbral, más allá del cual se desconocen completamente cómo funcionan las leyes de la física, de la química, se desconoce completamente qué es lo que pasa allí adentro.

Alumno: Como nada puede salir, ningún tipo de radiación, solamente se conoce por los efectos que tiene.

Claro, se conoce solamente por sus efectos ... Y una de las cuestiones que se puede inferir es que debe haber algún límite respecto de esa acumulación de masa más allá del cual se produce el estallido que da origen a una nueva galaxia; se acumula, se acumula hasta que estalla; y ahí el ciclo vuelve a empezar. Bueno, son distintas conjeturas que se basan en observaciones muy recientes. Fíjense que si nosotros pensamos en la estructura del aparato anímico nos encontramos que la analogía nos puede servir como para pensar sobre aquellos elementos de más difícil captación, de todo aquello que habita nuestro propio agujero negro —es por lo menos un nombre de fantasía que podemos poner en conexión con el objeto a. No digo que sea completamente sostenible la comparación, pero nos sirve para pensar algunas cosas. En todo caso, también valdrá la pena situar los límites de esta analogía.

Vamos a dar un paso más en relación a la configuración de la realidad psíquica y la naturaleza de lo inconsciente. Vamos a remitirnos al texto de Lacan. Él se pregunta qué es lo que impresiona de entrada en el sueño, en el acto fallido, en la agudeza. Destaca allí el aspecto de tropiezo bajo el cual se presentan estas formaciones; es algo con lo que uno tropieza como si se tropezara con una piedra. Está dando acá una señal de que está considerando esto en términos de algo que se conecta con una presencia, con la que alguien se tropieza. Dice: «¿Qué es lo que impresiona, de entrada, en el sueño, en el acto fallido, en la agudeza?, se pregunta Lacan a propósito de las formaciones del inconciente, destacando el aspecto de tropiezo bajo el cual se presentan... «Tropiezo, falla, fisura. En una frase pronunciada, escrita, algo viene a tropezar. Estos fenómenos operan como un imán sobre Freud, y allí va a buscar el inconciente. Allí, una cosa distinta exige su realización, una cosa que aparece como intencional, ciertamente, pero con una extraña temporalidad. Lo que se produce en esta hiancia, en el sentido pleno del término producirse, se presenta como el hallazgo (…) Con todo, este hallazgo en cuanto se presenta, es re-hallazgo, está siempre dispuesto a escabullirse de nuevo, instaurando así la dimensión de la pérdida». Podemos ver, entonces, cómo en la introducción de lo inconsciente mediante la estructura de una hiancia, va a decir Lacan, está en juego una función ontológica.

Ahora vamos a ver un poquito más en detalle las cuestiones relativas a la ontología. En relación a la ontología podemos decir que es una disciplina del campo de la filosofía, surgida de la escolástica medieval, se identificaba con la metafísica y, a su vez, era considerada como la más importante de las disciplinas filosóficas, aquella que estudia lo que es, en tanto que es y existe como sustancia de los fenómenos. La ontología se ocupa de la definición del ser y de establecer las categorías fundamentales o modos generales del ser de las cosas, a partir del estudio de sus propiedades y sistemas. Willard Van Orman Quine dice que un rasgo curioso del problema ontológico es su simplicidad, la simplicidad del problema, que puede resumirse en dos monosílabos castellanos: la pregunta «¿qué hay?», y puede, además, responderse en una sola palabra: «todo». Bueno, lo que nos interesa ahí es que hay, sin embargo, ciertas discrepancias en relación a casos particulares, en donde esta pregunta sobre lo que es, no resulta tan clara; la respuesta no resulta tan clara en cuanto a qué es lo que queda dentro del campo de lo que es, y qué es lo que queda fuera ese campo. Vamos a ver algunos ejemplos de aquellas entidades que vienen a producir problemas a la ontología:

En primer lugar, las entidades abstractas: es ampliamente aceptado que todas las entidades caen en una de dos categorías, o son abstractas, o son concretas. Los números, los conjuntos y los conceptos son algunos ejemplos de entidades que intuitivamente clasificamos como abstractas, mientras que el planeta Venus, este árbol y aquella persona son ejemplos intuitivos de entidades concretas. Sin embargo, todavía no existe un criterio aceptado para decidir cuándo una entidad es abstracta y cuándo concreta, aparte de la intuición. Además, tampoco existe acuerdo sobre si las entidades abstractas siquiera existen, y en caso de que existan, sobre cuáles existen.

Otro problema presentan a la ontología las denominadas entidades del sentido común: al encontrar una silla, ¿debemos decir que lo que hay en el mundo es una silla? ¿O sería más correcto decir que lo que hay, estrictamente hablando, es un montón de moléculas? ¿O quizás un montón de átomos? Y está claro que este argumento puede extenderse a muchas otras entidades del sentido común.

Otro caso problemático, los universales, también llamados propiedades, atributos o cualidades: son los supuestos referentes de los predicados como «verde», «áspero», «amigo» o «insecto». La existencia de los universales se postula para justificar nuestra manera de hablar acerca de los individuos. Así por ejemplo, estamos justificados en decir de una planta que es verde, porque la planta posee el universal verde, o alternativamente porque el universal verde está presente en la planta. Además, podemos decir de varias cosas que son todas verdes, porque el universal verde, siendo algo distinto de las cosas, está sin embargo presente en todas ellas. El problema de los universales es acerca de si los universales existen, y en caso de que así sea, cuál es su naturaleza: si existen en las cosas (in re), o independientemente de ellas (ante rem), o en nuestra mente, por mencionar algunas posturas.

El siguiente ejemplo nos aproxima a lo que más nos interesa, la realidad psíquica: al abrir un cerebro humano, lo que vemos no es una psique, con pensamientos, ideas y recuerdos, sino materia. ¿Será que lo psíquico es una ilusión, y que todo lo que hoy describimos en términos mentales puede reducirse a los procesos físicos que observa la ciencia? ¿O será que es algo efectivamente existente, inmaterial e inobservable?

Otro caso problemático, los agujeros: a primera vista, los agujeros están hechos de nada. ¿Cómo es posible, pues, referirnos a ellos como si fueran objetos comunes? ¿Cómo es posible percibirlos? ¿Qué percibimos? Porque están hechos de nada, pero cuando encontramos un agujero en alguna superficie, por ejemplo, el pantalón que justo habíamos elegido para ponernos para ir a la universidad, es un agujero de algo, es algo que se presenta en reemplazo de otra cosa que no está, hay ahí cierto desplazamiento, podríamos decir; el agujero aparece en el lugar de otra cosa que no está. Nos angustia, porque ahí donde debía haber tela aparece un agujero.

Podemos agregar a este listado otros casos como, por ejemplo, la producción de objetos topológicamente ilocalizables a través de láminas en 3D, popularmente conocidas como «El ojo mágico», y el Universo Virtual de Internet, la consistencia de ese espacio virtual. Vamos a dejar aquí, les voy a mostrar, para que se entusiasmen, por dónde vamos a seguir. Es lo que nos espera a nuestro regreso, vamos a trabajar en relación a la topología del aparato psíquico montando nuestro recorrido en relación a este artificio, que son las láminas en 3D.

 

Lámina 1

2ª reunión
22 /05/10

(2da. Parte)

 

Vamos a tomar un momento para ver si hay alguna pregunta, o algún comentario que quieran hacer sobre lo que acabamos de ver…

Alumna: Con respecto a la investigación en psicoanálisis pensaba las distintas modalidades (inaudible), en psicoanálisis está la investigación clínica, que creo que es la que va a empezar a trabajar, pero decía si hay alguna posibilidad de pensar modalidades de investigación, por ejemplo, clínica, conceptual, ¿qué otras modalidades de investigación en psicoanálisis se pueden pensar?

Lo que pasa es que me resulta muy difícil separar la investigación conceptual, incluso la investigación metapsicológica, de la clínica, porque la fuente desde la cual se introducen nuevos hechos sorprendentes o, lo que es lo mismo, el registro de nuevas regularidades inesperadas, es la clínica, no es el trabajo de elaboración teórica. El trabajo de elaboración teórica, en todo caso, es el final de un proceso de conceptualización que arranca con el encuentro con el hecho sorprendente. Por eso les decía que yo me inclino a entender el concepto de objeto a más en términos de un encuentro que de un invento, de un descubrimiento más que de una invención. En ese sentido, si pensamos, la clínica del psicoanálisis no se inicia con todo su bagaje de herramientas conceptuales. A lo largo del desarrollo de la experiencia analítica se van introduciendo conceptos, empezando, por ejemplo, con el concepto de transferencia, el concepto de pulsión. En fin, si uno va siguiendo el recorrido de Freud, nos encontramos con que hasta 1914 no teníamos compulsión de repetición, y ¿cómo podemos pensar hoy la clínica sin ese concepto? Entonces son conceptos que parece que hubieran estado desde siempre, y ese en particular es un concepto que da lugar a reformulaciones metapsicológicas muy importantes, pero en un proceso de pensamiento que arranca en ese encuentro con una regularidad inesperada. Lo mismo con otros conceptos, ¿no? En Lacan no sólo el objeto a, el Sujeto Supuesto al Saber, el Deseo del analista —que decíamos ayer que requiere de una precisión conceptual, la conceptualización del goce... Se puede hacer una larga lista.

Alumna: Nosotros estamos en quinto y tenemos que empezar a pensar en nuestra tesis. Tenemos una materia llamada Tesina y nos enseñan las partes de la tesina. Y la mayoría de los que nos gusta el psicoanálisis pensábamos cómo hacer la tesis siguiendo esto, porque los profesores nos dicen que empecemos a pensar cómo la podemos hacer en función de todo ese esquema, que por ahí es demasiado sistematizado, y hay muchos requerimientos que desde el psicoanálisis... por ahí hay que poner si es cuantitativa o cualitativa...

Sí, es realmente difícil. Hoy me preguntaba Eli Granados algo muy aproximado a lo que vos planteás. Yo le decía que no puedo situarme en el lugar de un especialista en eso, porque es algo que realmente ofrece una dificultad muy fuerte, ligada también a un tema que a mi gusto es muy importante, sobre el que venimos trabajando en los últimos años especialmente, el problema de la transmisión y los límites del lenguaje en la experiencia analítica, donde el acento está puesto en que es preciso poner en consideración de qué manera atravesar esas dificultades relativas la transmisión de la experiencia que, entre otras cosas, se ponen en juego a la hora de darle un formato a la presentación de una tesina, a la presentación de un proyecto de investigación. Bueno, todo eso que hace a la conjugación de nuestro trabajo con los andamiajes relativos a esos distintos espacios.

Hay un ejemplo al que yo me remito, que a mi gusto es muy ilustrativo, muy claro y muy importante —para mí se ha constituido casi en un paradigma, en ese sentido—, que es el que introduce el grupo de Quebec, que ha trabajado en esta experiencia institucional que es el 388, una clínica, un espacio institucional para adolescentes y adultos psicóticos. Hay un libro que es excelente a mi gusto, Tratar la psicosis, un libro de editorial Polemos cuyos autores son Lucie Cantin, Willy Apollon y Danielle Bergeron, tres psicoanalistas canadienses, de orientación lacaniana. Eso se inicia como una experiencia privada, muy similar al caso de la experiencia de Maud Mannoni en Bonneuil, en donde empiezan como experiencias del ámbito privado pero que en determinado momento logran ser incluidos entre los prestadores del sistema de salud público y de las obras sociales de sus respectivos distritos. Pero no lo logran porque sí, lo logran a partir de poder transmitir algunas cuestiones en relación al procesamiento de datos, que les permite demostrar la eficacia de la intervención de un dispositivo elaborado a partir del discurso del psicoanálisis, del psicoanálisis lacaniano, en el tratamiento de las psicosis.

¿Cómo hacen? Bueno, por ejemplo, desarrollan una grilla de datos en donde se toman el trabajo de situar la frecuencia en que se presentaban las crisis en un determinado sujeto en todos los años de tratamiento anteriores a su llegada a este dispositivo, la cantidad de medicación que tomaban en el momento de llegar, toda una serie de datos de esa naturaleza; y cómo se podían contrastar esos datos con lo sucedido a partir del ingreso y en los siguientes dos o tres o cuatro o cinco años de abordaje en la institución. Entonces ellos pueden elaborar una base de datos en donde muestran cómo, al cabo de equis cantidad de años, pacientes que venían con veinte años de tratamiento anterior, sobremedicados, con una creciente reiteración de las crisis y en donde no se había obtenido resultado alguno, de pronto la intervención del dispositivo del hospital de día —que además incluye un dispositivo de internaciones breves para afrontar el momento de las crisis de esos pacientes— tenía como resultado que las crisis se empiezan a espaciar, que esos pacientes que venían siendo eyectados de las otras instituciones por las que transitaban pueden permanecer en la institución; empieza a haber además un desmontaje del dispositivo psicofarmacológico, es decir que en poco tiempo se pasa a que esos pacientes empiecen a tener, quizás, la mitad de la medicación con la que se los venía tratando; además, empiezan a tener alguna inserción en dispositivos educativos o en espacios laborales...

Entonces, uno compra un libro de psicoanálisis, Tratar la psicosis, son psicoanalistas lacanianos, blá blá blá. La última parte del libro, que deben ser como cuarenta páginas, están dedicadas a toda esta documentación, que es lo que les permitió presentar sus pruebas para decir: «¿Ustedes quieren eficacia? Acá tienen eficacia». ¿Hay alguna traición a la ética del psicoanálisis? Ninguna. Vale la pena tomarse el trabajo de ojear cómo es que hacen entrar variables que tienen una procedencia cualitativa en términos cuantitativos sin que se nos pierda lo esencial de la clínica en el camino. Lo nombro como referencia. El caso de Bonneuil, la institución de Maud Mannoni, también es algo similar, al cabo de cierta cantidad de tiempo, ella dice alrededor de 15 años, el dispositivo se incluye oficialmente en el sistema público...

Vamos a nuestro aparato psíquico. Esta primera imagen5 se corresponde con una lámina de este artificio que se conoce popularmente como El ojo mágico. Ahora estamos un poco más habituados a la tridimensionalidad, porque ya la nueva generación de películas que se están produciendo en cine son en tres dimensiones, y ya se están produciendo los primeros televisores con unos anteojitos muy bonitos de Sony, que también nos permiten ver en nuestra casa películas en tres dimensiones.

El método con el que funcionan las películas en tres dimensiones, es una ligera variación del modo en que están diseñadas estas láminas. En realidad, tanto en un caso como en el otro, el truco consiste en producir una divergencia entre lo que mira un ojo y lo que mira el otro. En el caso de las películas en tres dimensiones, si ustedes agarran los anteojitos, ven que uno es de una coloración rojiza, el otro es de una coloración azulada, porque el que tiene la coloración azulada hace que no veamos toda una serie de elementos que aparecen en la escena con esa coloración, hace de filtro para que no veamos toda una serie de elementos de la escena que sí vemos con el otro ojo. Lo mismo la lente roja, hace que no veamos toda otra parte que sí la captamos con el azul.

Acá no necesitamos usar anteojos para acceder a la imagen en tres dimensiones. Ésta es una de las láminas más simples. La imagen a la que vamos a acceder en realidad está a la vista; no hay imagen oculta aquí. Lo único que nos permite captar, al entrar —vamos a nombrarlo así, ahora vamos a ver por qué— en la tridimensionalidad, es que ahí sí podemos captar la relación espacial entre esas distintas monedas, y podemos captar claramente que hay algunas que están más adelante, otras están en el medio, otras están más atrás. Podemos captar esa tridimensionalidad. El truco aquí consiste en cierto posicionamiento del observador, que podemos asimilar a la noción freudiana de la atención flotante. ¿Por qué? Porque consiste en mirar la lámina sin fijar la mirada en ningún punto; es decir, perder la vista al vacío, perder la vista al infinito, lo cual hace que se presente cierto nivel de dificultad, porque no estamos habituados a esto que implica perder la vista al infinito, que es hacer divergir el punto de foco de cada uno de nuestros ojos. Es un ejercicio muscular; lo que pasa es que es un músculo que no estamos habituados a mover... salvo los que practican hacerse los bizcos, yo nunca tuve esa habilidad... Requiere realmente un esfuerzo. Hasta que se logra, y en el momento en que se logra y diverge el foco de la mirada, logramos el mismo efecto que con los anteojos: un ojo ve unas cosas que el otro ve desde otro lugar. Es como que tenemos dos miradas de la lámina, que nos permiten ver eso de otra manera. Hay algunas láminas que presentan ya otro nivel de dificultad, en donde ese objeto o esa escena oculta en 3D no está a la vista.

 

Lámina 2

Alumno: (…) Pregunta inaudible.

Acá (L2), en realidad, lo que nos encontramos en la lámina de superficie es que esos trazos están elaborados de tal manera que se repiten; es un entramado que nos permite captar a simple vista esa repetición en la trama. Si miramos con un poquito más de atención notamos, por ejemplo, que entre esta figura... ¿ven esta 3forma pequeñita ahí que parece una corona, y ésta otra…? Notamos que hay alteraciones en la repetición. Lo que se repite, se repite pero con alteraciones. Si miramos bien, acá, por ejemplo, la alteración es más evidente. Si comparamos ésta y ésta prácticamente no notamos la diferencia.

Ésta es una lámina combinada (L3) en donde tenemos toda una parte que está diseñada como para poder acceder a la imagen oculta. La imagen oculta es una flecha, que de algún modo está sugerida por la figura de Robin Hood —recién se estrenó la nueva película de Robin Hood, tiene plena vigencia.

 

Lámina 3

Esta lámina es interesante porque nos permite situar algo particular, que es en lo que vamos a hacer hincapié ahora: el hecho de que si uno hace ese esfuerzo para poder divergir el foco de cada uno de nuestros ojos y así poder captar esa flecha que se nos presenta, basta sin embargo con que nos distraigamos un instante con la figura cristalizada en la superficie de la lámina, para que esa imagen a la que pudimos acceder se cierre subrepticiamente. Ahí tenemos ese efecto de pulsación en donde nos encontramos con un movimiento de apertura y de cierre de la lámina. ¿Alguno tuvo la experiencia de acceder a las figuras en 3D? ¿Sí? ¿Vieron lo que es ese momento, la primera vez...?

Alumna: Uno se descompone, a mí me descompuso verlo.

¿Qué fue lo que viste? ¿Qué tendría esa lámina? (risas) Yo hasta ahora sólo vi láminas de Disney, no sé...

Alumna: Yo fui a ver Alicia en el País de las Maravillas...

Ah, vos decís la película. ¿Las láminas las vieron? De pronto algo aparece, toma consistencia, y de pronto se está yendo, se empieza a esfumar y se cierra completamente. Es todo un trabajo, es todo un esfuerzo mantener eso ahí presente, ese objeto o esa imagen que se forma en 3D: aparece, pero no sin ese trabajo de parte del observador en mantener la lámina abierta… Decimos «lámina abierta» como si efectivamente se abriera en su superficie y uno efectivamente pudiera pasar a la recámara de más allá... En realidad uno mira la hoja atrás y no hay nada, y no se puede entender cómo de pronto se da esa sensación de volumen, de espacialidad, en la que se puede captar esos objetos y escenas virtuales en toda su consistencia.

Alumna: Los niños tienen más facilidad...

Sí, sí, también para aprender a nadar, y para andar en bicicleta (risas). Son cosas para las que efectivamente tienen más facilidad...

Alumna: Lo digo a partir de una experiencia con mi hija (inaudible).

Sí, porque ésa es la facilidad de los niños en cuanto a poder pasar a tener el dominio de su cuerpo, en donde hay ciertas funciones de órgano que una vez que se cristalizan es difícil incorporar hábitos nuevos, hábitos de movimiento nuevos.

Alumno: ¿Tiene que ver con la atención flotante, que también ellos tienen más facilidad para centrarse en un punto, y las personas más grandes al tener esto de atender a todo el conjunto pierde ese foco en un punto particular?

Lo que pasa es que eso es al revés de lo que yo estaba diciendo sobre el funcionamiento de este truco: justamente en el momento en que vos le prestás atención a algún punto en particular de la lámina, la lámina se cierra y la imagen oculta se pierde. Lo que intentaba decir, en relación a los niños, es sobre la facilidad que suelen tener para desarrollar su dominio del cuerpo, su dominio muscular, para incorporar con naturalidad esquemas de movimiento nuevos...

Alumna: Desenfocar… nosotros nos quedamos con el foco...

No, no, tiene que ver, insisto, con un trabajo de órgano. Entonces tiene que ver, en ese sentido... bueno, cómo están facilitados en el niño el aprendizaje de un idioma, por ejemplo; no hay nada más difícil para un adulto que aprender a nadar, o a andar en bicicleta, o aprender a manejar. Cuando un chico... como alguien me ha contado experiencias de empezar a manejar a los dieciséis años, a los catorce años... eso en Buenos Aires es imposible, bueno, no es imposible, es imposible que eso termine bien (risas). Pero en los pueblos sí, en los pueblos, a lo sumo, terminan con el auto en una zanja. Pero hay un aprendizaje que en el niño se ve facilitado. Acá lo que interesa a propósito de la asociación libre es que la captación de la imagen oculta nada tiene que ver con lo que se plantea, por ejemplo, en los test proyectivos, en donde para nada se trata de decir: «¿Qué ves vos en esta lámina?»; y entonces el entrevistado —si tratara por ejemplo de la lámina 2— podría responder,: «Y, veo una bruja con su capa», o «Veo una hoja de otoño»… La captación de la imagen oculta no tiene absolutamente nada que ver con eso.

En la lámina siguiente (4) podemos distinguir a Pluto, llegan a ver a Mickey, Mickey más chiquito, más chiquito... Acá Mickey casi se pierde, es una repetición con el sombrerito totalmente deformada. Acá aparecen unos ojos de Pluto que vienen de otra repetición. Son repeticiones con alteraciones.

Supongamos que Pluto es nuestro paciente en análisis.

 

Lámina 4

Como suele suceder, sesión tras sesión viene Pluto, ladra un poco y entre los ladridos nos cuenta lo difícil que resulta su relación con Mickey, cómo Mickey se aprovecha de él, cómo muchas veces invade sus espacios en las caricaturas, no le deja lugar... Después también nos cuenta lo bien que se está llevando con Mickey, cómo le gusta estar con él, cómo juega. También, en algún momento, nos confiesa una fantasía, el momento en que se encontró pensando, sin que ese pensamiento tenga nada que ver con lo que él piensa en relación a Mickey, se encontró pensando en comérselo, se encontró pensando en morderlo. Vean que hay algunas de las imágenes en donde prácticamente Mickey está en la boca de Pluto, no se sabe muy bien para qué.

Podemos asimilar, entonces, esto que vemos en la superficie de la lámina como aquello que se nos presenta en la superficie del discurso del sujeto, ahí donde, en su recorrido, una y otra vez vuelve a pasar por esos mismos lugares que se reducen a un puñado de cuestiones que son por las que va circulando el sujeto en el recorrido de un análisis. En ese sentido podemos ubicar esas deformaciones que encontramos en la lámina, por ejemplo, ahí donde vemos a Mickey con sombrerito, a Mickey con sombrerito, y de repente Mickey se quedó sin sombrerito, aparecen las orejas solas, nosotros sabemos que es Mickey pero se confunde con la nariz de Pluto.

Podemos ubicar esos accidentes en la trama de la lámina en los mismos términos en que Freud sitúa los accidentes en el discurso del sujeto, es decir, los lapsus, los actos fallidos, las formaciones del inconsciente en general: los chistes, los sueños, las desfiguraciones del sueño, en donde en el sueño de pronto se nos presenta Mickey con la nariz de Pluto, o Pluto con el sombrerito de Mickey, sustituciones propias de las operaciones de condensación y desplazamiento que describe Freud… Por eso él dice que en el relato de un sueño, por ejemplo, él insiste en que el sujeto lo relate varias veces, repregunta una y otra vez, podríamos decir que se hace el tonto, Freud; un poco como el personaje de Columbo, ¿se acuerdan, ese detective que se hacía el tonto y que tenía todo el aspecto de tonto? Y en ese sentido Freud se hace el tonto, pero ¿para qué? Para provocar el encuentro, en esas repeticiones del relato, con las alteraciones en la repetición. Porque él va a situar esas alteraciones en la repetición como la vía de acceso a aquello que nos interesa, la otra escena, la del inconsciente.

Alumno: ¿Es lo que Lacan busca después en el automatón y la tyché, los significantes que se van repitiendo?

Claro, sí, tal cual. Aquí podríamos situar el automatón en la dimensión de esas repeticiones que van a presentarse en el sujeto como compulsivas en el nivel de la cadena significante, tenemos las repeticiones y las variaciones que se producen en la repetición; pero todavía no tenemos la dimensión de la tyché. La dimensión de la tyché la vamos a introducir ahora, y tiene que ver con el momento en donde podemos acceder, por esta vía, este portal que se nos abre a través de esas alteraciones en la trama, a la otra escena.

 

Lámina 5

En la lámina 5 se puede ver con mucha mayor claridad, cómo está diseñada la lámina y esas alteraciones en la repetición. Acá en el caso de Pluto también. Hay ahí una secuencia, si uno busca en las láminas las encuentra fácilmente. El ejemplo más claro es éste, el de Mickey, este corte... es como si ahí de pronto Pluto está hablando de la cara sonriente de Mickey y se le escapa una palabra que habla mal de Mickey, y dice «Ay, no quise decir eso, si yo a Mickey lo quiero… ¿cómo voy a decir eso?». Les decía, entonces, que eso se nos presenta como la vía de acceso a la otra escena, esa sobre la que no tenemos señal alguna en la superficie de la lámina —o, lo que es lo mismo para nosotros, en la superficie del relato del sujeto— más que por esos indicios, ahora sí pasan a tomar el valor de indicios para nosotros, y que son esas mismas alteraciones que recién señalábamos.

Lo que podemos ver en las láminas siguientes es que en esa imagen oculta —a la que podríamos figurarnos como la escena fantasmática de Pluto—, Mickey no figura de ninguna manera. Más bien, ha sido el soporte, apenas el soporte del despliegue de otra cosa.

 

Lámina 6

Lámina 7

Podemos ahora producir una inversión de los términos, propia de aquellas cuestiones que se presentan en conexión con la reversibilidad propia del fantasma —y, ¿por qué no?, también de la libido—, en donde es el propio sujeto el que aparece desplegando determinadas escenas en las que, sin embargo, aparece situado en el lugar del objeto, como puro objeto del goce del Otro. Fíjense que ahí, en la notación que figura en pantalla, ya el lugar del sujeto queda denotado en términos del Otro sin barrar.

Lámina 8

Ésta es la verdadera estructura de la escena fantasmática en el momento del estallido de las neurosis, cuando la identidad yoica se conmueve y el sujeto ya no sabe quién es, cuál es su lugar en el deseo del Otro, experimentando más bien —y en eso la angustia no engaña— haber quedado a merced del Otro, de su goce, siendo nombrado por el Otro en un lugar insoportable. La consistencia que en momentos así toman para el sujeto sus propias escenas fantasmáticas —en donde las mariposas de Pluto pueden tomar por ejemplo en valor de la evanescencia del Otro y entonces toda la escena está referida al desamparo que Pluto experimentaría en caso de que el Otro se vuele—, es un modo de inscribir aquello que Freud situara en términos de la pérdida de la realidad en las neurosis, y este modelo topológico, el de las láminas en 3D, creo que nos permite aproximarnos un poco más a poder captar de qué se trata, cómo pensar no solo la topología sino también la ontología puesta en juego en el nivel de la realidad psíquica, de lo inconciente: ni ser, ni no ser, diría Lacan en el seminario de Los cuatro conceptos… Se trata más bien de lo no realizado, y para cuya realización, para hacer posible su expresión y su despliegue, montamos este particular dispositivo del psicoanálisis.

Vamos a llegar hasta aquí con esta presentación, pasaremos a trabajar el caso que les comentaba, el caso del niño carnicero, e intentaremos poner en conexión con él los conceptos que fuimos introduciendo hasta aquí. Es una película que pasan frecuentemente en la tele: La inocencia perdida. Creo que es una película de origen irlandés.

Alumna: ¿E s lo mismo que La inocencia interrumpida?

No, ésta es perdida, definitivamente perdida. La interrumpida es una que se puede volver a retomar... Ésta no. Ahora van a ver por qué no. Se trata del caso de Francie Brady, el niño carnicero. Vamos a abordar, a propósito del caso, las figuras del acting out y del pasaje al acto, para poder pensar de manera más amplia algunas de las cuestiones que veníamos situando en relación a la clínica. En realidad la película empieza por el final, es una tragedia pero está planteada en tono de comic, toda la estética de la película... de hecho empieza como un comic, y luego el comic da lugar a los actores de carne y hueso. Hay allí otra peculiaridad: es el mismo sujeto, el protagonista quien —a la manera de una voz en off— nos va comentando lo que sucede. Es decir, nos va relatando todos los acontecimientos de su propia vida afectiva, el impacto que van produciendo en él determinadas circunstancias, como si tuviéramos la posibilidad de escuchar lo que va pensando ese niño en la medida en que las cosas le pasan.

Ahí nos encontramos con una primera escena, en la que vemos a un niño... en realidad, adivinamos que es un niño simplemente por lo poquito que se ve de su cara, porque está en la camilla de un hospital totalmente vendado, de los pies a la cabeza, con una pierna levantada. Está ahí con otra persona, el Sr. Leddy. Este hombre le pregunta al niño:

—¿Por qué, Francie? Le hubieras partido el corazón a tu pobre madre...

—Lo siento, Sr. Leddy —responde el niño.

Entonces, ahí empezamos con una pregunta muy interesante: alguien le pregunta al sujeto ¿Por qué? Ahora vamos a ver el por qué de qué. Ahí comienza la narración de Francie que, les decía, va dando cuenta, après—coup del devenir de su posición subjetiva; cómo se va alterando su posición subjetiva; cómo se va pudiendo dar cuenta, él mismo, de esos cambios de posicionamiento, en el instante en que se producen.

Dice: —«Cuando era joven, hace 20, 30 o 40 años, el pueblo me buscaba por lo que le hice a la Sra. Nugent. Si no se hubiera metido entre Joe y yo, no hubiera habido un problema... Supongo que todo empezó con robar manzanas...». ¿Qué fue lo que le hizo Francie Brady a la señora Nugent? Simplemente la descuartizó, destrozando de manera despiadada su cuerpo con el cuchillo del señor Leddy —el hombre que le pregunta ¿Por qué?—, el mismo cuchillo que utilizaba en su carnicería para trozar cerdos, para trozar la carne: el cuchillo del carnicero. Pronto podremos ver cómo en el montaje de la escena del asesinato, los elementos que la componen responden a algo bien distinto del azar o a la mera circunstancialidad. Vamos a ver cómo los elementos que componen esa escena aparecen plenamente sobredeterminados.

La señora Nugent era la madre de Phillip, un niño de aproximadamente la edad de Francie, que por entonces era objeto de las burlas de Francie y de los otros chicos, fundamentalmente de Joe Purcell, el mejor amigo de Francie Brady. En una de las primeras escenas de la película se los ve a los dos, a Francie y a Joe, robando manzanas en el jardín de los Nugent. En ese momento llega Phillip y los sorprende robando las manzanas; Phillip trae unas revistas de comics, y Joe le propone a un trato muy particular, le dice «Si querés te cambiamos las manzanas —que eran del árbol de su mamá— por las revistas», que es como decirle «te cambiamos algo que es tuyo por algo que también es tuyo», un flor de negocio le estaban proponiendo.

Acto seguido, cansada por el hostigamiento hacia su hijo, la señora Nugent se dirige a la casa de Francie, entablando con la madre de éste una fuerte discusión. La madre de Francie apenas atina a decirle que son cosas de niños, que no es para hacerse tanto problema. Pero la señora Nugent le responde indignada y a los gritos: —No tiene nada que ver con entender a los niños, conocí a tu clase de gente mucho antes de ir a Inglaterra...». En ese momento, ve venir al padre de Franci e, lo que le da pié para un último comentario: —No es culpa del pobre niño, es de esperar cuando el padre nunca está en la casa, no me sorprende que el niño sea así... ¡Es un cerdo! ¡Cerdos, eso es lo que son, y todo el pueblo lo sabe! Al retirarse la señora Nugent, el padre de Francie le da a su hijo una soberana paliza.

Vamos a hacer un recorte de algunas de las escenas siguientes. Nos muestran, por ejemplo, a la madre de Francie, teniendo también algunos problemitas. En una de esas escenas, Francie entra a su casa y encuentra a la mamá en la cocina, con una soga en la mano, mirando el techo y parada arriba de la mesa de la cocina. Había puesto, además, arriba de la mesa una silla, con lo cual estaba pensando dónde colgar la soga, se pueden imaginar para qué: —¿Por qué está la silla sobre la mesa...? —pregunta Francie a su madre. Se te cayeron las pastillas —observa a continuación. —Creo —dice ella— que me ponen peor.

Poco tiempo después, la madre es objeto de una nueva internación —nos enteramos de que no es la primera—, en lo que Francie llama humorísticamente: «el taller mecánico». Seguramente es una expresión de los padres, nombrar así el lugar de internación.

En ausencia de la madre, podemos ver al padre de Francie mirando televisión mientras el niño hace las cosas de la casa. Lleva puesto un vestido de su madre, quien permanece internada. Ahí aparece otra vez la voz en off, que nos permite acceder a los pensamientos lúdicos del niño, donde dice, mientras pasa la escoba: «Todo depende de Francie, Francie Brady el increíble».

Alumna: ¿Más o menos cuántos años tenía?

Creo que diez u once años. No lo recuerdo bien, pero entre diez y once años.

Podemos ver que aún éste es el pensamiento de un sujeto que confía en la posibilidad de que las cosas funcionen, aunque para eso deba encarnar cierto lugar heroico, a todas luces desproporcionado con su condición infantil; pero todavía aquí nos encontramos con un sujeto que tiene la esperanza de que las cosas funcionen, las cosas familiares, las cosas de su vida, de su vida de niño. Tiene la esperanza de que a su madre, en el taller mecánico, le ajusten algún tornillo que le permita funcionar bien.

La fantasía pronto encuentra una primera fisura. Se produce en la escena siguiente un primer desencuentro con Joe. Recuerden que Joe es su mejor amigo, con quien estaba robando las manzanas en la casa de Phillip. Parado en la vereda de una de las calles del pueblo, Francie interrumpe el paso de Phillip y la señora Nugent, solicitándoles que paguen, como condición para dejarlos pasar por la vereda, el «impuesto sobre tarifas de cerdos». Si ella sostiene que él y su familia son cerdos, entonces —le dice— «...este cerdito le iba a demostrar lo contrario». Los Nugent, bajo protestas, se cruzan de vereda. Pero, lo interesante es que cuando le cuenta a Joe el episodio, su amigo le pregunta extrañado: «¿De qué impuestos hablas?».

Al poco tiempo, regresa su madre del taller mecánico. Y, según dice Francie, estaba como nueva. Algo, sin embargo, enciende para el niño una nueva señal de alarma. Están en las vísperas de navidad y su madre empieza a cocinar una infinita cantidad de pasteles para agasajar a su tío Alo —pronto vamos a ver quién es— que iba a venir como invitado a pasar las fiestas con ellos. La casa empieza a llenarse de tortas y de buñuelos, y Francie va por la calle y de pronto le pregunta a quienquiera que se cruce con él cuántas tartas le parece que puede comer su tío, porque empieza a ver lo desproporcionado de esa producción culinaria materna.

Llega el día tan esperado, participan de esa reunión, además del tío Alo, otros amigos del matrimonio. Ahí surgen algunos recuerdos de la luna de miel, que las dos parejas parecen haber compartido. Sin embargo, la escena transcurre en una tensa algarabía navideña, como suele pasar en muchas familias. Entre canciones y carcajadas, sobre el final de la fiesta, al despedir a las visitas, la madre sigue ofreciéndoles pasteles y buñuelos, los persigue hasta la puerta con los pasteles y los buñuelos; y el padre de Francie, ya a esa altura totalmente borracho, empieza una pelea con ella, visiblemente celoso por la relación entre la mujer y su tío Alo. Le dice: —«Que Dios te maldiga, ¡¡¡zorra!!! El día en que te saqué de esa tienda...», grita mientras comienza a golpearla. En medio de esa pelea, Francie se escapa a escondidas de la casa, se va a Dublín, cambiando humorísticamente su nombre en el relato, por Algeron Carrouthers; como el sobrenombre del tío es «Alo» —esto no está explicitado— , parece que se pone el nombre de su tío. Pasa todo el día en Dublín y, con el dinero que roba de una tienda, compra una cajita de música para llevarle a su mamá de regalo, una cajita adornada con una figura de porcelana, que muestra a una mujer de expresión muy feliz tocando el arpa.

Cuando regresa de Dublín, encuentra a todo el pueblo en la calle en una procesión que pronto podemos reconocer como un funeral. Se cruza en el camino con Joe, quien le pregunta: —Francie, ¿dónde estabas? Él se empieza a dar cuenta de que algo pasó, cuando la mirada del padre le confirma lo peor. Le dice: —La encontraron en el fondo del río, cerca del manicomio...», espetándole a continuación: ¿No te bastó mandarla allí? ¿También tuviste que estropear su funeral?

Nueva escena, que desemboca en lo que podemos situar como un segundo desencuentro con Joe. Francie lleva a Phillip Nugent a un cobertizo, con la promesa de devolverle las revistas que le habían canjeado por las manzanas. Apenas llegan al cobertizo comienza a propinarle una terrible golpiza. Está a punto de darle con unas cadenas cuando entra Joe, alertado por los gritos y, cuando ve lo que está sucediendo, detiene a su amigo, al tiempo que le dice: «Ya te pasaste. ¡Ahora sí que te pasaste!». Entonces Joe le impone a Francie un juramento de sangre: debe jurar que nunca más se acercará a Phillip, condición para que ellos sigan siendo «…hermanos de sangre hasta el final del tiempo...». Se cortan los dos en la palma de la mano y hacen ese pacto.

Esto, sin embargo, no alcanza a evitar las represalias de los Nugent. Mientras se encontraba todavía con Joe, los toman por sorpresa los tíos de Phillip, quienes le propinan a Francie una dura paliza. Pero él, lejos de intimidarse, va a responder con una primera visita a la casa de la señora Nugent. Tan sólo le toca el timbre y, cuando sale la señora Nugent le pregunta: — ¿Cree que los cerdos son malos? No son malos. No sé lo que haré con usted...

En el lugar de la señora Nugent, yo me empezaría a asustar.

La segunda visita es mucho menos amable. Ve a los Nugent part ir en su automóvil a pasar un día de campo y aprovecha la ocasión para entrar en su casa. La voz en off encarna ahora a Francie: —Phillip es un cerdo... Cerdos... ¿Y qué hacen los cerdos? Representa a continuación a Phillip y a la Sra. Nugent, en su papel de cerdos: desparrama comida por todos lados, hace sus necesidades en el medio del living. Hace un desastre en la casa. Deja así un escenario propio de cerdos; deja la casa hecha un verdadero chiquero y luego se va.

Ahí puede verse a esta altura que ya está fuertemente planteada la pregunta que él mismo se hace en relación a quiénes son los cerdos. Hay una insistencia de ese significante que se le presenta a él como una acusación que se le intenta imponer. Es decir, se impone la cuestión no sólo acerca de quiénes son los cerdos, sino qué posición tomar él ante ese modo en que se siente nombrado. Podemos decir que si bien ahí aparece por parte de Francie un fuerte rechazo de este significante que lo incomoda, no puede, sin embargo, dejar de implicarse en él. Lo rechaza, pero ya lo tiene ahí rondándole como una presencia que se le impone. Es un significante que, ya vemos, empieza a cobrar su propio vuelo, empieza a tomar vida propia, tal como podemos situar, hasta aquí, en relación al pensamiento obsesivo, en donde nos encontramos con cierta cadena significante que insiste independientemente de la voluntad del sujeto. Como decía George Boole, el precursor de la lógica matemática, hay pensamientos que se piensan a sí mismos, que irrumpen sin necesidad de que el sujeto se proponga pensarlos. No es nada nuevo esto, todos lo conocen, pero me parece importante poder situarlo aquí, en tanto seguimos la secuencia en que un significante cualquiera pasa a cobrar vida propia.

Entonces, podemos decir que ya no es tan sólo un término que se pronuncia, sino que pasa a esbozarse aquí como un real que se encarna y se muestra. Se encarna ahí donde Francie monta esta escena en donde él representa los cerdos que son Phillip y la señora Nugent, en el chiquero que es su casa. Lo encarna y lo muestra. Esta escena que ahí se despliega cobra para nosotros el valor de un acting comandado por esa pregunta que Francie, por supuesto, no puede enunciar ni articular en el registro de la palabra, pero sí puede ponerla en escena en la medida en que confía, aún, en la intervención de alguien que pueda poner las cosas en su lugar, que pueda garantizar que no, que no es él el cerdo al que pretende reducirlo la señora Nugent, ahí donde podemos decir que ese significante amenaza con centrar toda la potencia del goce del Otro al que él podría quedar por completo alienado. En ese significante se concentra para él ese peligro, el peligro de quedar alienado al goce del Otro.

Vamos a esquematizar aquí el acting out en términos de un significante que se presenta allí para el sujeto, pero con el margen de precipitarlo a la formulación de una pregunta. Es decir, aquí aparece este significante, cerdos, pero donde el sujeto no se reconoce. Entonces, lo lanza en una búsqueda de qué otra representación, qué otro modo de ser nombrado oponer a esa significación que aparece ahí intentando imponérsele. Ese significante faltante, que aquí representamos con esa S negativizada por el signo menos (-), es aquél que le permitiría a Francie situarse en un lugar distinto a ese otro que, cada vez más, amenaza con imponérsele. ¿Qué nos quiere mostrar Francie en esa escena? Lo que decíamos: que los cerdos son ellos, los Nugent, y que por lo tanto él no lo es. Sólo que, para su infortunio, después de ser pescado in fraganti en medio de eso que para los ojos de todo el pueblo fueron sus incomprensibles desmanes, porque nadie puede entender qué hizo ese chico, la escena concluye con una inesperada sanción: es internado en un reformatorio. Se suma a esa sanción un nuevo desencuentro con Joe, quien al ver cómo se llevan a Francie compulsivamente de la casa de los Nugent, le pregunta entre perplejo e indignado —porque Francie se había comprometido en ese pacto de sangre a no volver a molestar a los Nugent: «¿Fue un accidente, verdad? ¿No lo tocaste a Phillip, verdad?».

Va a pasar un tiempo en ese reformatorio, que él mismo va a denominar humorísticamente, «la escuela para cerdos». Pronto vamos a saber también que su padre estuvo internado en su infancia en un sitio similar, un orfanato. Ahí fue donde conoció al tío Alo, dando esto ocasión al comienzo de la amistad.

Unos días después de integrarse a su nuevo hogar, a este reformatorio, recibe una carta de Joe, que le produce un impacto muy fuerte. La carta dice así: «Querido Francie: ¿qué estabas haciendo, idiota? ¿Tratabas de quemar la casa de los Nugent? La gente habla de ti. Tendrás que dejar en paz a Phillip. No es tan malo». Le cuenta a continuación que Phillip había ganado un pez en un juego de la feria, y que se lo había regalado a Joe. A esa altura se pueden imaginar cómo iba sintiéndose Francie, no entiende para qué le cuenta eso, se pregunta para qué se lo cuenta. Lo toma al principio como una broma, pero después entra en dudas y, al final, después de una larga cavilación —de la que nosotros nos enteramos porque somos testigos de esa cavilación, escuchamos lo que él piensa— llega una posible explicación de lo que, supone, intentaría transmitirle su amigo. Interpreta, dice: «Joe aceptó el pez para que hubiera paz entre todos». Llega así a un pensamiento que lo deja en paz por un tiempo. Siente un gran alivio al llegar a esta conclusión que le permite pensar que, cuando llegue de vuelta a casa, él y Joe seguirán siendo tan amigos como antes.

Entonces empieza a evaluar cuál sería el modo más digno y expeditivo de salir de ese lugar. Y rotula a esta iniciativa: «¿Cómo obtener el diploma Francie ya no es un cerdo?». En realidad él dice «Francie no es un cretino», pero tal como vienen jugadas las cosas nos deja a un paso de situar en ese pensamiento esta expresión: « Francie ya no es un cerdo». Se postula, entonces, para ser monaguillo, y comienza la preparación de su egreso. Por ese tiempo recibe la visita del padre, quien, entre otras cosas, le relata algunas escenas de aquella hasta entonces idealizada luna de miel, confesándole respecto de su madre: —Nunca sabrás cuánto quería a esa mujer. El niño, por su parte, le responde: —No tienes hijo, me metiste en una institución como a ella... ¿Qué hice yo? Hubiera sido mejor si me hubieras pegado. Muerta la madre, y destituido el padre, se va quedando sin interlocutor, se va quedando sin Otro, por lo que se va potenciando cada vez más el valor que Francie asigna a su amigo Joe, que es a esta altura de los acontecimientos la única persona en quien él deposita sus últimas esperanzas de ser reconocido subjetivamente en un lugar más o menos digno.

Finalmente, no sin antes poner las cosas en el lugar con el perverso personaje que es el tutor que le toca dentro del instituto, el niño encuentra el modo de salir de ese lugar con el diploma de «Francie ya no es un cerdo», con todos los honores. Y al volver al pueblo, camino a su hogar, pasa por la fuente en la que se reunía habitualmente a jugar con Joe; encuentra a otros chicos desconocidos ocupando ese lugar que hasta hace poco le pertenecía. Se encuentra más tarde con Joe. Entonces comienza a hablarle de sus andanzas en el internado y los personajes con los que se cruzó, casi como si el otro chico hubiera estado con él. Francie puede captar algo extraño en la expresión de su amigo, y entonces le pregunta: —¿Estás de mal humor...? A lo que Joe responde: —Me tengo que ir.... Podemos situar ahí un nuevo desencuentro, con la novedad de que por primera vez Joe se aleja de Francie por decisión propia. Tampoco le pregunta: «Explicame ¿qué te pasó, con tu tutor?», ni nada de eso; simplemente, cuando Francie empieza su relato, le dice que se tiene que ir, no lo puede soportar.

Francie no se desanima, intenta reordenar su vida social. En ese momento vuelve a vivir con su padre, y consigue un empleo en la carnicería del señor Leddy. Vamos a abreviar, así podemos tener un momento para discutir el caso y ver algunas preguntas que puedan surgir. Toda la secuencia concluye en un momento en donde Francie va a buscar a Joe. Y en la casa de Joe le dicen que no está, que está en el colegio, que pasa toda la semana en el colegio. Entonces él piensa que lo mandaron los padres al colegio... Bueno, en el medio hay una visita al lugar donde los padres habían pasado la luna de miel; es otro desencuentro, también. Toda la secuencia termina en el momento en que él va al colegio donde durante la semana transcurrían los días de Joe y de Phillip, que casualmente iban al mismo grado y se habían hecho muy amigos. Intenta entrar al colegio, dice que él es amigo de Joe Purcell. Los celadores lo detienen en la entrada. En ese momento se ve que el curso de Joe está bajando la escalera. Alguien se acerca a Joe y le pregunta: «Este chico está diciendo que es tu amigo…», el niño entonces lo mira a Francie y le dice al celador: «No, no lo conozco», y le retira definitivamente la mirada.

Ese instante en el que Joe dice no conocerlo y le retira la mirada, podemos situarlo como el momento en que, propiamente, Francie se queda sin ninguna instancia de apelación. No encuentra ya a quién apelar en su intento de ser reconocido en otro lugar, distinto de éste al que ha sido sentenciado por la señora Nugent y que da lugar a ese significante que, definitivamente, se le impone como un exceso en la significación, al que vamos a poder situar, así, como pasaje al acto. Es lo que se desencadena a partir de ahí y tiene como conclusión el descuartizamiento de la señora Nugent con su propia herramienta de trabajo, con el cuchillo de la carnicería del señor Leddy. Él descuartiza a la señora Nugent. Después regresa a su casa, su padre estaba gravemente enfermo —además de borracho era fumador— y se muere… Francie le prende fuego a la casa, se asfixia y queda encerrado dentro. Es el señor Leddy, que va a buscarlo para ver por qué no había ido a trabajar, quien lo rescata pero en un momento en el que ya estaba, prácticamente, hecho al horno... el cerdito.

Entonces, si antes situábamos el acting out en términos de una mostración, que podemos entender en el sentido propiamente jurídico como una apelación: cuando alguien recibe una sentencia y no se reconoce en esa sentencia que fue promulgada por un juez de primera instancia, puede recurrir a una instancia de apelación, puede ir a un juzgado de segunda instancia, hasta llegar a la Corte Suprema. Si resulta que la Corte Suprema confirma el fallo de las instancias anteriores, el sujeto se queda sin instancia de apelación. Le quedan entonces dos alternativas: o ajustarse a ese fallo y cumplir su sentencia y su condena, o precipitarse en un acto que podemos pensarlo ahí en dos configuraciones distintas. Una, es esta que está esquematizada aquí, que es el dejarse caer como único modo posible de salir de ese lugar insoportable que el sujeto siente que le es asignado por el Otro; es decir, salirse de ese lugar cristalizado en términos de experimentarse como objeto del goce del Otro. La otra alternativa es la ruptura de la escena. En este caso, podría decirse que es un pasaje al acto en dos tiempos: uno que empieza con la ruptura de la escena de la cual provenía esa significación, descuartiza a la señora Nugent. La otra, esta otra cara, o esta otra versión del pasaje al acto, es ya no la ruptura de la escena, sino el dejarse caer de la escena: la asfixia y ese punto en el que él podría haber muerto en ese incendio de no ser rescatado por el señor Leddy.

Ahí se encuentra con que resulta que había un Otro al que le interesaba su existencia, pero él no había tomado nota de eso. Podemos decir que la pregunta del señor Leddy llega tarde, llega cuando ya todo sucedió. Quizás si a alguien se le hubiera ocurrido preguntarle por qué un poquito antes, las cosas hubieran tenido otro destino. Es lo que sucede en muchos casos, por ejemplo, de adolescentes que llegan a consulta por una indicación de un juzgado después de cierta escalada de violencia, y en donde la posibilidad de introducir esa pregunta, tan tonta y tan simple, de preguntar por qué, aunque no se haga la pregunta explícitamente de esta manera, que haya alguien que se interese por poder ver cuál es el trasfondo de esa violencia que ese sujeto encarna; bueno, eso produce efectos. Entre otras cosas, muchas veces eso produce que el sujeto no vuelva a entramparse en causas nuevas, en la apertura de nuevos expedientes, que se detenga esa escalada de violencia y, a veces, cuando tenemos suerte, que esa intervención pueda propiciar, del lado del sujeto, un cambio de posición subjetiva que le permita apropiarse de las distintas cuestiones relativas a la ley, a sus derechos como ciudadano, a sus obligaciones y responsabilidades, etc. En este caso vemos que la pregunta llega tarde y que es el momento en que Francie se queda sin instancia de apelación donde todo el peso de esa significación insoportable aplasta su condición de sujeto… Llegaremos por hoy hasta aquí.

Les agradezco por acompañarme en este recorrido.

Notas

1 Pulice, G.; Zelis, O.; Manson, F.; Investigar la subjetividad, Buenos Aires, Letra Viva, 2007; capítulo II. El tema será desarrollado en la segunda parte de esta conferencia.

2 Ídem; capítulo V.

3 Freud, S.; El sentido de los síntomas, 1916.

4 Aclara Peirce que decir «alguien» es una concesión, y al utilizar el término interpretante, deja claro que no necesariamente se trata de otro sujeto.

5 Lámina 1.


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