Investigación à Psicoanálisis

Trabajos de Investigación Clínica y de Inserción del Psicoanálisis en diversas Áreas Temáticas
Investigaciones teórico conceptuales

Solo el amor permite al goce condescender al deseo: un caso clínico

Corina Costa

lic.corina.costa@gmail.com

Las fórmulas de la división subjetiva

Lacan explica, en el primer esquema de la división subjetiva (1), que el encuentro mítico con el Otro del lenguaje (A) tiene como consecuencia no sólo la barradura del sujeto, sino también la del Otro, y, que esta división tiene un resto: es el objeto a. El sujeto surge de una necesaria operación del significante (del A) sobre la Cosa, sobre el goce mítico, completo, sin barrar. Y, de esta operación, que no es nunca completa, surge un resto no simbolizable, una hiancia de no reabsorción del goce por entero en el Otro: el objeto a.
Avanzando en este sentido, el segundo esquema de la división subjetiva, plantea tres tiempos de la operación: el goce, la angustia y el deseo. La intención de Lacan es mostrar "la función, no mediadora, sino media, de la angustia entre el goce y el deseo" (2). El pasaje del goce al deseo implica la mediación de la angustia, es decir, la puesta en juego del objeto a y, en efecto, la angustia se sitúa en la hiancia entre el deseo y el goce: "el tiempo de la angustia no está ausente en la constitución del deseo, aunque esté siempre elidido, aunque no sea perceptible en lo concreto" (3).
Se sitúa entonces la disyunción entre deseo y goce, que Lacan pondrá en juego en el aforismo que enuncia que “sólo el amor permite al goce condescender al deseo” (4), donde el amor reemplaza a la angustia, lo cual le permitirá articular la nueva secuencia de la división subjetiva en el contexto del dispositivo analítico, es decir, de la transferencia.

El caso clínico

Laurita (la paciente será nombrada con un nombre de fantasía en diminutivo, dado que es el modo en que ella se nombra a sí misma cuando se presenta a la consulta y pide que se la nombre así) tiene 12 años y llega a consulta al Hospital donde trabajo traída por su madre después del siguiente episodio: su hermana Martina, con quien comparte habitación, se cortó las muñecas con un cuchillo (lo cual provocó su internación), luego de lo cual Laurita se corta sus muñecas con un plastiquito que encuentra en su cuarto. De esto, ella no hablará hasta pasado un tiempo de comenzado su tratamiento.
Laurita tiene muchísimas pulseras en sus brazos, las tiene contadas. Pulseras de goma, algunas gruesas, otras finitas, algunas hechas por ella y sus amigas. Durante las primeras entrevistas, hablamos de eso. Cuáles son las nuevas pulseras, cómo se hacen, dónde las compra, cuántas quiere tener, cuáles son sus preferidas.

En varias entrevistas me cuenta escenas que tienen que ver con Martina: que se desvaneció y terminó internada, que se golpeó con uno de sus hermanos, que empezó tratamiento en un hospital de día. Cada vez que sucede algo con su hermana, situaciones que Laurita lee como que Martina es el centro de la escena y no queda lugar para nadie más, Laurita se corta. Llevará un tiempo que ella pueda empezar a hablar de estos cortes, y que pueda ubicar esta relación.
Tenemos entonces un primer momento del tratamiento: el del goce. Lo real de los cortes en el cuerpo como recurso ante el no-lugar en el Otro, ante el desamparo. Un corte en lo real que suple aquel corte en lo simbólico que barra al Otro y al Sujeto, dándole un lugar donde alojarse, el de la falta.

En este punto, aparece una dificultad muy marcada para la puesta en palabras del malestar, es decir, para el establecimiento de un discurso que posea eficacia simbólica y que pueda organizarse al modo de despliegue de la cadena inconsciente, dificultando en este sentido la producción de una demanda de análisis en articulación a la instalación de la transferencia simbólica. Por esta razón, mis intervenciones en ese momento, apuntaron, por un lado, a introducir mi preocupación por ella, y por el otro, a un armado de un espacio privado para ella, donde poder hablar de lo que le pasa, que la diferencie a su vez de Martina. Esto implicó, entre otras cosas, un “dejar por fuera” a su mamá, con quien tuve muy pocas entrevistas, y siempre fueron “autorizadas” por Laurita. También implicó nombrar algo de la “locura” de Martina, y ubicarle a Laurita que hay “otras maneras” de habitar el mundo. El efecto de alojamiento de estas intervenciones tuvo como consecuencia que, luego de algunos meses de tratamiento, me regale una de sus tan preciadas pulseras: una hecha por ella, de muchos colores, que se encargará de chequear que la tenga puesta en cada entrevista. Un objeto es recortado y cedido a un Otro.

Poco a poco, Laurita puede empezar a hablar de su tristeza. “Tengo ganas de llorar, es como que ya no aguanto a nadie en mi casa, no se puede estar así, siento que no puedo hablar con nadie, nadie se da cuenta de lo que me pasa”. Podemos pensar este momento como de angustia, como un efecto a posteriori de haber hecho visible el objeto puesto en juego en los cortes.
En este tiempo del tratamiento, durante varias entrevistas, Laurita empieza a sellarse con mi sello sus muñecas, y a sellar mis muñecas también. Se produce un viraje, en tanto se instala una direccionalidad a un Otro, que no es cualquiera, es el Otro de la transferencia, habitado por la falta.
El amor de transferencia puede ser pensado en este punto como aquello que permitiría el abandono de cierta posición de goce, posibilitando la emergencia de un sujeto barrado, deseante, y con él la transferencia analítica en términos de SsS.

Plantear la transferencia como SsS implica hablar del deseo del analista, ya que suponerle un sujeto al inconsciente queda estrechamente ligado al deseo del analista de probar la existencia del mismo. El inconsciente, tal como Lacan lo conceptualiza, no puede existir por fuera del deseo del analista: “en la medida en que se supone que el analista sabe, se supone también que irá al encuentro del deseo inconsciente” (5). Si entendemos que el SsS es el pivote de la transferencia, tenemos que considerar que, a este nivel, la transferencia es motor de la apertura del inconsciente, de la concatenación significante vehiculizada en la asociación libre.

Un día, Laurita me cuenta que tenía guardado debajo de su almohada un vidrio, y que su madre lo encontró, “pero yo no me había cortado, lo tengo guardado para sentirme fuerte, que puedo no cortarme”. Resulta interesante cómo se va delineando en Laurita la posibilidad de la negación, y con ello, tal como Lacan enseña, la posibilidad del rechazo del goce –articulado esto a la castración- como lo que permite el acceso a la dimensión del deseo, en tanto  “la castración quiere decir que es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala invertida de la Ley del deseo” (6). Ubico esto, tal como dije en los párrafos anteriores, enlazado a la transferencia como lazo a un Otro que pone a jugar un deseo. Además de ubicarla en una diferencia respecto de Martina, los cortes desaparecen, y Laurita puede empezar a hablar de sus preocupaciones: la escuela, las redes sociales, sus amistades, la locura de su familia.
La mamá de Laurita está en pareja con Sergio, con quien tiene un hijo de 3 años. Laurita siempre tuvo buena relación con Sergio, hasta un momento, donde ella no puede ubicar qué pasó, pero sí que ya no se llevan bien. Hablará de la relación de su hermanito con su papá, y eso servirá de puente para que empiece a hablar de ella y su papá. “Yo no lo conocí a mi papá, creo que si lo viera no lo reconocería, mi mamá me cuenta todo lo que necesito saber. Cuando era chica a mí me criaron mis hermanos, porque mi mamá trabajaba todo el día y mi papá ya no vivía con nosotros”. Empezamos a hablar de su familia, son muchos hermanos, primos, es muy difícil ordenar los lazos que los unen. Mis intervenciones primero implicaron preguntar mucho al respecto, luego empecé a anotar con ella en una hoja nombres, edades, parentescos, y hace poco estamos empezando a hacer juntas un genograma.
Me tomo vacaciones, pero le dejo mi celular, y le digo que puede llamarme si lo necesita, cosa que hace. Laurita está teniendo un sueño recurrente: “Sueño con mi papá y mi padrino. Voy caminando con mi padrino y nos aparece un tipo adelante, mi padrino le dice algo y yo me doy cuenta que es mi papá. Mi padrino desaparece, y mi papá se acerca a  mí. Y ahí me despierto”. 
Sanciono el alta institucional, enmarcada en la lógica de esta producción de un sueño, como formación del inconsciente, que enuncia la producción de un sujeto barrado en relación a sus propios dichos, y que ubica el pasaje de una posición ego-sintónica en la que Laurita decía que no reconocería a su padre si lo viera, y que su madre le cuenta todo lo que necesita saber, a una posición bien diferente, donde Laurita queda convenientemente interrogada allí donde como sujeto del inconsciente se pronuncia en estos sueños en los que su padre al aproximarse la despierta.

Al sancionar el alta, Laurita se enoja muchísimo: “Me querés abandonar?”. Le propongo continuar su tratamiento en mi consultorio y se le dibuja una sonrisa.

Corina Costa (2015).

Bibliografía

(1) Lacan, J: El Seminario. Libro 10. Paidós, Buenos Aires, 2007, pág 36.

(2) Lacan, J: El Seminario. Libro 10. Paidós, Buenos Aires, 2007, pág 189.

(3) Lacan, J: El Seminario. Libro 10. Paidós, Buenos Aires, 2007, pág 190.

(4) Lacan, J: El Seminario. Libro 10. Paidós, Buenos Aires, 2007, pág 194.

(5) Lacan, J: El Seminario. Libro 11. Paidós, Buenos Aires, 2007, pág 243.

(6) Lacan, J: “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en Escritos 2. Editorial Siglo XXI,  Buenos Aires, 2007, pág 786.

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